Años atrás todos los animales eran blancos, de formas y tamaños diferentes, pero todos del mismo color.
Fue entonces cuando un dios ligeramente aburrido de tanta monotonía decidió hacer un reparto de pinceladas entre los animales. Pero justo ese día, el oso blanco se quedó dormido así que el pobre nunca consiguió llenarse de color.
Cansado de las burlas y de la vanidad del resto de los animales que gustaban exhibirse como si de pavos reales se trataran, decidió irse al norte, donde podría vivir en paz. Su alma de oso no estaba para conflictos.
Desde entonces vive en soledad, esperando cada noche el encuentro de la aurora boreal que cae sobre él pintando su pelaje. Entonces se mira de colores, y vuelve a lanzarse al agua.
No vaya a ser que se le suba la vanidad y se le tinture el alma, que bien sabe el que lo que importa es el blanco del espíritu más que el blanco de la piel.