Revista Cultura y Ocio

Los complementarios

Publicado el 13 agosto 2024 por Rubencastillo
Los complementarios

Confesaré desde el principio una inclinación personal que, quizá, resulte un poco chirriante para algunas de las personas que me lean: a mí no me interesan casi nada las reflexiones filosóficas de Antonio Machado. Lo adoro como poeta, desde hace cuarenta años; pero jamás he sentido demasiada admiración por sus páginas más “intelectuales”. Primero, porque mi preparación terminológica en el ámbito de la filosofía es muy reducida; y segundo, porque de los autores a quienes dedica sus más frecuentes aproximaciones (Hegel, Kant, Leibniz) tampoco atesoro demasiados conocimientos. Se me indicará entonces que el problema está en mí, y no en el poeta sevillano. Bien: concedido. Pero recuérdese que yo he dicho que sus páginas filosóficas no me interesan, no que sean malas o despreciables.

Partiendo de ese punto, añadiré que, en este volumen, amorosamente ordenado y anotado por Guillermo de Torre, he podido encontrarme con notables líneas, que he subrayado con admiración, y con documentos de primera importancia para entender al poeta de Campos de Castilla. Adentrarme en esta colección de textos juveniles y de madurez, dispersos por revistas o inéditos, ha sido como mirar en los cajones de su mesa de despacho, como acceder a sus carpetas menos famosas, como hojear y ojear algunos de sus borradores. Y me he enterado de su opinión sobre los proyectos literarios (“En arte no salva la intención; el arte es el reino de las realizaciones”); sobre el uso de determinados recursos literarios (“Los buenos poetas son parcos en el empleo de metáforas”) o moldes estróficos (“Todavía se encuentran algunos buenos sonetos en los poetas portugueses. En España son bellísimos los de Manuel Machado. Rubén Darío no hizo ninguno digno de mención”); sobre su desprecio por la cultura clasista (“Arriba, los hombres capaces de conocer el sánscrito y el cálculo infinitesimal; abajo, una turba de gañanes que adore al sabio como a un animal sagrado”); sobre los políticos que rigen la vida de un país (“Si el auriga sabe su oficio, sigamos con él y paguémosle puntualmente su salario. Si guía mal habrá que despedirlo. Porque dentro de su coche vamos todos”); sobre sus admirados Pío Baroja o Miguel de Unamuno (las cartas que intercambió con el vasco son de lectura memorable); sobre las obras de los autores rusos, que le parecen lo más prometedor del panorama europeo; e incluso algunas sentencias de su inefable Juan de Mairena (“De cada diez novedades que pretenden descubrirnos, nueve son tonterías. La décima y última, que no es una necedad, resulta a última hora que tampoco es nueva”). Si a esto le añadimos el texto entrañable, aunque sin terminar, que proyectó para ser pronunciado ante la Real Academia Española a la hora de ocupar su sillón, se advierte que muchas de las páginas de este tomo son realmente aprovechables.


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