Esto es lo que dijo un buen día de 1966 el señorito hippie John Lennon:
“Creo que podríamos mandar 4 muñecos de cera de nosotros mismos y eso satisfaría a las multitudes. Los conciertos de Los Beatles ya no guardan relación con la música, en tanto que son solo sanguinolentos ritos tribales”.
Así de categórico se mostraba John Lennon en aquél verano de mil novecientos sesenta y seis. Aparte de en lo musical, el cuarteto de Liverpool se transformó en el fenómeno social más grande de su época. Su presencia provocaba en sus seguidoras auténticas reacciones histéricas. No es machismo decir esto, es que no había fans masculinos (ni los hay) que enloquezcan de forma evidente y tan ridícula ante la presencia de sus ídolos.
En aquellos directos, había chillidos atronadores que anulaban cualquier posibilidad del disfrute musical. El propio grupo no se podía oír a sí mismo. Y en realidad daba igual lo que hicieran, todo encantaba a ese público tan entregado. Se conformaban tan solo con verles. Lo mismo que hoy cuando se trata de Justin Beavier y otros del mismo pelaje…
¿Disfrutar de la música? Jajajaja… ¿Tenía o no tenía razón John?
El quince de agosto de mil novecientos sesenta y cinco en el Shea Stadium de la ciudad de Nueva York, donde actuaron ante más de cincuenta y cinco mil espectadores se daba el pistoletazo de salida a los grandes conciertos de rock en nuestro planeta.
Nos cuentan más cosas interesantes de esto los magníficos profesionales del Huffington Post en: 1 de junio de 1967: el día que Los Beatles revolucionaron el ‘rock’