En la edición anterior, Capote nos contaba en "Música para Camaleones" la charla que sostuvo con Marilyn Monroe en el funeral de la actriz inglesa Constance Collier en abril de 1955, a propósito del aspecto bastante desaliñado con el que la rubia sex symbol se había presentado en el velatorio. He aquí la continuación…
De modo que nos quedamos sentados y Marilyn dijo: “Odio los funerales. Me alegro de no tener que ir al mío. Sólo que no quiero funeral, y que uno de mis hijos, si tengo alguno, tire mis cenizas al viento. Hoy no habría venido de no ser porque Miss Collier me quería, se preocupaba por mi porvenir y era como una abuelita, una abuelita severa, pero que me enseñó muchas cosas. Me enseñó a respirar. Lo he aprovechado, y no sólo cuando actúo. Hay otros momentos cuando respirar es un problema. Pero cuando me enteré de la muerte de Miss Collier, lo primero que pensé fue: Oh, Dios mío, ¿qué pasará con Phyllis? Miss Collier era toda su vida. Pero me enteré de que se fue a vivir con Miss Hepburn. Feliz de Phyllis. Lo pasará tan bien ahora. Me gustaría cambiar con ella. Miss Hepburn es una persona maravillosa. En serio. Ojalá fuera amiga mía. Podría llamarla a veces y... bueno, no sé, charlar con ella”.
Hablamos de cómo nos gustaba Nueva York y de cuánto aborrecíamos Los Angeles. “Aunque nací ahí, no se me ocurre nada bueno que decir de Los Angeles. Si cierro los ojos, y me imagino Los Angeles, todo lo que veo es una gran várice.” Hablamos de actores y actuaciones. “Todos dicen que no sé actuar. Decían lo mismo de Elizabeth Taylor. Y se equivocaron. Estuvo magnífica en A Place in the Sun. A mí nunca me darán el papel apropiado, algo que realmente quiera hacer. No me ayuda el aspecto físico. Demasiado específico”. Hablamos un poco de Elizabeth Taylor; quería saber si yo la conocía y le dije que sí, y ella dijo bueno, cómo es, cómo es en realidad, y yo dije bueno, es algo parecida a ti, es muy franca y dice cualquier cosa, y Marilyn dijo vete a la mierda y me dijo bueno, si alguien me preguntara cómo era Marilyn Monroe, cómo era Marilyn Monroe en realidad, qué diría, y le dije que tenía que pensarlo.
Capote: ¿Te parece que podemos irnos de una vez? Me prometiste champagne, ¿recuerdas?
Marilyn: Recuerdo. Pero no tengo dinero.
Capote: Siempre llegas tarde y nunca tienes dinero. Por casualidad, ¿no estás bajo la impresión de que eres la reina Isabel?
Marilyn: ¿Quién?
Capote: La reina Isabel. La reina de Inglaterra.
Marilyn: (frunciendo el ceño): ¿Qué tiene esa mierda que ver conmigo?
Capote: La reina Isabel nunca lleva dinero encima. No le está permitido. El vil metal no debe mancillar la palma de la mano real. Hay una ley, o algo así.
Marilyn: Ojalá pasaran una ley parecida para mí.
Capote: Sigue así y a lo mejor sucede.
Marilyn: ¿Cómo paga cuando va de compras?
Capote: Su dama de compañía trota a su lado con una bolsa llena de peniques.
Marilyn: ¿Sabes una cosa? Te apuesto a que le dan todo gratis. Como pago cuando ella dice que usa el producto.
Capote: Es muy posible. No me sorprendería en lo más mínimo. Proveedores de Su Majestad. Perros galeses. Todas esas golosinas Fortum & Mason. Marihuana. Preservativos.
Marilyn: ¿Para qué quiere ella preservativos?
Capote: Ella no, tonta. Para ese bobo que la sigue dos pasos atrás. El príncipe Felipe.
Marilyn: Para él. Oh, sí, me gusta. Debe tener un lindo aparato. ¿Te conté esa vez que Errol Flynn sacó el aparato y tocó el piano con él? Bueno, fue hace cien años. Yo recién empezaba y fui a una fiesta tonta. Estaba Errol Flynn, muy contento consigo mismo. Aporreó las teclas. Tocó "Eres mi rayo de Sol". ¡Cristo! Todo el mundo dice que Milton Berle tiene el schlong más grande de Hollywood. Pero ¿a quién le importa? Eh, ¿tienes dinero encima?
Capote: Unos cincuenta dólares.
Marilyn: Eso nos debe alcanzar para un poco de champagne.
Afuera, Lexington estaba vacía de sospechosos: nada más que inofensivos transeúntes. Eran como las dos de una linda tarde de abril, ideal para caminar. Deambulamos hasta la Tercera Avenida. Unos pocos dieron vuelta la cabeza, no porque reconocieran a Marilyn como Marilyn, sino debido a su atavío funerario. Ella rió con esa sonrisa suya tan especial, tentadora como cascabeles, y dijo: “A lo mejor siempre debería vestirme así, verdaderamente anónima”.
Mientras nos acercábamos al bar de P. J. Clarke, dije que éste sería un buen lugar para tomar un refresco, pero Marilyn lo vetó. “Está lleno de esos idiotas de publicidad. Y esa perra Dorothy Kilgallen siempre está allí, emborrachándose. ¿Qué les pasa a estos irlandeses? Chupan más que los indios.”
Me sentí obligado a defender a la Kilgallen, que era algo amiga mía, y dije que en ocasiones podía llegar a ser muy graciosa. Marilyn dijo: “Sea como sea, ha escrito cosas terribles acerca de mí. Todas esas perras me odian. Hedda, Louella. Sé que supuestamente una debe acostumbrarse a eso, pero yo no puedo. Lo que dicen, duele. ¿Qué he hecho yo a esas brujas? El único que escribe cosas decentes de mí es Sidney Skolsky. Pero él es hombre. Los tipos me tratan bien. Como si fuera un ser humano. Por lo menos me otorgan el beneficio de la duda. Y Bob Thomas es un caballero. Y Jack O’Brian”.
Miramos las vidrieras de las tiendas de antigüedades. En una había una bandeja con anillos viejos y Marilyn dijo: “Ese es bonito. El granate con las perlitas. Me gustaría poder usar anillos, pero no me gusta que la gente se fije en mis manos. Son demasiado gordas. Elizabeth Taylor tiene las manos gordas. Pero con los ojos que tiene, ¿quién se va a fijar en sus manos? Me gusta bailar desnuda frente a un espejo y ver cómo se me mueven las tetitas. No son feas. Ojalá no tuviera las manos tan gordas.”
En otra vidriera vimos un hermoso reloj de péndulo, lo que le hizo decir: “Nunca tuve un hogar. Una casa verdadera, con muebles míos. Pero si vuelvo a casarme, y gano mucho dinero, voy a alquilar un par de camiones y recorreré la Tercera Avenida comprando todo lo que se me ocurra. Una docena de relojes de péndulo. Los pondré todos en un cuarto, y todos a la misma hora. Eso sería como un verdadero hogar. ¿No te parece? ¡Eh! ¡Mira! ¡Enfrente!”
Capote: ¿Qué?
Marilyn: ¿Ves el letrero con la palma de la mano? Ahí deben leer el futuro.
Capote: ¿Tienes ganas de entrar?
Marilyn: Bueno, vamos a ver cómo es.
No es un lugar acogedor. Por una vidriera sucia percibimos un cuarto desprovisto de muebles con una mujer flaca, con aspecto de gitana, sentada en una silla de lona debajo de una lámpara roja como el infierno que colgaba del techo y que esparcía un brillo torturador. Estaba tejiendo un par de escarpines. No nos miró. Marilyn estuvo a punto de entrar, luego cambió de idea.
Marilyn: Hay veces que me gusta saber qué pasará. Pero después pienso que es mejor no saberlo. Me gustaría saber dos cosas, sin embargo. Una, si voy a adelgazar.
Capote: ¿Y la otra?
Marilyn: Es un secreto.
Capote: Vamos, vamos. Hoy no puede haber secretos. Hoy es un día de dolor, y los que sufrimos compartimos los pensamientos más recónditos.
Marilyn: Bueno, es acerca de un hombre. Hay algo que quiero saber. Pero no diré más. Realmente es un secreto.
Y pensé: Eso es lo que tú crees. Ya te lo sacaré.
Capote: Estoy preparado para invitarte un champagne...