Revista Cultura y Ocio

Los «Cuadernos» de Lichtenberg en Le Monde Diplmatique

Publicado el 05 febrero 2018 por Hermidaeditores

Georg Christoph Lichtenberg: la textura de la soledad

José de María Romero BareaLa querencia de ciertos autores por los acontecimientos es casi indistinguible de la autoalabanza por la propia capacidad de anotarlos. Joyce, Moliére o Keats nunca hubieran incurrido en la imprecisión del lenguaje con la que se adornan determinados escritores, ni habrían sentido la necesidad, como aquellos, de llenar las incontables páginas de un diario con resúmenes de libros sin sentido, oscuras conversaciones consigo mismos, notas que ilustran lo hábil, ingenioso y poseído de sí mismo que un artista puede llegar a ser. En algunos dietarios, exuberantes rebanadas de vida, rendidas en una prosa suavemente irónica, conducen al lector a través de laberintos de engaño.A diferencia de estos, el cuidado diligente de Georg Christoph Lichtenberg (1742, Ober-Ramstadt - 1799, Gotinga) presenta sus escritos como prolijas investigaciones razonadas sobre la sinrazón (plenas de fantasmas, posesiones y aparentes paradojas recurrentes), documentos conscientes, en todo momento, de la pertinencia de lo dramático, certezas nunca aviesas a los cambios repentinos de perspectiva en la confusión de sus revueltas. Tras la tormenta perfecta de unas coincidencias improbables, pero plausibles, conoce el alemán los trucos del escritor de suspense: hacer que la oscuridad y la violencia no sólo sean convincentes, sino emocionantes.Colección informal de memorias, reflexiones y minucias en segunda persona, preocupado, sobre todo, por el envejecimiento, Lichtenberg se esfuerza por dar la impresión de que escribe extemporáneamente, por el placer de hacerlo, sin la intención de ser publicado. Uno de sus tropos es sin duda el de la certidumbre puesta a prueba por la circunstancia, excepcional o no. En sus diarios, la realidad es, en última instancia, un hall insondable de espejos. Sus escritos son campos de batalla a través de los cuales pululan las fuerzas de la duda, la paradoja y la crisis de conciencia.Cuadernos IAlgunas novedades literarias tienen toda la sofisticación de la pornografía y ninguno de sus placeres. La mayoría no son sino un intento de captar lectores con una historia en primera persona. Alguna habrá escrita desde la honestidad; las más son un largo (y tedioso) ajuste de cuentas. No es el caso de los Cuadernos. Volumen I (Hermida editores, El Jardín de Epicuro, 2015) de Lichtenberg. En ellos encontramos a un autor con el que se puede estar de acuerdo o no, pero, al menos, es honesto.Lichtenberg es bien conocido en España sin ser conocido bien. Su obra más perdurable fue pronto traducida al castellano, pero eso fue hace años. Numerosas veces ha sido caricaturizado como un intelectual parapetado tras un puñado de ocurrencias. Su obra, por suerte, es un tesoro por descubrir. La presunción de familiaridad que permea revistas y suplementos culturales ha asegurado que la obra del autor alemán permanezca enterrada de por vida. Leemos su nombre, recordamos un epigrama o dos, y asentimos. De ahí la importancia de esta reedición de Jaime Fernández y esta nueva traducción de Carlos Fortea.El alemán comenzó a escribir sus cuadernos a mediados de la década de 1760 y siguió escribiéndolos hasta unos días antes de su muerte, a los cincuenta y siete años, en 1799. Como Jaime Fernández observa en su ensayo introductorio, no son diarios, sino algo más, un depósito general, un centro de intercambio intelectual, una especie de cajón de sastre donde se acumulan apuntes, extractos, cálculos, lugares comunes, agudezas, borradores, y, por supuesto, aforismos.Lichtenberg consideró la posibilidad de publicar al menos una selección en vida, pero nunca lo hizo. Sus sentimientos acerca del valor de sus cuadernos van de la grandilocuencia (“Pido a todos los que escuchen leer, lean o hablen de esto que escribo, que se muestren benévolos y con razón castiguen lo que no les guste”) a la humildad (“He reunido un montón de pequeños pensamientos y esbozos, pero no esperan tanto la última mano como más bien algunos rayos de sol que los hagan florecer”).Se sabe que fue un niño débil y enfermizo. Sufría de una malformación de la columna vertebral, causada probablemente por la tuberculosis. No es sorprendente que este hecho físico influyera en su vida y perspectivas. Aun así, Lichtenberg no adolece de sentido del humor acerca de su condición. “En mí el corazón está al menos un pie más cerca de la cabeza que en el resto de las personas, de ahí mi gran equidad”.Libro de cuentas escrito a vuelapluma, registro de las transacciones de un alma (recibos, pagos), esbozos para un libro definitivo que nunca llega, los Cuadernos están plagados de pensamientos, conjeturas, observaciones, citas. Balance apresurado de compras y ventas del intelecto de su autor, este libro no es tanto un sistema como una sensibilidad, una forma de acercarse al mundo.Sus aforismos han sido escritos por alguien que no se consideraba un aforista. Pretenden traspasar modales y pretensiones, aunque lo que encuentran a su paso es rara vez edificante. La mayoría de ellos se ocupa de la escena cultural de la época: “Del gusto general de los ingleses son ahora Wilkes y Liberty, el rost beef, el plumpudding, Milton y Shakespeare, o al menos no será fácil encontrar un inglés que no pueda sufrir a uno de estos dos; la mayoría se inclinan por los seis”. Otros, por desgracia, han sido superados por los acontecimientos: “Con una multitud de trazos desordenados se forma fácilmente un paisaje, pero con sonidos desordenados no se hace música”.Los apuntes de Lichtenberg componen una filosofía coherente hecha de dispersiones. Son todo lo contrario de la máxima moral con valor absoluto. La ausencia de doctrina se convierte en doctrina. Se dejan llevar por la fiebre del momento, el paso del tiempo, la inspiración: “Puede pasarse un día entero al sol de una cálida idea”. Todo lo contrario que la mayoría de novedades literarias: panfletos escritos para hacer campaña; currículos de celebridades hiperactivas; catálogos de razones para seguir mintiendo. No sería posible escribir hoy en día un libro como este; no por falta de inteligencia o encanto, sino porque sufrimos una penosa tendencia a la falta de honradez.Cuadernos II“Nuestras opiniones son tan diferentes como nuestros rostros, porque ¿quién va a demostrarnos que nuestras herramientas interiores, sobre todo las del cerebro, no son visiblemente distintas?”. Respondemos a las preguntas. Los nudos se desenredan, pero nuestros deseos no se han cumplido: ahora sabemos que nunca vamos a llegar a nuestro destino. Distracciones ilimitadas nos asaltan por el camino: “Una afectada seriedad (…) termina en una parálisis moral de los músculos del rostro”. No hay finalidad aparente en la idea básica del autor, y, sin embargo, éste parece ser consciente de una secreta intuición: es posible escribir de forma espontánea sobre uno mismo y sus intereses, ya que el lector no abandonará la lectura.“Inclinado hacia la religión roja”, Lichtenberg plantea preguntas en lugar de dar respuestas. Escribe acerca de todo aquello que llama su atención: la guerra, la psicología, los animales, el sexo, la magia, la diplomacia, la vanidad, la gloria, la violencia, el hermafroditismo, la duda existencial: “La gente no es tan simple como lo que escribe”. Por encima de todo, el ensayista alemán escribe sobre sí mismo. Nunca deja de sorprendernos la variedad de lo que encuentra: “El hombre tiene razón (…) pero no conforme a las leyes que se han impuesto unánimemente en el mundo”. De ahí la pertinencia de una escritura sigue el camino serpenteante del pensamiento.Mientras que el escritor inglés Francis Bacon (Londres, 1561- Highgate, 1626) reunió sus bien tramadas investigaciones intelectuales en ensayos, Lichtenberg, a la manera del pensador francés del siglo XVI, Michel de Montaigne, las escribe como si estuviera conversando con nosotros, sus lectores. Al hacer esto, rechaza toda virtud literaria (la claridad, el rigor, la belleza y la elegancia) en favor de un estilo rebelde que dota a su literatura de un inmenso atractivo. Ambos sostienen el sueño imposible de una utopía inocente, mientras dudan saludablemente de su viabilidad. Al igual que el francés, el alemán piensa y es perseguido por su propia indecisión. Cuestionarnos las consecuencias de nuestras acciones nos lleva a la inacción, parece ser la conclusión del segundo volumen (1773 – 1776) de los Cuadernos (Sudelbücher D-E) de Lichtenberg, por vez primera en traducción al castellano de Carlos Fortea.La supuesta trama se desvanece, y todos sus elementos se rigen por el capricho y el juego. El autor de estos Cuadernos escribe acerca de las cosas como son, no como deberían ser, y se incluye a sí mismo. Todos podemos reconocer partes de nosotros mismos en ese retrato: “No hay nadie más instruido que los que describen sus sensaciones (…) en un poco de prosa”. La voluntad de seguir nuestros pensamientos, adonde éstos nos lleven, privilegiando así la comunicación y las reflexiones en voz alta, emerge en escritores actuales de todas las lenguas, de Jonathan Franzen a Javier Cercas, de WG Sebald a Murakami. Columnas, artículos de opinión, diarios y blogs mantienen viva una tradición que nació hace más de cuatro siglos. Lichtenberg siempre creyó que tal entendimiento entre épocas y culturas remotas era posible, inaugurando la subjetividad moderna.La mitologización del egoEl autor nos cuenta una historia a través de sus experiencias: lo que ha comido, los paseos que ha dado, el vino que ha bebido y los cigarrillos que ha fumado, los accidentes y lesiones que ha tenido, sus experiencias sexuales (o no). Describe las casas en las que ha vivido, las peleas que ha tenido, el amor a la familia y a los amigos y el lento paso de la edad. Una inocente jactancia bordea el narcisismo en los diarios de Lichtenberg, que evocan la textura de la soledad en viñetas de una mente solitaria que evoca los rincones liminales, casi sobrenaturales, de una vida.Estructuras literarias complejas aportan momentos de deslumbramiento. Hay un tono casual en las revelaciones que modifica su intención narrativa. Las capacidades inventivas se centran, sobre todo, en lo doméstico. Sus agonizantes palabras llaman la atención sobre el hecho de que, a pesar de sus impulsos suicidas y su fascinación por el mal, la mejor literatura nunca es nihilista. Es, quizás, este hecho el que concede a las entradas diarias de Lichtenberg, tan oscuras en sus obsesiones, su magnífico impacto. El nihilismo, parece decirnos, es una opción demasiado fácil, al menos comparada con la agonía de un humanismo repetidamente frustrado. Meditación de un hombre a punto de entrar en la vejez, mirando hacia atrás en su vida, la mitologización del ego a la que asistimos adquiere connotaciones épicas.Disfruta el alemán de los placeres de una habitación llena de libros. Su prosa es notablemente inexpresiva, a veces más un escrito legal que una confesión, mientras que su tema típico casa con el cuento popular escrito con un realismo psicológicamente astuto.Lo que Lichtenberg nos presenta son impresiones, mientras intenta compensar su cotidianeidad con pinceladas antiretóricas. No se puede decir que su prosa sea parca en incidentes, y tampoco su brevedad puede tomarse como falta de ambición, luchando como lo hace contra los nudos más diabólicos del debate teológico, moral y filosófico.Encontrará el lector aquí todas las virtudes de la mejor literatura: el estilo lúcido, el énfasis en lo concreto, la sensibilidad liberal, la fascinación por la profluencia de lahistoria, desesperada por saber qué va a suceder a continuación. Lo que suceden son habitaciones, secretos, manuscritos, amor y pérdida, ese paisaje donde los elementos familiares adquieren un significado profundo e inquietante.
Sevilla 2017

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