Foto de ana m.
Si tuviéramos que renombrar a los cuatro jinetes del Apocalipsis en nuestras vidas ¿a quién elegiríamos? Sin menospreciar los originales, a nivel personal tal vez yo apuntaría a otro cuarteto bien conocido: la soledad, las emociones mal gestionadas, el bloqueo o sinsentido y la inconsciencia.
Admito que puede haber variaciones según la cultura, la comunidad y la persona pero me centraré un momento a analizar a este siniestro cuarteto que a mi juicio ocasiona enorme dolor, sufrimiento y enfermedad. En primer lugar la soledad es uno de los mayores óxidos sociales producido por el ritmo de vida, el culto a la hiperproductividad y la destrucción de las redes familiares y comunitarias tradicionales. Lo sufren niños, adultos y ancianos, no respeta ni a madres recién paridas ni a brillantes ejecutivas, tampoco a excluidos o estudiantes. Un telón de ruido de fondo trata de maquillarla y ocultarla a la vista. Las pantallas nos llenan de imágenes que evitan tomar conciencia de la realidad: estamos solos. Pese a ello nos afanamos en una tempestad de movimientos que agita nuestros miembros y agota nuestros cuerpos. Por mucho que corramos no llegamos antes a ningún sitio, no logramos escapar de ese páramo enorme llamado soledad. Niños y ancianos tal vez sean los más vulnerables, los que más televisión tienen que ver para anestesiar esta realidad, los que más abandonados están, unos sometidos a agendas de adultos cargadas de innumerables actividades, otros abandonados a su suerte con mínimo contacto con otras personas o institucionalizados en residencias que son aparcamientos macilentos. Tenemos teléfonos, móviles inteligentes, ordenadores y aparatos pero nunca habíamos hablado tan poco con los demás, nunca las conversaciones habían sido tan insustanciales, tan poco alimenticias. Hay mucha hambre social, hambre de comunicación de calidad, de contacto físico, de calor humano. Hemos creado instituciones frías como los sistemas educativo, sanitario, o cualquier servicio administrativo que imaginen que dan soluciones parciales pero no contacto o compañía. Los mayores terminan yendo al centro de salud porque no tienen a nadie más que los escuche, paradójicamente los niños también, porque sus madres no tienen quien las escuche. Muchos acaban con pastillas que no necesitan o metidos en circuitos sanitarios que no llenarán su necesidad de compañía, es lo que hay, aparentemente no hemos conseguido crear nada mejor.
Las emociones mal gestionadas son otra fuente de desdicha. Son muchos los que caminan intoxicados por el miedo, la ansiedad, el agobio o la tristeza. Muchos los que tuercen el gesto llenos de asco, preocupación o desazón rumiando los mismos pensamientos que producen los mismos sentimientos. Solemos ser más amigos de la queja que de la gratitud y nos pasamos horas viendo o participando en tertulias amargas que ponen de vuelta y media al gobierno, al jefe, a nuestra pareja o al equipo de fútbol. Llegamos a casa por la noche totalmente cubiertos del negro hollín del miedo crónico o la angustia perenne y en lugar de lavarnos nos metemos en la cama de esa guisa para seguir soñando oscuramente. Cada cual aprende en su infancia a gestionar las emociones. Lo hace viendo a sus mayores y sufriendo en sus carnes eso que llamamos educación. Algunos consiguen llegar a adultos con un grado aceptable de gestión emocional, lo más común es que arrastremos taras cuando no directamente discapacidades. No suelen ser evidentes en un primer vistazo pero según la carga de dolor que arrastremos es fácil adivinar que algo no marcha bien en el universo emocional de cualquier persona. Podemos tolerar cualquier emoción, incluso cualquier dolor. Lo que no es posible es hacerlo eternamente. Cuando la gestión emocional no permite el alivio de dichas emociones, no las da curso, estas se atascan y bloquean. En este se transforman en el siguiente jinete.
--> Lo he denominado bloqueo o sinsentido porque tiene ambas caras. El bloqueo puede ser mental o emocional, aunque con frecuencia incluye a ambos. En un ordenador se produce cuando el sistema genera una división por cero cuyo resultado es descorazonador para la máquina, que se queda colgada no permitiendo operar con ella. En nuestro caso son determinadas situaciones externas las que nos consiguen bloquear, circunstancias que superan nuestra capacidad de cálculo y nos dejan en outside, fuera de juego. También suele ocurrir que una determinada cadena de eventos nos lleve a esta situación o tal vez que una mala gestión emocional termine bloqueando las capacidades de pensamiento o relación por sobrecalentamiento. Entramos en bucle y no conseguimos salir de nuestro asunto, de esa preocupación que da vueltas en el interior de nuestras cabezas como en una loca lavadora empeñada en centrifugar con todas sus fuerzas. Terminamos sintiendo mareos, insomnio, agotamiento físico o cualquier otra incomodidad que tuerce si cabe un poco más nuestra ya maltrecha expresión. El sinsentido es la otra cara del bloqueo, perdemos la referencia y la orientación comenzamos a andar en círculo o nos quedamos clavados en el sitio. Si sentimos que la vida carece de sentido dejamos de movernos, dejamos de avanzar. Generamos un pozo del que no es fácil salir al no poder los demás echarnos una mano, cuando uno cae en su propio pozo interior solo puede salir él mismo. Desde fuera es visible pero no nos es posible bajar y señalar la salida no siempre es útil a alguien que mantiene sus ojos cerrados por la razón que sea.
El último jinete apocalíptico personal es el más invisible de los cuatro lo llamaremos inconsciencia y es tan frecuente que no se suele caer en él. Es posible llevar vidas aparentemente normales con sus correspondientes rutinas, pagar los correspondientes impuestos y cumplir las correspondientes obligaciones. Es posible acudir regularmente a un trabajo, tener unos hijos a cargo o ser incluso un miembro respetable de la comunidad. Es posible hacer todo lo anterior de manera inconsciente, automática, carente de atención. De echo es la manera más frecuente de hacerlo. Permanecemos la mayor parte del tiempo pensando, produciendo un parloteo interior que consume la llama de nuestra atención. Terminamos funcionando en modo automático grandes partes del día que sumadas a las ocho horas de sueño y las dedicadas al móvil, la tele, la consola o el ordenador hacen que quede poco para darnos cuenta de nada. Al funcionar enmodo inconsciente no conseguimos atender nuestros pensamientos valiosos o nuestros sentimientos. No nos damos cuenta de qué necesitamos ni hacia dónde queremos ir. Este jinete nos lleva de nuevo con los otros: terminamos desatendiendo y gestionando mal las emociones, terminamos solos, terminamos bloqueados.
El apocalipsis personal no es una situación de grandes explosiones, enormes llamaradas, sirenas y espectáculo. Suele ser más bien como una lámina metálica cubierta de óxido que empieza a agrietarse y a mostrar orificios de herrumbre. Un desmoronamiento, un final oscuro y silencioso. La degradación humana nos convierte en Minotauros o zombies, monstruos que perdieron su humanidad y han de vagar por laberintos oscuros tratando de alimentarse de otros semejantes a los que no hay más remedio que devorar. Muchos salen ganando con esto. Es fácil venderle cualquier cosa a los desesperados que tratan de comprar su libertad en un mercado que les da todo menos lo que necesitan: lucidez.
No me considero ninguna lumbrera pero tal vez convengan conmigo que aventar a estos cuatro jinetes está al alcance de cualquier niño. En primer lugar un pequeño que sienta soledad saldrá a buscar compañeros de juego y si no los encuentra los inventará y jugará con ellos. En segundo lugar si un niño siente una emoción difícil tenderá a expresarla como pueda, tal vez con lloros y rabietas, tal vez de manera incorrecta, pero la dejará salir y de ese modo ser liberará de su carga. En tercer lugar si la niña termina bloqueada seguramente consiga reiniciarse mediante la sorpresa o simplemente al volver a jugar o a alegrarse con alguna compañera y finalmente si se despista con la televisión más de lo necesario terminará aburrida y volverá a jugar con cualquier cosa.
Sembrar relaciones de calidad, formas respetuosas de manejar nuestras emociones, valores que nos proporcionen sentido y prestar atención a lo que hacemos, son las mejores formas de alejar de nosotros la soledad, la mala gestión emocional, el bloqueo y la inconsciencia. Cada cual va configurando su modo de hacerlo y son las caídas las que nos facilitan el aprendizaje, son los errores los que nos dicen por donde caminar. No solemos aprender por lo que nos dicen sino por lo que descubrimos al caernos. De ese dolor podremos extraer el aprendizaje necesario para dar el siguiente paso, eso lo dota de un enorme valor, de un enorme sentido. Por eso no pretendo ofrecer soluciones sino tan solo señalar por dónde quizá podamos encontrarlas. Han sido muchas las voces que lo han tratado hacer antes que yo, casi todas coinciden en la importancia del camino. Cada paso cuenta, si es dado con plena atención será más probable que sea firme y no caiga en trampas ni terraplenes, si es dado con otros seguramente nos ayudará a llegar más lejos.