Lo primero que pensé nada más acabar el film fue el porque de su título. No tenía excesivo sentido después de haber disfrutado de la historia, pero poniendo algo de intención uno se entera. Resulta que Los cuatrocientos golpes es una expresión francesa que se utiliza para cuando alguien es muy inquieto y no para de hacer travesuras, suele ser utilizada para niños o adolescentes. En este caso si que encajaba a la perfección.
Antoine (Jean-Pierre Léaud) es el protagonista y soporte vital de la historia, sus andanzas durante la infancia sirven para mostrar el particular mundo de este personaje. Un mundo muy distinto al de sus coetáneos, un universo visto desde una edad temprana en la que cualquier cosa puede parecer insignificante y justamente todo lo contrario. Un mar de vicisitudes en el que Antoine navega como puede, capeando el temporal de sus mayores para en definitiva hacerle un incomprendido.
El no pretende ni más ni menos que los demás, lo que ocurre es que su manera de conseguir sus propósitos no es del todo aprobada por la sociedad que le toca vivir. Un entorno que el director castiga en su narración, unos padres que viven alejados de su hijo en cuanto al aspecto de la comprensión. Un hábitat lleno de hipocresía en el que la única lucidez que encuentra el niño es la de su padre Julien (Albert Rémy) el que a la postre condenará sus actos y tomará una trágica decisión para desvincularse definitivamente de su propio hijo.
En todo este cosmos, tampoco queda indemne el sistema educativo, recibiendo un varapalo considerable. Cuando alguno de sus elementos rompe las normas dictadas y decide avanzar de manera positiva, es castigado por tal osadía, para que acabe regresando al redil. Sirva de ejemplo el que nuestro protagonista sea seguidor de Honoré Balzac y esto en definitiva le traiga más problemas que ventajas.
Para concluir indicar que estamos ante una de las primeras incursiones del cineasta francés en el cine con una obra cien por cien Truffaut. Que quizás tenga ciertos tientes autobiográficos, pero que nos describe con gran esmero los acaecimientos de Antoine. Un pequeño enfant terrible que casi se ve avocado sin remisión a la suerte, que incluso ni logrando su deseo como ocurre al final del film, llega a alcanzar la plena felicidad.
TRONCHA