Revista Cultura y Ocio
Hace unos meses leí en una entrevista a Pilar Galán que los cuentos no son el salto a la novela, ni un camino de preparación; que son un camino y un fin en sí mismos (Farraguas. Revista de creación literaria, 1, pág. 74). Eso es lo que puede aplicarse a los textos que se reúnen en el volumen Solo hay una clase de monos que estornudan, de Ezequías Blanco (Madrid, Huerga y Fierro Editores, 2019). Si luego escribo una entrada de despedida de 2019 se comprenderá uno de los motivos por los que he rescatado mis apuntes sobre la lectura hecha este año de los cuentos de Ezequías Blanco, a quien siempre he dedicado con gusto un espacio aquí. Aparte las reseñas de los números que recibía como suscriptor de Cuadernos del Matemático, hablé muy poquito de Los caprichos de Ceres, en 2007, y de Una ceja de asombro, de 2010, dos de sus libros de poemas. Mis notas me recuerdan ahora que tuve la intención de reseñar la reedición de las Memorias del abuelo de un punk (Madrid, Huerga & Fierro Editores, 2017) que había publicado nuestro común amigo Ángel Campos Pámpano en 1997 (Badajoz, Del Oeste Ediciones). La novedad de la reedición de aquellas narraciones trenzadas, tan pertinentes para trabajar la lectura en los institutos de Educación Secundaria, fue que se enmarcaron con un prólogo y una guía de lectura de Juan Díaz de Atauri, el escritor y traductor fallecido en 2015, compañero de Ezequías Blanco en los Cuadernos, y con quien supongo que había concertado la republicación de esos textos. Tampoco pude dar noticia de la presentación en Getafe un 14 de diciembre de 2017 de Bare Nostrum (Amargord Ediciones, 2017), de Quías y del fotógrafo cacereño Evaristo Delgado, un encomio en textos e imágenes de los microcosmos de los bares como espacios sociales. Solo hay una clase de monos que estornudan me acompañó a un viaje en julio. Ahora lo he recuperado. He vuelto a leer algunos de los cuentos que más me interesaron. Y he vuelto a constatar esa voluntad de convertir un volumen de narraciones en algo más; en un conjunto en el que en el último cuento («Juanita Banana») aparece de manera bien natural una voz que remite al primero («Solo hay una clase de monos que estornudan»). Desparpajo realista, mucho humor, desenfado estilístico y gracia encontrará quien quiera leer esta colección de relatos muy breves llenos de personajes delirantes y de guiños literarios. Quien pertenezca al gremio docente en un instituto o cosa parecida leerá con complicidad relatos como «Un Cristo saliendo del armario». Aunque me digan que todo es absurdo. Buen elogio de este libro. Pura realidad.