Del reportaje a la jurista franco argentina Marcela Iacub, publicado en la revista “Ñ” de la semana pasada, rescatamos los párrafos más interesantes sobre sus ideas sobre la ética del vegetarianismo y el derecho de los animales.
El evento trágico es el que nos muestra que hemos cometido un acto terrible, un acto que no estábamos en medida de asumir sin saber que lo habíamos cometido, como Edipo. Es la información que nos permite saber lo que hicimos y sentirnos responsables, sujetos de tales actos. Plutarco me arrancó de mi ceguera. Me mostró que la noción de carne es una impostura, que “carne” es el nombre que le damos a nuestra voluntad de no ver que matamos animales para comerlos sin que tengamos ninguna necesidad de hacerlo, y señala nuestra responsabilidad en este acto. Porque para poder comer “carne” necesitamos disociar el proceso que permite hacerlo. Tenemos que olvidar que tuvimos que matar a un ser que quería vivir. Plutarco utiliza una metáfora que viene de Homero y dice que la vaca muge “todavía” cuando vemos el asado en nuestra mesa.
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El proyecto de dar derechos humanos al chimpancé porque es más inteligente que los otros animales, no me parece la manera más interesante de abordar el problema. Yo creo que hay que darles derechos humanos a los animales que viven con nosotros porque podemos establecer con ellos relaciones significantes recíprocas. Lo que me parece formidable en el hecho de vivir con los animales es que tienen otros dones, otros medios de comprender y de conocer el mundo. Los filósofos utilitaristas, de la misma manera que la legislación que protege a los animales, tienen en cuenta el interés del animal a no sufrir pero no a seguir viviendo. Es como si un animal estuviera muy contento de que lo maten sin dolor. Lo paradójico es que para un ser sensible lo más importante, lo más precioso, es el hecho de poder seguir vivo y no el morir sin dolor. Por otra parte, yo propongo que se le den derechos humanos a los animales domésticos o que, sin serlo, viven con nosotros en cautiverio, como dice la legislación francesa. Con estos animales compartimos una cultura, ellos pertenecen a la humanidad pero se los trata como esclavos, como puros instrumentos.
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Para ser sujeto de derecho no es necesario poder directamente ser sujeto de deber. Hay personas jurídicas, como las sociedades que no pueden actuar directamente si no están representadas por seres humanos. Hay incapaces, como los enfermos mentales que no pueden ser directamente sujetos de un deber y estan representados por otras personas. Los animales, como sujetos de derecho, necesitarán mediadores para las cuestiones jurídicas, representantes, pero eso no es un problema en sí.
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Allí donde muestra su verdadera doctrina, allí donde procede al trazado de fronteras, es en la aprehensión diferenciada del valor de la vida humana y de la vida animal. Es en las reglas de la matanza de los animales que se percibe claramente esta oposición. El humanismo es una forma de racismo. El razonamiento humanista hace que si debemos elegir entre salvar a la perra Lassie o a Hitler salvemos a Hitler porque es un ser humano.
…la justicia francesa condenó a un hombre por torturas infligidas a un animal doméstico por haber sodomizado a su pony que se llamaba Junior. Pero si este mismo hombre hubiera matado a Junior para transformarlo en bifes de caballo nadie lo habría condenado por maltrato. Esta paradoja del derecho que protege al animal, me pareció aberrante y me mostró que no es el interés del animal el que está en juego. Que, en el fondo, se trata de controlar los vicios de los seres humanos y no el bienestar del animal.
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La humanidad es un proyecto de control de lo que existe, es una estructura jurídica, científica, técnica, cultural, que no se reduce a la suma de seres humanos inteligentes que existen sobre la tierra. Incluye a muchas personas que no son capaces de comprender el mundo como la gente “normal”. Es por ello que yo postulo que la humanidad debe extender sus fronteras y atribuírle derechos humanos a los animales domésticos.
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El escritor Bashevis Singer dijo que “para los animales, todos los humanos son nazis”. Y Theodoro Adorno, un filósofo judío alemán, exiliado por los nazis, afirmó que “Auschwitz comienza siempre que alguien mira un matadero y piensa: son sólo animales”
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Algunos vegetarianos tienen problemas con el simple hecho de comer cadáveres. Yo no estoy de acuerdo con esto. Si uno comiera carne extraída de animales muertos de muerte natural, yo la comería. Porque el problema es matar para comer y no el hecho de comer cadáveres. Es por esto que en el libro comparo de una manera humorística el asco de comer cadáveres con el canibalismo a partir de un especie de chiste de Voltaire. Voltaire escribió con humor en su Diccionario filosófico que el tabú del canibalismo significa la preferencia de dar nuestros cadáveres a comer a los gusanos en lugar de dárselos a comer a los seres humanos.
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Comer es también un acto político. Comer animales es una manera de marcar las fronteras de la humanidad, de afirmar nuestra superioridad y nuestra diferencia fundamental respecto de los seres que comemos. Hay quienes dicen que la preocupación ecológica en el comer es también política. Me parece que es darle un sentido muy fragil al carácter político del comer. Quien se preocupa por el comer desde el punto de vista ecológico lo hace como consumidor de cualquier otro producto (nafta, electricidad, etc). En cambio, la preocupación vegetariana por el animal, por el hecho de que se trata de un ser sensible que desea vivir, es política en un sentido específico y fuerte del término. En mi caso, nace de la voluntad de transformar la sociedad gracias a la integración del animal en su seno. Hacer que el animal doméstico pertenezca a la humanidad va a cambiar nuestras relaciones, nuestra manera de ver el mundo y hasta de pensar. Yo creo que, entre otras cosas, en las sociedades de abundancia, el animal puede enseñarnos a ser felices por el solo hecho de estar vivos.
Reportaje de RENEE KANTOR a MARCELA IACUB
“Costumbres de la carne”
(“ñ”, 31.05.11)