"En la legislación santimonia, el legislador aprovecha para imponer un cierto relato, como ha destacado el constitucionalista Andrés Betancor. La retórica del relato se traslada de la exposición de motivos —frecuentemente profusa y gratuitamente extensa como sabemos— a un articulado en el que se expresa más que se prescribe; se anuncia más que se ordena; se desea más que se regula. Y todo con el afán, apenas disimulado, de mostrar músculo moral. Cuando este libro termina de escribirse, la Comunidad Autónoma de Aragón ha promulgado una «Ley de Cultura de la Paz en Aragón». En su exposición de motivos (ocupa la mitad de una ley que cuenta con nueve artículos), el legislador aragonés da cuenta de que «antropólogos e historiadores han demostrado que los seres humanos están programados para la cooperación y la ayuda mutua» y que «en Aragón, la cultura de la paz tiene un fuerte arraigo, vinculado con la fuerza del pacto como tradición». El legislador aragonés se remonta a las «asambleas de paz y tregua», del siglo XII, o al Compromiso de Caspe, de 1412. Mejor no remontarse a julio de 1938 cuando empezó a librarse la batalla del Ebro."
Todo esto consigue una especie de infantilización de lo público. Las leyes se convierten en admoniciones de la moral imperante en la que se deja de lado lo práctico y se abusa de lo emocional, llegándose en alguna exposición de motivos a la increíble actitud de afear la legislación del gobierno anterior nombrando sus siglas políticas. Pero lo peor es que, siendo leyes tan loables, usualmente se olvida poner a disposición de la administración los recursos públicos para su cumplimiento o al menos para el desarrollo de las intenciones del legislador. Entonces de lo que se trata es de una especie de maquillaje de la realidad para que parezca que el Estado está preocupándose y abordando los problemas de los ciudadanos, cuando en realidad toda esta retórica se traduce en puro humo. Así pues, lo único que importa en la política española es parecer más virtuoso que el adversario y cercano a unos ciudadanos que se dejan engañar con suma facilidad (solo hay que analizar las promesas de las campañas frente a la realidad de la gestión diaria). Un problema que se agudizado más en los últimos tiempos cuando el gobierno ha dedicado todos sus esfuerzos en sacar adelante una ley de amnistía frente al sentir de la mayoría de la gente.