Leo estos días un libro de historia, un libro seductor y muy profundo de Fernando García de Cortázar sobre “Los perdedores en la Historia de España”, y al llegar al siglo XVII no puedo evitar una sorpresa dolorosa, al ir constatando las múltiples semejanzas entre aquel período, considerado por muchos como el más calamitoso de toda nuestra andadura histórica, con los tiempos actuales.
Vivían al borde del abismo. Vivían en una sociedad donde la lealtad valía poco y las palabras ocultaban una daga... Vivían perdiendo el ser. Compartían una resignación enfermiza y una melancólica aridez...
Sigo leyendo, esto ya relacionado con la Corte de Carlos II: Vivían al día, tratando aplazar cualquier solución. Gastaban un dinero que no tenían. Se hallaba la nobleza criada y educada sin aplicación alguna en pura ociosidad, y habituada a que con sola la asistencia del palacio y los artificios de la negociación se conseguían los primeros empleos de gobierno militar y político, y las mercedes, encomiendas y gracias, sin ciencia ni experiencia ni mérito alguno propio... correspondiendo naturalmente a esta infeliz conducta, la ruina del Estado.
Y veo reflejadas aquí, no las vergüenzas de uno u otro partido político (que podría hacerlo), sino que todo esto me lleva a la reflexión principal, a la idea que late verdaderamente en el fondo: la muy equivocada actuación de los que dirigen y han dirigido nuestra sociedad a lo largo de los siglos, que en lugar de considerar que, precisamente por ser pagados y elegidos por nosotros son nuestros “empleados” (distinguidos, sí, pero empleados), y lejos de eso, han pasado a considerarse como unos “tutores” celosos y soberbios que sólo nos dan lo que quieren de aquello que es legítimamente nuestro, y además lo administran penosamente o lo dilapidan abiertamente...
No es bueno generalizar. Por ello, quienes de entre las filas de nuestros dirigentes que no sean como digo, no se sientan aludidos: mi crítica no va contra ellos. Imagino que ellos también sienten esta misma vergüenza y esta indignación ante tantas y tantas inmoralidades y corruptelas que inundan nuestra vida diaria y ocupan las primeras páginas de los informativos. A veces es tanta la decepción, que nos parece imposible poder superarla. Pero pasan los días, y se descubren más y más...¿hasta cuándo podremos aguantar?
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