Revista Cultura y Ocio
“Tú tienes tu manera y yo tengo la mía. La manera perfecta de hacer las cosas no existe” -dijo Friedrich Nietzsche-. Dicen que se le reblandeció el cerebro, o dicho más fino, tuvo un colapso mental; estando en Turín, se precipitó hacia un carruaje, y se agarró al caballo al ver que lo maltrataba con el látigo el cochero. Y se desmayó. Y nunca volvió a ser el mismo hombre "Más allá del bien y del Mal" (como en una de sus obras). Del nihilismo, a comprender que es el diálogo lo que hace fuerte al individuo por encima del individualismo. Sin duda leyó "los Diálogos" de Platón sobre su maestro Sócrates y "la Poética" de Aristóteles. Adoró el rebuscado y retorcido estilo dramático de la música de Wagner. A las puertas del siglo XX, su visión del futuro fue clara y premonitoria. Hitler bebió de sus palabras, pero no entendió ninguna de las profundidades que había en ellas, sino aquello de la conspiración masónicojudia. El final ya lo sabemos todos. Hitler intentó que le gustase Wagner creyendo que le revelaría el pensamiento del filósofo, y únicamente destrozó su reputación para siempre. Dudo siquiera que comprendiera la fuerza dramática del músico. Hitler también pintaba. Y acabó con el mito del artista sensible. Por eso la mejor interpretación del dictador la hizo Charles Chaplin, que sin duda demostró que sabía más de Nietzsche al reírse de sí mismo y de toda la absurdidad del III Reich y las consecuencias de creer en la perfección racial frente al diálogo multicultural. Pero esa es la tendencia incluso hoy en día: creer en la perfección del utilitarismo de una clase política denostada.