Editorial Anagrama. 294 páginas. 1ª edición de 2017.
Hace menos de un año leí las dos primeras partes de Los
diarios de Emilio Renzi, de Ricardo
Piglia (Adrogué, 1940-Buenos Aires, 2017) y tenía claro que en cuanto
apareciera el tercer volumen también iba a leerlo. Lo vi en el muro de Facebook
de Jorge Carrión, y se lo pedí a los
encargados de prensa de la editorial
Anagrama, que amablemente me lo enviaron a casa.
Este tercer volumen se abre con una primera parte titulada Los años de la peste, y que abarca el
periodo que va de 1976 a 1982; es decir, los años de la dictadura militar de
Jorge Videla en Argentina. Como en los libros anteriores, aquí también tenemos
un prólogo del propio Piglia, que le explica al lector parte del contexto en el
que se escribieron las páginas del diario. Como por ejemplo, que no se fue del
país porque mantenía una relación con una mujer que tenía un hijo y su exmarido
no dejaba que ella sacase al niño del país.
Las anotaciones de estos años 1976-1982 son bastante más escuetas que
las del volumen anterior; en gran parte, las notas se reducen a reflexionar
sobre las dificultades que le supone la escritura de una novela, que acabará
convirtiéndose en Respiración artificial, y en registrar los encuentros y
desencuentros con los escritores argentinos. Sus amigos de los años anteriores,
los escritores Manuel Puig y David Viñas, han dejado Argentina y por
tanto también las páginas del diario. Los he sentido como personajes que habían
desaparecido del libro injustamente. Aparecen, sin embargo, en estas páginas Andrés Rivera o Adolfo Bioy Casares y, lo que me ha sorprendido, un joven Alan Pauls: «Alan es muy inteligente y
escribe muy bien. Tengo con él la misma sensación que tuve cuando leí las
primeras cosas de Miguel Briante, que también a esa edad mostraba gran destreza
y un estilo notable. Sin embargo parece que Alan Pauls tiene mayor futuro,
Miguel terminó enredado en el mito del escritor precoz y le costaba mucho volver
a escribir. Alan, en cambio, es –o intenta ser, me parece a mí– más completo,
más culto, y se puede esperar de él lo mejor» (pág. 55). Miguel Briante aparecía mucho en el primer volumen de los diarios y
casi desaparece en el segundo; me alegra que Piglia hable de él otra vez aquí.
Tras leer el primer volumen compré Hombre en la orilla, el primer libro
de relatos de Miguel Briante, y aún lo tengo en casa sin leer. A ver si me
acerco a él.
En la página 32 terminan las anotaciones de 1976, exactamente el 12 de
diciembre, y el año siguiente, empiezan el 6 de julio. Mientras tanto, Piglia
ha pasado seis meses en la Universidad de California de San Diego. Imagino que
Piglia sí hizo anotaciones en su diario durante esos meses, pero éstas han sido
limpiamente sustraídas del diario. Como ya se comentó cuando aparecieron los
dos volúmenes anteriores, estos libros parecen haber sido muy revisados antes
de su publicación. Piglia unificó su estilo y debió de retirar de ellos las
anotaciones más personales. Aquí se vuelve a recordar la historia, por ejemplo,
de la mujer que le dejó porque descubrió a través de su diario que se había
liado con su amiga, algo que se correspondía con el segundo volumen. Esas
páginas incriminatorias no estaban allí para que el lector pudiera verificar la
historia. Creo que me habría gustado leer las páginas de California. De este
modo, sabiendo el lector que se encuentra ante un texto tan revisado, cuando en
la página 150 no existe una palabra y está sustituida por la expresión «(ilegible)», este detalle no parece más
que una coquetería auspiciada por el propio Piglia.
Sin embargo, lo que sí que está
aquí (las reflexiones de Piglia sobre el arte de la novela o de la escritura,
así como sus encuentros con colegas), sigue siendo muy interesante y valioso.
Como en los volúmenes anteriores, Piglia parece lamentarse de su destino de
escritor, que más de una vez le parece de un peso ridículo. «Durante toda mi
vida dejé todo de lado por la literatura, elegí la intemperie para preservar la
libertad de trabajo» (pág. 34). «¿No es increíble (pienso de pronto) que
durante veinte años haya encontrado, a pesar de todo, el impulso para escribir
estos cuadernos? Estas anotaciones cerradas que señalan el presente me han
sido, sin embargo, fieles años y años. Atraviesan mi vida como ninguna otra
cosa, mala escritura (en sentido moral) que no sirve para nada, que no vale
nada, que algún día habrá que tirar. ¿O me decidiré a pasarlos en limpio y a
correr los riesgos de encontrar mi estupidez?» (pág. 39).
Las anotaciones sobre la situación social de la dictadura son
relevantes: «Lo peor es la siniestra sensación de normalidad, los ómnibus
circulan, la gente va al cine, se sienta en los bares, sale de las oficinas, va
a los restaurantes, se ríe, hace chistes, todo parece seguir igual pero se oyen
sirenas y pasan a toda velocidad autos sin patente con civiles armados» (pág.
23); o «De todos modos, en secreto celebro no irme de aquí: estoy en la segunda
línea, los que estaban al frente murieron todos. Pronto los tiros llegarán a
esta trinchera…» (pág. 35).
En estas páginas aparece por primera vez en el diario Alberto Laiseca, un autor argentino por
el que siento curiosidad y del que creo que nunca ha llegado nada a España.
Esto escribe Piglia sobre él: «Ayer encuentro con Alberto Laiseca. Un raro
tipo, versión sajona de la cara de David Viñas, pero construyendo una obra
mitológica, ciencia ficción y delirio, quiere irse a vivir a Estados Unidos,
escribir en inglés, ser como Pynchon o como Philip K. Dick o Vonnegut. Pero es
muy pobre, un pobre que cuenta los fósforos y no ya los cigarrillos, desde
luego que no sabe una palabra de inglés, y sus lecturas son variopintas (como
diría él, que usa siempre esta clase de expresiones), lo que escribe es muy
bueno, tiene un estilo arisco muy fluido, por momentos casi un idiolecto. Vive
siempre amenazado (como muchos de nosotros en esta época), pero por otros
motivos esotéricos e íntimos. No puede ganarse la vida, en esto también se
parece a muchos de nosotros, pero en él es una imposibilidad casi majestuosa»
(pág. 65).
En este libro también aparece César
Aira, y no sale muy bien parado: «En una entrevista César A. dijo que yo
tenía cara de policía. Desde luego son tonterías, acusaciones, maniobras
costumbristas de la literatura vigilante, que sólo alegran a los graciosos del
“Premio Coca-Cola en las Artes y las Letras” que ganó Enrique F., promovido por
la cultura oficial para presentar a la nueva generación» (pág. 146).
Piglia por fin publica Respiración artificial en 1980, con un
buen contrato. La novela la leen Juan
Carlos Onetti, José Bianco o Jorge Luis Borges (en realidad se la
lee Bianco en voz alta) y recibe elogios. También se vende a buen ritmo. Todo
esto, que sitúa a Piglia en la primera línea de la literatura argentina,
tampoco parece hacerle feliz. De hecho, apunta que quiere dar aquí por
terminado su diario, porque a partir de este momento su vida se ha vuelto ya
demasiado pública y lo que le interesaba era retratar su formación como
escritor.
Entonces decide dar paso a la segunda parte del libro, titulada Un
día en la vida, donde crea una novela con el propio material del
diario. El libro se lee entonces con mayor sensación de continuidad y de prosa
trabajada, aunque –como es tradicional en Piglia– su narrativa tienda a la
dispersión de temas, pero también a la reflexión brillante. Algunas de sus
ideas sobre, por ejemplo, la película Pulp fiction son muy agudas.
La tercera parte de los diarios se titula Días sin fecha y creo que
aquí están las páginas más brillantes de este libro. El texto se ordena en
pequeñas unidades que funcionan como relatos, poéticos y filosóficos, de gran
intensidad. Se mezclan de forma atractiva la baja y la alta cultura. Se habla
por ejemplo de las series de David Simon
The
wire y Treme, que Piglia admira. También se habla aquí de la
publicación de Blanco nocturno, algo que ocurrió en 2010. También de la
jubilación de la universidad de Princeton y, por fin, tristemente, del avance
de la enfermedad que acabaría con su vida en 2017.
Tras terminar este tercer volumen de los diarios, creo que mi favorito
es el segundo, porque en él aparecían casi todos los escritores relevantes de
la década de 1960 y 1970 en Argentina. Pero, desde luego, lo recomendable sería
leer los tres libros seguidos. Estos diarios de Emilio Renzi se encuentran
entre las obras más importantes de Piglia y, por tanto, entre las obras más
relevantes que se han publicado en español en los últimos años.