Edición:Lumen, 2017Páginas:360ISBN:9788426403414Precio:20,90 € (e-book: 8,99 €)
Cinco mujeres con algo en común: la cárcel. No, no es una metáfora: delito, condena, celda. Más que en las intrigas, este libro se centra en el encierro, no exento de meditaciones sobre las faltas cometidas, sobre esa existencia previa que las condujo, a menudo de manera irremediable, a la infracción. Inma López Silva(Santiago de Compostela, 1978), una escritora de larga trayectoria en el ámbito gallego pero aún poco conocida en el panorama nacional, se inspira en el día a día en un centro penitenciario para construir su novela más reciente, Los días iguales de cuando fuimos malas, publicada en 2016 en su tierra y vertida por ella misma al castellano. Se trata de una historia coral e intimista, que se define por la introspección de los personajes femeninos, unos personajes que abarcan múltiples estratos y generaciones, con un nexo en común que va más allá de su condición de delincuentes: la soledad, las contradicciones, la relación siempre complicada con el amor y la maternidad. En este sentido, se puede situar junto a obras notables de la narrativa española contemporánea, como Atlas de geografía humana (1998), de Almudena Grandes, o Una palabra tuya (2005), de Elvira Lindo, Las cuatro presas, reunidas en la cárcel de A Lama (Pontevedra), podrían ocupar los titulares de la prensa: Margot, una gitana desterrada por su clan, prostituta en Vigo, detenida por robo; Valentina, una joven madre colombiana, pillada introduciendo droga en España; sor Mercedes, la más veterana, una monja que participó en un sonado escándalo años atrás; e Inma, una escritora (sí, otro pequeño juego de autoficción) que no había roto nunca un plato hasta que le salió una vena asesina. Podrían ocupar los titulares, decía, porque personajes como Margot o Valentina encarnan un estereotipo asociado a la delincuencia, pero el interés de la novela está en cómo la autora rompe el cliché al profundizar en ellas, en su psicología, sus orígenes, sus motivaciones; todo lo que no cabe en una noticia. La quinta protagonista es Laura, como la de Petrarca, una mujer nacida para la belleza, en la comodidad de la clase media, una mujer que iba para bailarina, pero terminó, y por voluntad propia, como funcionaria de prisiones. Es un acierto incluir a Laura, no solo por aportar el punto de vista de una trabajadora, sino porque, pese a ser libre e inocente (en teoría), su persona tiene un fondo obsesivo, perturbado, que pone en duda que el peligro real se encuentre encerrado entre rejas («en el patio hay menos malas que desgraciadas», p. 195). En el fondo, no es tan diferente de las reclusas.La acción comienza cuando la escritora ya ha salido del centro: escribe esta novela animada por su «amor», al que se dirige con un estilo confesional y le cuenta que ha perdido la confianza en su oficio («Antes escribir era ser libre. Ahora es solo darle vueltas a otro tiempo.», p. 97). Ella es la única que se expresa en primera persona; las demás surgen de sus manos, alternando capítulos, aunque en escenas puntuales la voz de la escritora interviene en sus relatos para juguetear con el desarrollo de sus historias, dilatar o avanzar acontecimientos y, de este modo, acrecentar la tensión. Inma López Silva es una narradora hábil, reflexiva, vivaz, irónica a ratos, salpicada tanto de referencias cultas (sobre todo clásicas) como de iconos de la cultura popular (desde el colorete Orgasm a cancioncillas infantiles). Domina las elisiones, los tempos, el momento preciso para revelar una información. Esto último se nota sobre todo en los personajes de Margot y la escritora, las que arrastran una mochila pesada, de secretos y pérdidas. Con Valentina, en cambio, se permite más ternura: a diferencia de las demás, piensa más en el futuro que en el pasado, tiene esperanza, y quizá por eso (y por su jovialidad juvenil) su historia resulta menos oscura. También merecen mención los nombres, muy bien elegidos: Margot, que se rebautizó cuando la desterraron, inspirada por el sueño de París; Valentina, valerosa y enamoradiza; Laura, la que esperaba una vida ligada al arte; sor Mercedes, el perdón, la misericordia; Inma, la escritora, como la autora misma.En la novela sobresalen dos grandes temas. En primer lugar, el hecho de llegar a ser: cómo y por qué han terminado estas mujeres en prisión, qué cables se cruzaron en su camino. No es tanto una aproximación a la violación de la ley, al mal o el delito (de hecho, la autora se muestra tan empática que incluso se le puede reprochar un exceso de amabilidad, de, si no justificar, sí al menos comprenderlo todo) como una reflexión sobre el determinismo social y sus paradojas. Determinismo, porque resulta difícil escapar de ciertos entornos (Margot, Valentina) o salir indemne de experiencias traumáticas (Inma, sor Mercedes). Paradojas, porque a personajes como Inma o Laura les esperaba una vida distinta, pero incluso quien no se ve empujado por la necesidad puede desviarse del rumbo aceptado por la sociedad; y esto, el contraste entre las expectativas y la realidad, no solo atañe a quien está encerrado. Tampoco falta la hipocresía de la religión, de la mano de una devota y nada arrepentida sor Mercedes («nunca fue tan buena como cuando era absolutamente libre e invirtió su libertad en ser una delincuente», p. 208). Hay una voluntad de reducir la distancia entre las presas y el lector, de destruir los estereotipos en pos de la complejidad. Tiene, por lo tanto, una dimensión sociológica interesante, enriquece nuestra perspectiva sobre lo que nos rodea. El segundo tema importante es la maternidad: «Ahí empezó todo. Siempre empieza así. Alguien dice «mamá» y dejas de ser quien creías que eras» (p. 331). Todas mantienen una relación problemática con ello, sean madres o no (cabe preguntarse hasta qué punto ha influido la maternidad de la autora, que ya abordó el asunto en el ensayo Maternosofía, de 2014). Valentina, separada de su hijo por su entrada en prisión, pone de relieve la situación de las madres encarceladas, que en su caso se agrava por su condición de inmigrante sin familia en España. Valentina, además, representa la vulnerabilidad de la chica que experimenta un embarazo no deseado en un entorno opresivo y sin recursos: toda la responsabilidad para ella, el niño como una «carga» añadida para cualquier reto que se proponga (lo que no quita que lo quiera con locura). Margot asimismo está alejada de su hijo, no por la cárcel, sino por las consecuencias del destierro gitano; una cultura en la que, tal como se plantea en la novela, la tradición más feroz convive con una voluntad de emancipación que lucha por abrirse paso. En medio están las mujeres como la madre de Margot, que, pese a permanecer arraigada en el colectivo, no se olvida de su hija; fiel reflejo de la madre abnegada. Laura, por su parte, vive encallada en un amor frustrado que condiciona sus deseos de ser madre. Inma, ya libre, no se siente buena madre. Incluso sor Mercedes, que cumple el voto de castidad, está marcada por esta cuestión, empezando por una progenitora a la que no llegó a conocer.
Inma López Silva
Los días iguales de cuando fuimos malas podría describirse como una novela de cinco soledades (femeninas) que comparten espacio. Porque, más que la interacción entre ellas (que la hay, y en ocasiones clave), el foco está puesto en el interior de cada una, en lo que vivieron, en lo que viven y en lo que esperan (o no) vivir. Un interior hecho, en efecto, de soledad, pero también de desgracias, abulias, heridas mal curadas, desencantos. Y, pese a lo tétrico que parece todo, el estilo de Inma López Silva tiene la chispa necesaria para que la obra no resulte demasiado apesadumbrada. No se trata de escribir una novela cómica, sino de narrar con gracia y agudeza una realidad desdichada, de encajar vidas diversas que en una etapa comparten hábitat. Estas páginas evidencian aquello de que cada persona es un mundo: con cada mujer nos adentramos en un ambiente, unas raíces, unos personajes y unos hechos decisivos en su devenir, que a veces estuvieron allí durante largos años y a veces solo un ratito, aunque dejaron su huella. En definitiva, una gran novela de personajes, escrita por una narradora consumada, que indaga con hondura y perspicacia en las zonas (físicas y psíquicas) menos acogedoras de nuestra sociedad.