La historia es de Kaori Ozaki, una autora desconocida hasta la fecha en nuestro país y con pocas series a sus espaldas. A destacar Meteor Methuselah, también conocida como Inmortal Rain, que suma 11 tomos además de una precuela y un par de historias alternativas. Aparte de dicha serie y sus derivados apenas tiene cuatro tomos más publicados, siendo éste el último de todos ellos que vio la luz en 2013.
Argumento: Las chicas de la clase ignoran a Natsuru Nanao desde que éste le dio calabazas a la princesa mimada. No es que le importe demasiado, tiene el fútbol y amigos, así que le es indiferente. Por eso, queda sorprendido cuando Rio Suzumura rompe la costumbre de no hablar con él justo antes de las vacaciones.
Ese mismo día, de regreso del colegio, recoge a un gatito abandonado y se lo lleva a casa, pero no se lo puede quedar por la terrible alergia de su madre. Sin saber qué hacer con él, se cruza con Suzumura, cuyo hermanito pequeño, Yûta, estaría encantado de quedárselo y ella acepta a cambio de que Nanao corra con los gastos del minino. A partir de ese encuentro, el joven descubrirá los tristes secretos que guarda Suzumura durante su último verano en primaria.Contar algo más allá del argumento es difícil cuando la historia es tan breve y hay un impactante giro de guión al acabar el tercer capítulo. No sé si habré sido la única cegata que no lo habrá visto venir, aunque sí que es evidente que había algo oscuro, pero no me supe adelantar a lo que iba a ser a pesar de las pistas que deja la autora. A partir de ese momento, la historia pega un salto cualitativo y se clava muy hondo, haciendo que hasta el final sea imposible despegarse de sus páginas. Sin embargo, la historia engaña, pues tiene un comienzo sencillo y ligero. Todo parece apuntar a un romance infantil cuco y sin muchas pretensiones... pero ésa es la primera impresión que se va desdibujando según vamos descubriendo junto a Natsuru los secretos de Rio y su hermanito. Lo que al final se muestra en este tomo es la crudeza en la vida de unos niños que deben madurar muy pronto, aunque sigan siendo pequeños y haya situaciones que se le vayan de las manos.
Al acabar el tomo, con un final abierto a la imaginación de quien lee (¿cumplirán lo que se dicen en la última página o será otra mentira más?), la sensación global es de tristeza, agridulce. Es un tomo que refleja muy bien la maduración de los niños al descubrir las mentiras de los adultos. De hecho, todo el tomo gira alrededor de las mentiras en mayor o menor medida, y de todo tipo: las hay piadosas o las hay de puro engaño, las hay para proteger a otra persona o al que las dice. Más que otra cosa, yo diría que son las mentiras las que hilan la historia, y es que hasta los dioses mienten.
¿Y lo malo? Sinceramente, poco o nada le encuentro de negativo. Quizás le habría venido bien tener un tomo más, tanto para desarrollar el final de una manera más pausada como para dejar que el pequeño Yûta tuviese un espacio para mostrar su visión de lo que sucede, se me ha quedado un poco desaprovechado. Del mismo modo, habría preferido un final más cerrado que, en vez de dejar una sensación agridulce, con los malos ratos que pasan los protagonistas, fuese directamente dulce. Se lo merecían.Los dioses mienten es un tomo intimista, cargado de sentimientos que se transmiten con fuerza y llegan, haciendo que la lagrimita esté a punto de salir o se derrame en inundación. La historia conmueve al mismo tiempo que critica actitudes superficiales, el egoísmo de los adultos o la ceguera a los problemas de los hijos. Pero sobre todo, habla de maduración, del primer amor y de la felicidad de las pequeñas cosas. Como decía, una joyita recomendable para cualquiera a quien le gusten las historias hechas con sensibilidad y emoción, pero alejadas de melodramas baratos. Una historia preciosa que se quedará dando vueltas en la cabeza y que, seguramente, disfrutaré más y más con cada relectura. En serio, no os la perdáis.