Cuando comencé la carrera de psicología, allá por el siglo pasado (qué lejos suena eso y qué vieja me hace sentir), una docente nos aconsejó que no perdamos nunca, bajo ningún concepto, nuestra capacidad de asombro.
En la práctica clínica uno ve infinidad de conflictos: crisis existenciales, angustias intensas y duraderas que producen un corte con la realidad, ansiedad frente a estímulos inexistentes (para los demás, puesto que para quien los sufre son de gran envergadura), miedos que llegan a paralizar la vida, rigidez ante diversos puntos de vista, negación y empecinamiento en repetir conductas autodestructivas…
Y te preguntarás, ¿qué tendrá que ver todo esto con Cafetera de Letras, la escritura o la lectura? Pues, si hacemos el ejercicio de leer nuevamente el párrafo anterior desde la perspectiva del difícil oficio de ser escritor (o aprendices de ello), ¿no te identificas? Un escritor de mis tierras, Eduardo Galeano, compartió una interrogante que conduce a una profunda reflexión: «¿Para qué escribe uno sino es para juntar sus pedazos?».
En mi caso, la escritura ha sido, por momentos, casi una intervención quirúrgica al desmembrarme en partes insalubres. Ha tejido y reconstruido órganos para que continúen integrados a la totalidad de mi cuerpo. Ha sido una operación a corazón abierto, con una larga y difícil recuperación. Eso sí, de un modo u otro, la persona que se es después nunca es la misma que la arribada a ese quirófano que es nuestro entorno de escritura.
Galeano parece hacer referencia a pedazos existenciales, psicológicos, emocionales e históricos, todos fragmentos de nuestra existencia. A veces, como escritores, nos sorprendemos con los hilos invisibles que van conectando nuestra historia; porque aunque escribamos ficción, siempre hay algún componente autobiográfico. Y es que la objetividad no existe porque no somos objetos. Somos seres humanos definidos por nuestras subjetividades. Vamos tejiendo con palabras nuestra historia, a través de los personajes que elegimos y con la trama que les creamos.
Herta Müler, escritora rumano-alemana, en una entrevista se interrogó a sí misma: «¿para qué escribir, si no existe una necesidad interior?». A menudo esa necesidad tiene que ver con la biografía, con las experiencias, con lo que se ha vivido. El ser humano es un proyecto inacabado que siempre está en búsqueda, y en este proceso nos perdemos, nos encontramos, nos volvemos a perder y reencontrar, siendo la constante el cambio y la renovación.
El camino del escritor es el mismo, puesto que buscamos un sueño, una utopía, un mensaje que transmitir, una obra que trascienda y deje un legado, aunque sea a una sola persona. Así le encontramos sentido a lo que hacemos, a quienes somos.
Y en la necesidad de la escritura también juegan un papel fundamental las emociones: ¿Escribo ante la angustia, desde el dolor? o ¿lo hago desde la dicha y la alegría? ¿Escribo cuando siento que me estoy perdiendo y así intento encontrarme? o ¿recorro este camino cuando he llegado a un encuentro interior profundo y me libero para poder comunicarlo? ¿Escribo para desapegarme del mundo y así evitar momentos dolorosos de la vida cotidiana? o ¿me sumerjo en el mundo de las palabras para disminuir mis ansiedades, mis angustias, y poder volver a los vínculos en armonía y más cercano al eje de la tranquilidad?
Sea como sea nuestro camino en la escritura, siempre va a ser único, irrepetible, singular y constantemente nuevo. La transformación es día a día. También lo es nuestro recorrido, porque podemos iniciar una escritura con una determinada motivación y emocionalidad, sin embargo, pasado un tiempo, veremos que las mismas han cambiado y estamos en otro plano, que, aunque diferente, forma parte del mismo camino.
Sobre las motivaciones, así como la inspiración para escribir, las podemos encontrar de manera intrínseca (mejor porque no dependen de nadie ni de ningún factor externo) o extrínseca. Es válido buscar musas en el contacto con la naturaleza, la danza, la música, el silencio, el bullicio, el café, el mate (yo sin mate no escribo), la ensoñación, las palabras dirigidas a otros pero que resuenan en nuestro interior, los recuerdos, la nostalgia, la contemplación, los estados anímicos, la lectura o escritura de otros, la pintura, el dibujo, las mascotas, y todo aquello que te inspire a dejar un legado a través de la palabra escrita.
En tu caso, ¿qué te lleva a escribir?, ¿para qué o quién escribes?, ¿escribes a partir del dolor o la plenitud?, ¿qué buscas con la escritura?, ¿has perdido tu capacidad de asombro? Todo aquello que quieras compartir con nosotras será bienvenido. Entre todos podemos enriquecernos y ayudarnos. Así que me despido, no sin antes agradecerte por leerme, ¡pues no será la última vez! No olvides compartir y comentar.
¡Uy, uy, uy! No sé a ti, pero yo me quedé pensando. Como buena psicóloga, Ana Claudia nos pregunta qué es lo que realmente nos lleva a adentrarnos en el mundo de las palabras. Pero también nos hace ver que este mundo tiene caminos en constante evolución, que transmutan y se diversifican, que nos hacen cuestionarnos quiénes somos y hacia dónde vamos.
Hay mucho que decir, pero son pocas las palabras que me salen en estos momentos. ¿Qué te pareció esta primera colaboración? ¿Hay algún otro tema (relacionando las letras con la psicología) que quieres que Ana Claudia escriba? ¡Aprovecha esta oportunidad para interactuar, compartir, comentar y salir de dudas! Nos vemos la próxima semana.