Me encanta nadar, aunque no siga habitualmente las competiciones de natación. Lo mismo podría decir del ciclismo o del hockey. El tenis, en cambio, además de jugarlo, lo disfruto como espectadora. Durante las olimpíadas sigo las carreras, saltos y demás pruebas atléticas.
Pues bien, con el fútbol no había podido nunca.
Soy de una generación de mujeres para quienes el fútbol era como Soberano, cosa de hombres (anda que no era machista la campaña). A pesar de que hace tiempo que hay equipos de fútbol femenino y muchísimas mujeres van a los estadios, el soniquete de la radio los domingos, los gritos en los bares y pubs, los tíos, disfrazados con gorritos y bufandas, las "hordas" saliendo de los estadios enfervorizados, son todas imágenes que asocio irremediablemente al universo masculino. Me resultaba incomprensible que 11 tipos en pantalón corto corriendo detrás de una pelota pudieran suscitar tanto entusiasmo.
Hace unas dos semanas me senté frente al televisor con un libro mientras mi chico veía el partido del Barça frente al Arsenal - y de pronto me encontré dejando a un lado el libro para seguir el partido. Como si de la conversión de San Pablo se tratara, se obró en mí el milagro. Una semana después estaba nuevamente frente a la tele viendo el partido de vuelta.
¡Me gusta el fútbol!
Rectifico: me gusta el Barça. Me gusta Guardiola porque es educado y estiloso, pero sobre todo, me gusta Messi. Messi con su cara de buen chico que sigue hablando con acento de Rosario aunque lleve en Barcelona media vida. Messi que se convierte en una pulga espídica cuando toca la pelota y que no ha perdido ese aire de pibe sano de provincia. Messi, que mal que le pese a Maradona, parece haber sido capaz de llegar a la cima sin vender su alma al diablo.
Lo siento por los seguidores del Madrid, pero espero que mañana Messi consiga que Floren pierda definitivamente el tino.