Allá, muy lejos en Monomotapa, había dos amigos verdaderos. Todo lo que poseían era común entre ellos. Esos son amigos; no los de nuestro país. Una noche que ambos descansaban, aprovechando la ausencia del sol, uno de ellos se levanta de la cama todo azorado, corre a casa de su compañero, llama a los criados. Morfeo reinaba en aquella mansión. El amigo dormido despierta sobresaltado, toma la bolsa, toma las armas, y sale en busca del otro. —¿Qué pasa? -Le pregunta-: ¿no acostumbráis a ir por el mundo a estas horas? ¿empleáis mejor el tiempo destinado al sueño?. ¿Habéis perdido en el juego vuestro caudal? ¡Aquí tenéis oro!. ¿Tenéis algún lance pendiente? ¡Llevo la espada, vamos!. ¿Os cansáis de dormir solo? A mi lado tengo una esclava muy hermosa: la llamare, si queréis...
—No, -contestó el amigo-; no es nada de eso. Soñaba que os veía, y me pareció que estabais algo triste. Temí que fuese verdad, y vine corriendo. Ese pícaro sueño tiene la culpa.
- Moraleja