Revista Cultura y Ocio

Los dos primeros presidentes de la I República: Figueras y Pi y Margall

Por Manu Perez @revistadehisto

El catalán y barcelonés, Estanislao Figueras y Moragas (1819-1882), fue el primer presidente del Poder Ejecutivo durante la I República. Abogado. Perteneció a los partidos progresista, demócrata y jefe de la Unión Republicana Federal[1].

Formó un gobierno pactado entre los radicales y los republicanos federales e integrado por tres republicanos, que luego fueron presidentes de la República: Emilio Castelar en Estado; Francisco Pi y Margall en Gobernación; y Nicolás Salmerón en Gracia y Justicia, más otros ministros radicales. Tenía fama de blando; dicen que su mujer le obligaba a rezar el rosario y que solía decir yo no mando ni en mi casa. El 11 de febrero de 1873 fue elegido Presidente, y al día siguiente, la Diputación de Barcelona proclamó el Estado Catalán, que volvió a ser proclamado el 8 de marzo, aprovechando un intento de golpe de estado de los radicales. Los partidarios del régimen anterior intentaron otro golpe, el 23 de abril, pero fracasaron. Paradójicamente los mismos republicanos federales estaban en contra de su partido; se había incluido a ministros radicales.

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Estanislao Figueras

El primer gobierno de la República tuvo que afrontar una situación económica, social y política muy difícil: un déficit presupuestario de 546 millones de pesetas, 153 millones en deudas de pago inmediato y solo 32 millones para cubrirlas; el Cuerpo de Artillería había sido disuelto en el momento de mayor virulencia de la Tercera Guerra Carlista y de la guerra contra los independentistas cubanos, para las que no había suficientes soldados, armamento, ni dinero; una grave crisis económica, coincidente con la gran crisis mundial de 1873 y agudizada por la inestabilidad política, que estaba provocando el aumento del paro entre jornaleros y obreros, lo que estaba siendo respondido por las organizaciones proletarias con huelgas, marchas, concentraciones de protesta y la ocupación de tierras abandonadas. Hubo casos en que los soldados hacían bailar a los oficiales.

Pero el problema más urgente que tuvo que atender el nuevo gobierno fue restablecer el orden, que estaba siendo alterado por los propios republicanos federales, que habían entendido la proclamación de la República como una nueva revolución y se habían hecho con el poder por la fuerza en muchos lugares, donde habían formado “Juntas revolucionarias” que no reconocían al gobierno de Figueras, porque era un gobierno de coalición con los antiguos monárquicos y tildaban de tibios a los “republicanos de Madrid”.

El gobierno de Figueras firmó solemnemente el cese del servicio militar obligatorio, y creó el servicio voluntario en el que los soldados recibieron una peseta diaria y un pan. Estableció el Cuerpo Voluntarios de la República, en el que se cobraban 50 pesetas y un salario diario de dos pesetas más un chusco diario y, planteó la abolición de la esclavitud en Cuba y Puerto Rico.

Sólo trece días después de haberse formado el nuevo gobierno se encontraba bloqueado por las diferencias que existían entre los ministros radicales y los republicanos por lo que el presidente Figueras presentó la dimisión a las Cortes el 24 de febrero.

Esta situación fue aprovechada por el líder de los radicales y presidente de la Asamblea Nacional, Cristino Martos, para intentar un golpe de Estado que desalojara del gobierno a los republicanos federales y le permitiera formar uno exclusivo de su partido que diera paso a una república liberal-conservadora. Martos, de acuerdo con el gobernador civil de Madrid, ordenó a la Guardia Civil que ocupara el Ministerio de la Gobernación y el de Hacienda y que rodeara el Palacio del Congreso de los Diputados donde fue elegido por sus compañeros de partido, nuevo presidente del Poder Ejecutivo. Pero esta maniobra no tuvo éxito gracias a la rápida actuación del ministro de la Gobernación, Pi y Margall, que movilizó a la guarnición de Madrid y a los Voluntarios de la República que consiguieron contrarrestar el golpe. Así se formó el segundo gobierno de Figueras del que salieron los ministros radicales.

Cristino Martos intentó un nuevo golpe de Estado con el mismo objetivo de formar un gobierno exclusivamente radical, esta vez presidido por su compañero de partido, Nicolás María Rivero, y que contaba con el apoyo del general Serrano, líder del monárquico partido constitucional. Pero en el último momento los diputados radicales seguidores de Rivero, temerosos de que la formación de un gobierno radical provocara un levantamiento de los republicanos “intransigentes” que podría conducir a una guerra civil, no apoyaron la iniciativa de Martos y votaron a favor de la disolución de la Asamblea. Martos dimitió de su cargo de presidente de la Asamblea dos días después.

Presidiendo un Consejo de Ministros, Figueras, harto de debates estériles y de intentos de golpes de estado, llegó a gritar en catalán:

Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros! (sic).

En cuanto se reunieron las Cortes Constituyentes, Estanislao Figueras devolvió sus poderes a la Cámara y propuso que se nombrara nuevo presidente del Poder Ejecutivo a su ministro de Gobernación, Francisco Pi y Margall, pero los intransigentes se opusieron y lograron que Pi desistiera de su intento de formar gobierno, por lo Figueras quedó encargado de formarlo. Entonces Figueras tuvo conocimiento de que los generales “intransigentes” (cantonalistas) Juan Contreras y San Román y Blas Pierrad preparaban un golpe de estado para iniciar la República federal al margen del Gobierno y de las Cortes, lo que le hizo temer por su vida, sobre todo después de que Pi y Margall no se mostrara muy dispuesto a entrar en su gobierno. El 10 de junio, Figueras, presa del pánico, huyó a Francia: dejó disimuladamente su dimisión en su despacho en la Presidencia, se fue a dar un paseo por el parque del Retiro y, sin decir una palabra a nadie, tomó el primer tren que salió de la estación de Atocha. No se bajó hasta llegar a Paris. Su presidencia finalizó el 10 de junio de 1873: duró cuatro meses.

Segundo Presidente: Francisco Pi y Margall (9 de junio al 18 de julio de 1873)

Con la dimisión de Figueras, las Cortes Constituyentes eligieron al nuevo gobierno, en el que Francisco Pi y Margall (1824-1901), fue nombrado Presidente del Poder Ejecutivo, el 13 de junio. También era barcelonés. Doctor de derecho por la Universidad de Madrid. Era un hombre estrafalario, “corto de estatura como de apellido”, pobre, pero muy honrado. Según Ortega y Gasset, “la popularidad de Pi y Margall, hombre excelente pero de dotes escasísimas, se nutría de los ridículos desplantes de ascetismo a que solía entregarse”. Su doctrina del federalismo y de la “soberanía del hombre” influyó mucho en la naciente ideología del anarquismo catalán.

Durante su presidencia impulsó el proyecto de la Constitución de 1873, conocida como la “nonata” porque nunca llegó a entrar en vigor. No obstante, el nuevo Presidente recogió un programa amplio de reformas entre las que destacaron: reparto de tierras entre colonos y arrendatarios, restablecimiento del uso del Ejército como medida de disciplina, separación entre la Iglesia y el Estado, abolición de la esclavitud, enseñanza obligatoria y gratuita, limitación del trabajo femenino e infantil, ampliación de los derechos de asociación, favorable a las nuevas asociaciones obreras y reducción de la jornada de trabajo. Era antimilitarista y prefería las milicias a los Ejércitos.

Francisco Pi y Margall

Pi y Margall defendió la Constitución federal de 1873 y su programa de reformas contra viento y marea, sin embargo, el proyecto federalista que quería impulsar prefirió hacerlo de arriba-abajo en vez de abajo-arriba, como había defendido siempre:

La Federación de abajo arriba era entonces imposible: no cabía sino que la determinasen, en caso de adoptarla, las futuras Cortes, el procedimiento, no hay que ocultarlo, era abiertamente contrario al anterior, pero el resultado podía ser el mismo.

Frente a la federación de cantones, Pi y Margall defendía una República Federal proclamada por ambas cámaras de las Cortes Constituyentes. Al final, su programa no lo pudo poner en práctica, quedando reducido a “orden y progreso”. Se le echaba en cara que no gobernaba, salvo “mesarse las barbas”.

Convencido federalista, parecía que su reino no era de este mundo; se discutía en las Cortes si María solo tuvo a Jesús, o engendró más hijos, mientras la guerra de Cuba arreciaba, la guerra carlista y los levantamientos revolucionarios y cantonales destrozaban el país. Antes de que se votara una República Federal, ni que determinase el número y las condiciones de los estados federados, ni cuáles serían sus atribuciones con el poder central, se declararon las repúblicas independientes de Cataluña, Málaga, Cádiz, Sevilla, Granada, Jaén, Valencia, Castellón, Alcoy, Algeciras, Almansa, Andújar, Bailén, Motril, Salamanca, Tarifa y Torrevieja. La de Granada declara la guerra a la de Jaén, la de Jumilla amenaza a todas las naciones vecinas, incluso a la murciana. Un pequeño pueblo entre Toledo y Ciudad Real, Camuñas, se declara, como otros muchos, independiente y soberano. El cantón más tenaz fue el de Cartagena, donde al caudillo huertano Antonio Gálvez Arce, conocido como Antoñete, se apoderó de la plaza y de la escuadra; ordenando desde el puente de la Numancia el abordaje de las naves leales al gobierno – “¡a toa máquina!” – Posteriormente encabezó una marcha sobre Madrid que logró llegar hasta las puertas de Albacete, en Chinchilla.

Los cantonalistas cartageneros tomaron el castillo de Galeras. Izaron una bandera roja y dieron un cañonazo como señal previamente acordada, para indicar a la fragata Almansa que se habían tomado las defensas y podían sublevarse junto al resto de la escuadra. En realidad, a falta de una bandera roja por completo, se izó una bandera turca. Enseguida se retiró la bandera, y a falta de pintura roja, y para evitar confusiones que lleven a pensar que habían perdido el control del castillo, un sublevado se cortó en el brazo voluntariamente y con su sangre tiñó la media luna y la estrella. El capitán general, al conocer lo sucedido, transmite a Madrid su famoso telegrama: “El castillo de Galeras ha enarbolado bandera turca”. Antoñete apasionó a la marinería con su inflamada oratoria y se apoderó de la escuadra fondeada en el puerto, que en ese momento se componía de lo mejor de la Armada. Con la flota en su poder sembró el terror en la costa mediterránea próxima, y fue declarado “pirata y buena presa” por decreto del gobierno republicano. Ya en tierra, dirigió una marcha sobre Madrid que fue desbaratada en Chinchilla. El cantón de Cartagena acuñó moneda propia, el duro cantonal, y resistió seis meses de guerra e independencia de facto.

Dos fragatas cantonales, la fragata de hélice Almansa y la fragata blindada Vitoria, salieron de Cartagena “hacia una potencia extranjera” (es decir, a Almería), para recaudar fondos. Al negarse la ciudad a pagar, fue bombardeada y tomada por los cantonalistas, quienes se cobraron ellos mismos el tributo. El general Contreras, al mando de la flota, se hizo rendir honores al desembarcar, curiosamente al son de la Marcha Real. A continuación, repitieron la hazaña en Alicante y, de vuelta a Cartagena, fueron apresados como piratas por las fragatas acorazadas HMS Swiftsure y SMS Friedrich Carl, británica y alemana respectivamente, al ser avisados esos países por el Gobierno Central del problema cantonal en España.

Con la indisciplina militar rampante y paralizada por la inhibición suicida del gobierno – la presidencia de la República y la del gobierno se identificaban -, los generales, desesperados, no sabían que hacer para acabar de una vez con los efectos y las causas de tamaño desmoronamiento. No es de extrañar, por tanto, que el general Martínez-Campos se preguntaba la razón de que los carlistas no hubieran triunfado de una vez por todas en aquella gran ocasión; muchos oficiales se pasaron al bando de Carlos VII, donde encontraron a compañeros militares y políticos y donde había menos desbarajuste. Pi y Margall, sin controlar la situación, dijo hablando del cantón de Cartagena:

No hay más que dos caminos, o la política de resistencia o la de concesiones. Yo declaro desde el banco del gobierno que soy partidario para mis correligionarios levantados en Cartagena y en cuantos puntos puedan levantarse (!!!), de la política de concesiones.

A pesar de todas las reformas promulgadas y la propuesta de Constitución, los acontecimientos sobrepasaron a Pi y Margall. En algunas comunidades, viendo que el trámite legal de las medidas propuestas a favor del federalismo era muy lento, se declararon independientes adoptando su propia política, su propia policía, su propia emisión de moneda, levantando nuevas fronteras, leyes particulares, etc. Así surgió el cantonalismo que causó un gran problema a la República. Su política desde el Gobierno le acarreará, no solo las críticas de la derecha por ser el padre intelectual del cantonalismo, sino también de los republicanos unitarios y de parte de la izquierda, que le consideró un legalista miedoso que no supo proclamar la República Federal, por decreto, sin esperar a las Cortes Constituyentes.

Ante este panorama, dimitió de su cargo el 18 de julio de 1873, tras largas e inútiles negociaciones, para no tener que utilizar la represión gubernamental contra los insurrectos cantonalistas. Su gobierno había durado 37 días, del 9 de junio de 1873 hasta el 18 de julio del mismo año.

Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es

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Bibliografía:

DE LA CIERVA, RICARDO. Historia total de España.

PÉREZ GALDÓS, BENITO. La Primera República.

LOZOYA, MARQUÉS DE. Historia de España.

[1] El término “federal” se entendía entonces como un camino abierto a la descentralización respecto al Gobierno Central. Esto se hizo de un modo arbitrario, puesto que no se había determinado aún que territorios habían de formar cada cantón.

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