El drágon es uno de los seres fantásticos que más pasiones despierta. Caraterizado como una criatura de enorme poder, grande y fiera, es representante de la fuerza y lo poderoso. La palabra que le da origen, «Drakos», significa «Serpiente» en griego antiguo, y en efecto, muchos dragones son una especie de gran serpiente (o mejor dicho, entre serpiente y lagarto) con cabeza, piel de escamas y cortas patas acabadas en garras… sin contar con las alas que poseen los ejemplares voladores.
A lo largo de la historia ha sido temido, pero a la vez en muchas culturas se le adoraba como un dios. Así, es lógico que en la mitología occidental el matador de dragones haya sido un personaje recurrente, un héroe que salvaba a su pueblo de los males que un dragón traía consigo.
Los dragones de Europa arrojaban fuego, envenenaban las aguas y raptaban doncellas (o esto era lo que decía de ellos para que se les considerara un enemigo común con el que todos desearan acabar).
En Asia también consideraban a los dragones como criaturas que poseían un inmenso poder, pero que lo utilizaban, generalmente, en beneficio de todos, por ejemplo, proporcionándoles la lluvia y con ella la fertilidad de las tierras. Algunos llegaban a ser venerados como dioses y se daba el caso de que algunos nobles asiáticos afirmaran que sangre de dragón corria por sus venas y las de su familia.
Ya fueron europeos o asiáticos, todos los cronistas coinciden en afirmar que los dragones eran tan antiguos como el propio mundo, criaturas que surgieron de las mismas entrañas del caos con el nacimiento de la Tierra y el cielo. Su imagen cambia según las épocas y el lugar, pero suelen tener unas características generales en común: una bestia serpentina con una piel de escamas que actuaba como la mejor de las armaduras (de hecho, cada vez que un ejemplar era muerto, se entraba en la disputa de quién se quedaría con la piel para usarla como armadura o escudo impenetrables), y unas armas mortíferas como eran su aliento (ya fuera en forma de fuego o de aire helado), sus garras y su misma sangre, que resultaba un ácido muy potente al contacto humano. También se les relaciona con una vista excepcionalmente aguda y, según algunos relatos antiguos, una mirada que era capaz de fulminar a sus adversarios.