Con Los enamoramientos, mi experiencia ha tenido algunos puntos en común con el reciente visionado de La gran belleza. Ambas son obras que han tenido una gran repercusión crítica y de público en un pasado reciente y ambas han sido calificadas de obra maestra por numerosas voces. Pero (y la impresión es más acentuada en el caso de Marías), mi impresión es que en el actualidad se abusa demasiado del término. Parece como si el mercado, ese ente omnipresente que lo domina todo, necesitara clásicos instantáneos, cuantos más mejor, éxitos fulminantes de taquilla y de ventas con un halo de prestigio que las convierta en obras incontestables.
Inicé la lectura de la novela de Javier Marías con la devoción de quien sigue fielmente todos los domingos la columna semanal que publica en la revista de El País. Bien pronto las expectativas se fueron desinflando, hasta transformarse en una importante decepción. Narrada desde un punto de vista femenino, Los enamoramientos parte de una anécdota - la existencia de una pareja casi perfecta, que es observada casi a diario por la protagonista, en la que el miembro masculino de la misma muere asesinado absurdamente - para contar una historia que quiere acercarse a las complejidades del alma humana, a las mezquindades que un hombre puede cometer para aplacar sus deseos insatisfechos, pero que finalmente deviene en una narración banal adornada por muchos abalorios. Porque si de algo abusa Marías es de unas diálogos que acaban convirtiéndose en largas parrafadas artificiosas en las que los personajes reflexionan sobre lo divino y lo humano como si fueran auténticos filósofos de la Grecia antigua.
La prosa del autor de Todas las almas, es excelente, pero en esta ocasión no está al servicio de una buena estructura narrativa. Más bien al lector puede parecerle en ocasiones que la obra, sin salir nunca de su argumento principal, se estira de manera artificial desarrollando en demasía todas sus posibles aristas. E incluso trata algunos asuntos que, aún siendo de interés, se salen por completo de la trama sin aportar nada a la misma, como cuando se habla prolijamente de las interioridades del mundillo editorial en el que trabaja la protagonista o la gran broma privada que se permite Marías con la presencia como personaje del filólogo Francisco Rico. Mayor interés supone la referencia continuada a dos grandes obras de la literatura: El coronel Chabert, de Honoré de Balzac y Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, que se insertan bien en las materias que el autor intenta desarrollar.
Pero lo que realmente lastra la lectura de la novela es la voz en primera persona de la testigo-protagonista, una mujer muy pasiva que deja que los acontecimentos transcurran a su alrededor sin apenas intervenir, incluso cuando la materia de estos son sus más íntimos sentimientos (uno de los enamoramientos del título). No es una voz muy convincente, ni un personaje que pueda ser abanderado de la sensibilidad femenina. Así pues, Los enamoramientos, dotada de un sentido de la profundidad mal planteado, es una novela fallida, cuyo argumento bien podría haber sido la materia prima de un estupendo relato.