La nueva novela de Javier Marías, "Los enamoramientos", sigue la estela de la prosa perfecta a la que nos tiene acostumbrados: después de haber escrito joyas como "Mañana en la batalla piensa en mí", "Tu rostro mañana" o "Corazón tan blanco", el listón no puede estar más alto. Es ya muy difícil mejorar, quiero decir.
Estamos ante el que probablemente sea el mejor escritor vivo en lengua castellana -mucho más reconocido fuera que dentro de España-. Como lectora me siento afortunada y feliz de poder disfrutar de este genio en vida -lo que supone la posibilidad de esperar con ilusión y ganas cada vez un nuevo trabajo suyo, o los artículos de opinión semanales- y de poder apreciar su literatura en el mismo idioma en el que originalmente está escrita.
Al igual que sus otras novelas, “Los enamoramientos” no está repleta de acontecimientos y por lo tanto lo de menos es saber qué pasa, Javier Marías no necesita eso. Él extiende al máximo el instante, analiza con precisión y sin prisa cada detalle dotando a sus palabras del ritmo, la musicalidad, la rima interna y la genialidad que constituyen su sello personal.
La literatura de Marías (aparte de ser maravillosa) es un reflejo fiel de la vida: sus narradores no son omniscientes, como no lo podemos ser nunca nadie. Ellos asisten a los acontecimientos, forman parte de ellos, actúan en consecuencia... pero no pueden saber nunca, por ejemplo, qué piensan los demás, o qué hacen cuando no están delante de ellos: esto solo pueden suponerlo. La trama, por tanto, es un elemento secundario, un mero tablero o escenario en el que interactúan los personajes; ni siquiera se trata de desvelarlo todo (quién es el asesino, qué pareja se forma o cuál acaba rota, cuáles son las causas de los hechos) sino más bien, de mostrar las motivaciones que impulsan a actuar a los personajes; la incongruencia entre lo que decimos o hacemos y los pensamientos más íntimos que permanecen ocultos. Nada es totalmente blanco ni negro y al final a uno le configuran las circunstancias en las que se va viendo envuelto.
En esta novela volvemos a encontrar personajes que ya conocemos por otros relatos, son los mismos que protagonizan escenas en otras novelas o cuentos: para los lectores de Marías esto es un regalo, y es un detalle que hace que al leer uno u otro libro tengamos siempre la sensación de estar ante una misma obra inmensa. Personalmente, me ha gustado reencontrar a Ruibérriz de Torres y volverlo a imaginar en niki, aunque fuera otra su indumentaria; o a Luisa (Alday, esta vez); o descubrir al personaje al que curiosamente ha decidido llamar Javier (Javier Díaz-Varela).
En esta ocasión, la novedad reside en el hecho de que la voz narradora es femenina (María Dolz): se trata de una novedad porque los personajes a los que Marías hace hablar en primera persona siempre son hombres, salvo en uno de sus cuentos, “Menos escrúpulos”, donde la protagonista y narradora es una mujer que se presenta al casting de una película pornográfica por estar necesitada de dinero.
También en esta novela están presentes las largas digresiones, un elemento muy característico y reconocible en la literatura de Javier Marías, quizá el principal escollo para que muchos lectores se alejen de sus libros alegando perderse, o no entenderlo: como decía antes, ellos solo quieren saber qué pasa, y quién es al final el malo.
Que aparezca ahora esta novela es un alivio tras la posibilidad de que no fuera a escribir más, o que pasara al menos mucho tiempo antes de un nuevo trabajo, tras haber finalizado “Tu rostro mañana”; y sobre todo, es un regalo.
(...) Era como si hubieran adquirido la costumbre de darse un respiro juntos, antes de ir a sus respectivos trabajos, tras poner fin al ajetreo matinal de las familias con hijos pequeños. Un rato para ellos, para no desprenderse el uno del otro en medio del trajín y charlar animadamente, me preguntaba de qué hablaban o qué se contaban –cómo es que tenían tanto que contarse, si se acostaban y levantaban juntos y se mantendrían al día de sus pensamientos y andanzas-, su conversación sólo me alcanzaba en fragmentos, o en palabras sueltas. En una ocasión le oí a él llamarla “princesa”.