
La amable comunidad humana que encuentra en esa pareja es como si fuera para ella un pequeño retablo arrancado de la vida común y corriente. Siempre tienen algo que decirse, algo de qué reír y todo parece proceder del goce de estar juntos. Cuando Miguel se levanta para irse, Luisa se pone de pie para recibir el beso de despedida, gesto que parece indicar que la rutina no tiene allí cabida.
Pero María tiene una motivación menos halagadora. La contemplación de la pareja le hace más soportable su trabajo en una casa editorial, en la que tiene que tratar con escritores casi subhumanos. El mundillo intelectual de los que merodean por las editoriales, en especial los que tienen pesadillas con la Academia sueca, es el pan cotidiano para María. Saberlo llevar es indicio de madurez, María no quiere la perfección de la pareja de la cafetería. Sabe que no es para ella. Quiere seguir siendo como es. Así como tiene ojos para ver y apreciar lo mejor, también los tiene para observar la extrema miseria humana, como lo mostrará el desarrollo de la novela.
Hay tres enamoramientos en la obra: el de la “pareja perfecta”, el de María con Díaz-Varela y el de éste con Luisa. El último, el más vil, es el único triunfante. ¿Es la novela una cachetada a la vida moderna? Una gran novela no puede ser reducida a una fórmula. Si realmente lo es nos mostrará su riqueza de sentidos en próximas relecturas. Creo que no nos decepcionará.
Javier Vélez AcostaLibélula Libros
***«Todo acaba atenuándose, a veces poco a poco y con mucho esfuerzo y poniendo de nuestra voluntad; a veces con inesperada rapidez y en contra de esa voluntad, mientras intentamos que no palidezcan y se difuminen los rostros, y que los hechos y las palabras no se hagan imprecisos y floten en nuestra memoria con el mismo valor escaso que los leídos en las novelas y los vistos y oídos en las películas: lo que ocurre en ellas da lo mismo y se olvida, una vez terminadas, aunque tengan la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da. (...) Sí, todo se atenúa, pero también es cierto que nada desaparece ni se va nunca del todo, permanecen débiles ecos y huidizas reminiscencias que surgen en cualquier instante como fragmentos de lápidas en la sala de un museo que nadie visita, cadavéricos como ruinas de tímpanos con inscripciones quebradas, materia pasada, materia muda, casi indescifrables, sin apenas sentido, absurdos restos que se conservan sin ningún propósito, porque no podrán recomponerse nunca y ya son menos iluminación que tiniebla y mucho menos recuerdo que olvido» (Pág. 362).