Fueron recopilados bajo el título Escritos sobre música y músicos por Federico Sopeña para la editorial Austral (la última edición es de 2003) y por Dominique Krynen en 1992 para Actes sud en su versión francesa.
Empecemos en esta serie de tres entradas sobre los escritos de Manuel de Falla por descubrir su opinión sobre Granados y Stravinsky para centrarnos, en la segunda, en Debussy y Ravel, y abordar, en la tercera, su visión de la música española popular y culta.
El pelelé de Francisco de Goya
ENRIQUE GRANADOS«No olvidaré jamás la lectura que en casa de Joaquín Nin, en París, nos hizo Granados de la primera parte de su ópera Goyescas. Aquella danza del Pelelé, tan luminosamente rítmica, con que empieza la obra; aquellas frases tonadillescas traducidas con tan exquisita sensibilidad; la elegancia de ciertos giros melódicos, unas veces impregnados de ingenua melancolía, otras de alegre espontaneidad, pero siempre distinguidos y, sobre todo, evocadores, como si expresaran visiones interiores del artista...»
Escenario de A Golovin para El pájaro de fuego
IGOR STRAVINSKY«El autor de Petruchka quiere [...] abrir caminos nuevos o, cuando menos, limpiar caminos viejos, y el triunfo de ese alud sonoro que se llama La consagración de la primavera le da plena razón. La orquesta de estas obras -muy reducida en la primera [Renard] e importantísima en la segunda [Noces]- está constituida en forma absolutamente inédita. En ella conserva cada instrumento todo su valor sonoro y expresivo y los mismos de cuerda solo se usan como timbres autónomos y nunca en masas. La fuerza dinámica queda reservada a aquellos instrumentos que la poseen por sí mismos: las trompetas, los trombones y los timbales, por ejemplo. Los demás forman un tejido de puras líneas melódicas que se producen sin reclamar el auxilio de los otros timbres. He hablado antes de la sinceridad artística de Igor Stravinsky. Esa sinceridad se manifiesta de un modo tal vez único en la historia de la música en los tres ballets citados [El pájaro de fuego, Petruchka y La consagración de la primavera] y en El ruiseñor. En dichas cuatro obras hace uso Stravinsky de medios de expresión absolutamente distintos y que solo obedecen a los que en música pretende evocar o exaltar. Pero dentro de esta sinceridad brillan dos cualidades que determinan la unidad de la obra total: el carácter nacional rítmico y melódico, fuertemente acusado, y la conquista de nuevas sonoridades. Sigamos nosotros este ejemplo, más precioso para España que para ningún otro país, puesto que los elementos populares, tradicional y religioso de la música rusa son los mismos que han dado origen a los cantos y a las danzas de nuestro pueblo.»