A primera vista puede observarse que los españoles más inteligentes tienen como hábito caminar por sus ciudades cabizbajos, como si les pesaran las ideas, o quisieran esquivar algún peligroso objeto que vuela sobre sus cabezas.
Sorprende que quienes transitan encogidos y presentan ese aspecto apesadumbrado, empequeñecido, resultan luego alegres y sin complejos.
¿Padecen alguna desgracia natural en las calles?. ¿Les inteligencia les provoca dolor en las cervicales?. ¿Buscan por el suelo un tesoro que los hará ricos?.
No: van esquivando las heces de los perros que inundan su camino, y tratando de salvar a saltitos las múltiples generaciones de baches y socavones que nacen, crecen y se reproducen como seres con vida propia.
Los españoles atolondrados no toman esas precauciones y suele terminar con algunos huesos rotos en las urgencias hospitalarias, donde distribuyen el horrible olor de todo lo que pisaron.
En las calles también hay inundación de plásticos, restos de comida, colchones, sillas o armarios cuyos propietarios, cuando se les avisa para que recuperen tales pertenencias, aseguran que las perdieron mientras paseaban.
El español va encorvándose y haciéndose más pequeñito esquivando basuras y agujeros, viendo el camino entre los parachoques de los automóviles sobre las aceras, en doble fila, o en pasos de peatones.
Los suecos o los noruegos no es que sean más altos, porque los españoles ya tienen estatura nórdica, es que caminan erguidos, mirando al horizonte: debe ser que en esos países hay otros hábitos.