Me llama la atención el inicio de un artículo del elconfidencial.com: “En las últimas 24 horas, en el Reino Unido se han creado más del doble de empresas que en España.” Lo curioso del asunto es que un número cada vez más importante de empresas británicas, se crean por españoles.
Ha circulado ampliamente por las redes sociales la fotografía de alguien que decía tener una amigo en Londres que pagaba 75 euros de autónomos por 6 meses, mientras aquí la broma pasa de los 2.000 (al menos el mio) No es de extrañar pues que sean muchos los que prefieran montárselo en plan Pérfida Albión antes que cotizar en la sacrosanta piel de toro, otrora reserva espiritual de occidente y hoy de la confiscación y el expolio del bolsillo del ciudadano.
Mientras estos ciudadanos han reducido sus costes y ajustado sus gastos, el Estado sigue siendo un enorme chiringuito tragaldabas que campa a sus anchas por nuestras cuentas corrientes. Luego los hay que se quejan de la economía sumergida. Los 6.000 y pico españoles que se han afincando, empresarialmente hablando, en el Reino Unido serán unos anti patriotas y toda esa mandanga.
No nos estamos enterando. La competencia, tan denostada en el inconsciente colectivo español, manda. Ya lo dijo Darwin. Pero aquí nadie se da por aludido. Vivimos en un mudo global. Y se opera globalmente. Hoy es posible crear una empresa en Londres sin salir de casa. Y muchos otros países se apuntarán a la cosa. Países que quieran atraer inversión y trabajo. Países donde prime el bienestar del ciudadano. No el bienestar del Estado.
Así lo comprobamos también dentro de nuestras fronteras, dónde las Comunidades Autónomas con mejores fiscalidades salen más rápidamente de la crisis. La correlación es siempre menos Estado más riqueza entre los ciudadanos y menos pobreza. Y en esas estamos. La competencia entra coses que compiten por atraer inversión y empresas, riqueza en una palabra. Eso significa menos impuestos, menos burocracia, menos coste del Estado. Y en eso vamos pez. Y seguiremos a la cola del mundo, perdiendo competitividad, perdiendo el tren del progreso, el de verdad, no el progresista. Hasta los propios Estados compiten entre sí, pero aquí nos gusta ser todos iguales. Igual de pobres.
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