Son devenires singulares de las personalidades represivas, muy propias de la psicología y la personalidad de aquellos que escogen funciones sociales en donde el mando y la jerarquía son fundamentales. Guattari recuerda que Freud hablaba de los fragmentos discursivos marcadores que hacen la personalidad. De allí tomó Freud la idea de analizar los sueños, para extraer el núcleo semiótico dominante capaz de funcionar como atractor extraño que organiza en retículas de pensamiento la enunciación y la interpretación, que es vista como individualizada pero que actúa como articulador social de las identidades colectivas.
Los estratos socio-psicológicos del fascismo se movilizan en la dirección de conservar las seguridades y esto instala a la subjetividad en el lugar donde el deseo es sacrificado a favor del orden, por miedo a que el deseo rebase sus propios límites y se convierta en deseo revolucionario.
Tal vez por esto, algunos sectores de las fuerzas armadas en América Latina, en donde el concepto de disciplina, jerarquía, orden y autoridad están por encima de otras consideraciones éticas e ideológicas, han sido susceptibles al devenir fascista, convirtiéndose en élites testamentarias colocadas por encima de la sociedad. Los imperios han encontrado fácil caldo de cultivo en militares ambiciosos con escasa formación intelectual y debilidades en los aspectos ideológicos. Las fuerzas armadas de América Latina formaron cuerpos con una historia marcada por funciones de represión interna, proclives a simpatizar con las ideas fascistas. (Léase: El Chile pinochetista o la Argentina de Videla)
El Estado absoluto y el orden absoluto son anhelados y fantaseados como fórmulas para administrar el bien común y salvaguardar los intereses nacionales en estos estamentos autoritarios. De allí, la importancia de abordar el estudio de los ámbitos socio-psicológicos que dan lugar a la emergencia del fenómeno reaccionario y fascista. Wilhelm Reich afirmaba que las clases medias ansían el orden a falta de poder, desprecian a las clases trabajadoras y al pueblo, le temen mientras envidian a la burguesía cuyo polo de identificación desean. Pero el no poder acceder a los beneficios de la condición burguesa y al intentar alejarse a como dé lugar de la condición de clase proletaria, optan por la doctrina de un Estado que les brinde seguridad y les permita mantener sus privilegios como sector intermedio para, desde allí, ascender en el estatus de clase dominante.
El fascismo estimula una suerte de individualismo organizado a partir de una comunidad reaccionaria. La llamada meritocracia o los segmentos de la tecno-burocracia son proclives aspirantes a la estructura socio-psicológica de corte reaccionario. Su “no toma de partido” es de suyo una toma de partido por un régimen autoritario en el que sus ideas están por encima de cualquier saber. Es en los momentos de crisis en los que se rasga el velo frágil de opacidad presente en la sociedad y se desenmascaran las contradicciones de clase, los sectores de la sociedad que vivían al margen de las contradicciones se sienten asaltados en sus estilos de vida, y sienten en peligro lo que consideran sus logros vitales más importantes, su ilusorio ascenso social y su estructura de clases.