Revista Cultura y Ocio

Los extraños - Jon Bilbao

Publicado el 27 marzo 2023 por Elpajaroverde

Quería volver a Ribadesella. Quería volver a la Ribadesella de Jon Bilbao. Quería ir a la Ribadesella de la portada del libro que os traigo hoy, a pesar de saber que esa imagen retrofuturista para nada se corresponde con la localidad asturiana en la que nació Jon Bilbao, pero, ¡qué diantres!, las portadas de Impedimenta son tan magníficas y atrayentes que a ver quién es el que no quiere ir a alguna de ellas. Quería ir a la historia que me prometía la sinopsis de esa editorial que —a saber por qué— me hizo pensar en alguna película de ciencia ficción de los años cuarenta o cincuenta del siglo pasado, y no es que me llamen demasiado la atención ese tipo de películas, pero yo quería ir. No hay nada que me haya recordado a peli clásica del género en Los extraños. No hay cueva (bueno, sí hay cueva, pero esta vez no entramos en ella) ni nido de araña como en la casa familiar riosellana de Basilisco (la casa, sí, sí que está). No me encuentro una Ribadesella de ficción, sino una muy real. No importa; ya barruntaba antes de llegar que todos esos cantos de sirena que me habían llevado hasta allí no eran más que guijarros que tiraba mi inconsciente para que, entre tanta lectura apetecible, no perdiera el camino hacia esta novela. Conscientemente, sé que lo que me ocurrió con este libro simplemente es que me encontré con una historia curiosa y quería leerla; con una historia que, además, me contaba Jon Bilbao, y no voy a decir que si el escritor asturiano me dice ven lo dejo todo —pues habrá pasado aproximadamente un año desde que supe de este libro hasta que di comienzo a su lectura— pero sí diré que voy a desde donde me llame con confianza ciega.

Con quien sí me (re)encuentro en esta novela es con el Jon y Katharina de Basilisco. Y aprovecho para dejar claro que Los extraños y Basilisco son dos obras completamente independientes y que la coincidencia en ambas de estos personajes es tan solo un guiño al universo narrativo de su autor y —eso sí— un plus para sus lectores. Además, si a alguno le sorprende la coincidencia en nombre entre autor y personaje, que sepa que es algo que forma parte de la marca de la casa, pues el también autor de El hermano de las moscas acostumbra a apuntalar sus ficciones sobre datos biográficos. Y no, no estamos hablando de autoficción ni de obras autobiográficas, sino de lo conocido como punto de partida hacia la más pura ficción, esa que muestra mejor que cualquier hecho acontecido la pura realidad. «La escritura prolonga la experiencia», piensa Jon en un punto de esta novela al resistirse a poner negro sobre blanco lo que le está sucediendo, a «apropiarse de la espuma de unas vidas ajenas y elaborar con ella una ficción, de sublimar a personas en personajes». La escritura prolonga la experiencia, la expande, la ramifica, la hace recorrer recovecos insospechados que adulteran esa experiencia pero sin embargo la vuelven más reveladora, pienso yo.

Los extraños - Jon BilbaoAsí, el Jon de esta novela también es escritor. Supongo que le gustaría escribir alguno de los libros que ha escrito Jon Bilbao, pero, como no se puede vivir solo de vocación y las facturas no se pagan solas, lo que está escribiendo en el momento en el que trascurre Los extraños son artículos para una enciclopedia temática. El trabajo de Katharina en ese momento consiste en traducir al alemán un manual de odontología. La casa de Ribadesella es un lugar tranquilo para que la pareja realice sus respectivos trabajos. Jon le propuso a Katharina trasladarse allí y ella aceptó. Pero la experiencia no es lo que ella había esperado. Había estado ya en la casa, pero siempre en verano y con los padres de Jon, que pasan los inviernos en Canarias. Ahora es marzo. Hace mal tiempo. Es cierto que los días ya han crecido pero eso no hace sino incidir más en la perpetuidad de un cielo gris y plomizo. El pueblo no se llenará de gente hasta Semana Santa. Katharina se aburre. Apenas tienen vida social. Jon hace años que dejó de vivir allí y ya no conserva amigos, tan solo conocidos. Cuando su padre la llama al teléfono móvil, Katharina rehúsa contestar. Sabe que le va a insistir para que vuelva a Alemania y tiene miedo a terminar cediendo. No se siente a gusto en la casa; es demasiado grande. Tampoco le gusta Lorena, la mujer que desde hace años se ocupa de ir a limpiar y cocinar. Percibe que Lorena se siente con derechos respecto a ciertas partes de la casa como la cocina y la despensa y que la mira mal. Cuando se lo comenta a Jon, este le resta importancia; está tan acostumbrado a la presencia de Lorena que apenas repara en ella. Las cosas con Jon tampoco están yendo como Katharina esperaba. Jon también se ha dado cuenta. Lo hablan. Suponen que es una fase que pasará. En cualquier caso, parece que ambos intentan apostar por la vida en común que han iniciado. Y en esas están cuando, de repente, una noche, unas extrañas luces inundan el cielo riosellano.

A la mañana siguiente de tan inusual fenómeno la pareja recibe una visita inesperada. Se trata de Markel, un primo segundo de Jon. Sus respectivos abuelos construyeron juntos la casa de Ribadesella. Planeaban vivir cada uno en una de las dos plantas junto a sus respectivas familias. Finalmente, el abuelo de Markel decidió emigrar a Chile, quedándose el de Jon con toda la casa. Eso se lo contará después Markel. Jon desconocía esa historia. En realidad, no es el tipo de persona que se interese por esas cosas. Tampoco es que signifique mucho para él un primo lejano cuya existencia conocía pero al que no recuerda haber visto nunca. El concepto de familia, cuando el familiar en cuestión es un desconocido, no tiene gran importancia para él. Se siente incómodo. Es Katharina, tal vez alentada por la novedad dentro de la rutina, quien se muestra más hospitalaria. Además, Markel no se presenta solo; le acompaña Virginia, una mujer cuyo comportamiento extraña más a la pareja que la visita de los desconocidos sin avisar.

La incomodidad inicial da paso a momentos de complicidad entre los miembros de ambas parejas. Sin embargo, la presencia de Markel y Virginia invade cada vez más la casa. Es como si se estuvieran atrincherando en ella, aunque Jon y Katharina no saben con qué motivo. También es cierto que, de algún modo, son ellos, con el egoísmo innato con el que acostumbramos a aceptar los caramelitos que nos caen del cielo sin molestarnos en quitar el brillante envoltorio para indagar así en lo que intuimos es un relleno ponzoñoso que nos interesa más ignorar, los que les van cediendo poder respecto a la casa. Pero eso no quita para que la desconfianza respecto a los visitantes sea creciente y para que Jon y Katharina hagan una especie de frente común. No hay nada mejor que los extraños, que los ellos, para fortalecer el nosotros.

Los extraños es una novela breve con elementos de relato, es decir, es casi casi un relato largo. Se lee muy bien. Se coge y no se suelta. Se lee con gusto, interés y curiosidad hasta su desenlace. Un desenlace, un final que, de algún modo, me ha sabido a poco. No es que sea una lectora que pida giros inesperados o que necesite que todos lo flecos queden bien atados, pero sí que me he quedado con la sensación de que la novela requería otro final, no sé exactamente cuál, pero otro. Sin embargo, al volver sobre lo leído me he encontrado planteándome reflexiones y preguntas muy interesantes no solo respecto a la historia en general sino respecto a ese final en particular. No sé si son reflexiones o preguntas que el autor haya podido hacerse al escribir esta novela, que podría hacerse cualquier otro lector o sin son mías propias —si bien me decanto más por la última opción—. Tampoco es que me importe; al fin y al cabo, leer —entre otras muchas cosas— es conversar con uno mismo. Así, me he preguntado, por ejemplo, si Los extraños es una novela sobre lo que nos acepta y lo que rechazamos; si es por ello, porque Katharina rechaza esa casa que siente extraña por no corresponderse con la que ella había conocido durante los veranos, por lo que siente que la casa no la acepta. Si Lorena no acepta a Katharina y Katharina rechaza a Lorena por la misma razón, porque Lorena es parte de una casa que no reconoce a Katharina. Si la presencia de Lorena es incompatible con la de Markel y Virginia porque la casa con Markel y Virginia es diferente a la casa sin ellos; si son las personas, por tanto, las que hacen de las casas lo que son. Si Markel, sin haber vivido nunca en ella, tiene más derecho que Jon sobre la casa por saber más del pasado familiar; si la casa es acaso equivalente a la familia. Si Jon, criado en esa casa, se siente en ella en su hábitat natural, mientras que Katharina no deja de ser una extraña; si es solo (Jon sin Katharina) como más integrado se siente en la casa. Y al final me descubro pensando que el final de esta novela tal vez no necesita más, pues los episodios como el que se relata en Los extraños son como un mal sueño que al despertar se desvanece en la rutina diaria y terminamos por olvidar. Tal vez continúe latente en nuestro inconsciente y en algún momento asome a la superficie como si de una fiebre recurrente se tratara, pero pronto lo descartamos, abrumados quizás por la duda de si ese recuerdo de ese sueño es real o acaso inventado (al igual que Jon no consigue discernir si el niño de un recuerdo infantil que ha aflorado a consecuencia de la visita de Markel es o no su primo), agotados, como estamos, de lidiar tantas veces con aquello a lo que no encontramos sentido, con eso para lo que no tenemos explicación o tal vez sí la tenemos pero no nos gusta o no nos deja bien. Es así como «del cansancio nace de pronto la indiferencia». Echamos, pues, bruma sobre el recuerdo, sobre la ensoñación, sobre la irrealidad de lo real. Pero, si no podemos descartar por completo un recuerdo, si lo que creemos recordar fue real, ¿quién ese ese yo del recuerdo? ¿qué vida ajena a la que creíamos conocer ha vivido? ¿con qué desconocidos la ha vivido y cómo han influido esos extraños en el yo que conocemos? Nuestro yo de los recuerdos sepultados es un desconocido. Somos nosotros los que de repente nos revelamos como extraños. Supongo que de inventar vidas para esos extraños que habitan en nosotros nacen las historias que me cuenta Jon Bilbao. Esas historias a las que —estoy segura— voy a querer volver.

Los extraños - Jon Bilbao

Ribadesella, fotografía de Alvaro Orasio Garcia bajo licencia CC BY-NC-ND 2.0
El cielo riosellano no necesita de fenómenos paranormales para mostrarse espectacular.
La realidad, como tantas veces, regala instantes inquietantes como el inmortalizado en esta imagen.


«¿Este eres tú?, le pregunta entonces Katharina a Jon, que asiente. ¿Y quién es el que está contigo?
En la foto, Jon debe tener diez años. Está muy moreno. El pelo revuelto, apelmazado. Bañador y camiseta. Descalzo. Los pies sucios hasta los tobillos, las rodillas arañadas. En pie, dándole la espalda a una pared blanca. El suelo es de cemento. A su lado, otro niño, rubio, también en bañador, con una camisa desabotonada. También firme contra la pared. También sucio y arañado.No lo sé.Soy yo, dice Markel.Todos miran la foto.En primer término, a un lado, hay un perro del que solo se ve la mitad trasera, y desenfocada. Seguramente un pastor alemán. Pasó ante la cámara en el instante en el que se hacía la foto. Los niños lo miran con expresión idéntica: la boca abierta en una «O» de sorpresa y los ojos sonrientes. El perro los ha convertido en gemelos.Creía que nunca os habíais visto, dice Katharina.Eso pensaba yo, responde Jon.También yo, coincide Markel.¿Dónde es?, pregunta Katharina mirando la foto de cerca.No lo sé, responden a la vez.Revisan la caja y los álbumes, pero el Markel niño no vuelve a aparecer.A Jon se le agolpan imágenes. Recuerda lanzarse al agua desde las rocas que abrazan la playa de Guadamía, donde desemboca el río de mismo nombre. Alguien salta tras él. La marea está alta. El río convertido en brazo de mar por espacio de unas horas. Lo remontan a nado. Ramas de castaños proyectadas sobre el agua. Playas de un metro cuadrado y, en una de ellas, un ternero que aguarda el descenso de la marea. Una franja de carrizos marca el límite del agua salada. Orillas de derrubios calizos. Zarzas colgando como lianas. Salen del río para volver a pie a la playa. Toman un camino de carros. El camino se desvía y se pierden. El suelo está embarrado, una mezcla de barro y estiércol. Se hunden hasta los tobillos. Avanzan agarrándose a las ramas bajas. Llegan a la vía del tren. La siguen. Al doblar una curva se topan con un tejón muerto. El tren le ha aplastado la cabeza. Jon recuerda el olor. Lo notan antes de llegar a la curva. Hace mucho calor. El tejón se ha hinchado; los testículos como ciruelas. Jon está con alguien que tiene el rostro borroso. ¿Algún amigo? No parece su primo. Sin embargo, la foto ha evocado aquel día en concreto y con todo detalle. Los mosquitos en el camino, las moscardas alrededor del cadáver. ¿Acaso Markel, al igual que se ha apropiado de la planta baja, está tomando posesión de sus recuerdos, desplazando la imagen de otras personas? Se esfuerza en hacer memoria. El rostro que, a su lado, contempla los restos del tejón es una máscara confusa hecha de rasgos superpuestos: dos bocas, dos narices, tres ojos… ¿La próxima vez que reviva aquel día verá claramente la cara de su primo?»

Los extraños - Jon Bilbao

Ribadesella 2003, fotografía de Jose A. Herran bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0
Cada primer fin de semana de agosto los jóvenes con ganas de folixa invaden el prau de San Xuan con motivo de la celebración
del Descenso Internacional del Sella.
En la novela de Jon Bilbao el prado de San Juan es ocupado por ufólogos atraídos por las extrañas luces divisadas en el cielo.


Ficha del libro:Título: Los extrañosAutor: Jon BilbaoEditorial: ImpedimentaAño de publicación: 2021Nº de páginas: 144ISBN: 978-84-17553-86-9Comienza a leer aquí
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