Fuente: Qtravel (Ángel Bigorra)
" data-orig-size="1000,667" sizes="(max-width: 338px) 100vw, 338px" aperture="aperture" />Fuente: Qtravel (Ángel Bigorra)
En un mundo loco que no aprende de sus propios errores, a veces está bien pasarse por lugares en los que el sacrificio de unos pocos quedó grabado en el recuerdo de todos.
Los campos de batalla son la huella de la insensatez humana, pero también son el lugar que queda marcado por la cicatrices de las emociones más intensas de los hombres.
Este verano, atravesando Bélgica, tuve la oportunidad de detenerme en Bastogne, para visitar entre otros lugares el Bosque Jacques.
Allí, durante un breve periodo de tiempo, que coincidió con las navidades de 1944, soldados de la División Aerotransportada 101 estadounidense, que habían saltado sobre Normandía la madrugada del 6 de junio, permanecieron copados varios días resistiendo la última ofensiva alemana que, agónicamente, había lanzado el III Reich.
Hoy, declarado sitio histórico, se ha convertido en un lugar para el recuerdo de obligada visita.
No es un turismo de masas el que se acerca a estas tierras y eso hace que la paz que un día se vio turbada por las explosiones de las bombas y las balas, y por los gritos desgarradores de los hombres que las sufrieron, siga reinando entre los majestuosos y esbeltos árboles que fueron testigos de la sinrazón humana.
Es verano y cuesta hacerse a la idea de cómo serían estos bosques nevados y de las condiciones de aquellos jóvenes, lejos de su tierra, algunos poco más que niños, procedentes quizás de estados americanos en los que nunca habían visto la nieve. Ateridos y aterrados pegados a la tierra y escondidos en agujeros, en los que se protegían tratando de escapar de la muerte y el horror que les rodeaba.
Ahí, frente a nosotros, en la base de los inmensos pinos, herederos de los que hace siete décadas saltaban hechos añicos llevando la muerte en sus entrañas, nos observan como ojos cómplices, los “pozos de tirador”.
Pequeños parapetos que un día excavaron con sus propias manos un grupo de chavales, soldados que mas allá de estúpidos ideales, se aferraban a la vida y con su sacrificio participaron en el final de una pesadilla que seguramente muchos de los que allí murieron nunca llegaron a comprender.
En el Bosque Jacques resuena el silencio de la paz, junto a las cicatrices en la tierra que han querido conservar, solamente un improvisado mausoleo de cruces formadas con ramas rompe la armonía de la naturaleza.
Pero a veces en un clima tan mágico la casualidad se alía y ese silencio cómplice que completa una experiencia tan peculiar, aquel caluroso día de agosto, se vio roto por los inesperados sonidos de unas voces infantiles que gritaban en inglés. Lejos de alterar el equilibrio y como si de un milagro se tratara, dos pequeñas hadas aparecieron de la nada, rubias, pequeñitas, preciosas de no más de cuatro años la mayor, y poco menos su hermana.
Americanas por supuesto, corriendo entre los árboles, saltando entre los hoyos, paradas frente a las cruces, la vida en plenitud.
Allí, en aquel bosque de muerte, de espectros y sin razón, las hijas de los hijos de los hijos de los que un día murieron, mataron y sufrieron, hoy corrían, reían y vivían, sobre todo vivían, y con ellas, también ellos lo hacían.
Dos niñas, dos hadas, dos princesas vencían a la muerte en el Bosque Jacques, aquella tarde de verano tan especial en la que pudimos sentir la victoria de la vida.
PARA MÁS INFORMACIÓN…
Si queréis saber más de aquella que fue una de las batallas más terribles de la Segunda Guerra Mundial os dejo este enlace: Batalla de las Ardenas.
Y si queréis conocer una reproducción magnífica del Bosque Jacques y de los acontecimientos que allí sucedieron en la Navidad de 1944, el asedio de Bastogne y la resistencia de la División Americana Aerotransportada 101, no dejéis de ver el capítulo 6 que se titula “Bastogne”, de la magnífica serie de HBO “Band of Brothers”.