Ese verano la sequía asoló a las tribus de la zona selvática que lleva el adecuadísimo nombre de «El Impenetrable». Las personas se morían de desnutrición, de beber agua contaminada, de mal de Chagas. Algunos decidieron suicidarse antes de que la muerte lenta se los lleve.
El director del Instituto del Aborigen Chaqueño deslindó al gobierno de la responsabilidad de dar alimentos y medicinas a las comunidades. Desde el canal de televisión oficial, acusó a los medios alternativos, a la izquierda y a los grupos de derechos humanos de exagerar la situación. En el frenesí de la conferencia de prensa soltó una declaración increíble:
Hemos hecho mucho y han sido desagradecidos con nosotros. No queremos presumir, pero cada vez que un poblador se muere nuestro gobierno se ocupa de darle un ataúd gratuitamente.
Mucho tiempo después de apagar la televisión me picaba en los ojos la expresión de desdén del burócrata. Pensé en los muertos y en los que en ese momento se estaban muriendo. Entonces era un adolescente que había entendido algo sobre el poder y alguien que empezaba a pensar qué hacer con eso.