Felices, optimistas, locos... un espejismo, una necesidad de intentar ser dichosos tras el trauma de la Primera Guerra Mundial
y tras la inmediata posguerra, unos años duros caracterizados por un marcado afán de revanchismo, "el espíritu de Versalles", que prolongó psicológicamente el conflicto con el asunto de los tratados de paz que las potencias aliadas firmaron -o simplemente dictaron- con los países derrotados. Y Alemania fue la gran derrotada, la gran humillada, con esas reparaciones e indemnizaciones de guerra imposibles de pagar. Lo cierto es que tras 1925 se dio por saldada una etapa negra y se abrió un periodo de progreso, de concordia, de esperanza. La economía parecía reactivarse. Se inició un ciclo expansivo con epicentro en los EEUU que fue contagiando a los países europeos, una especie de clima de euforia y de fe en el futuro.Los Acuerdos de Locarno de 1925 trajeron un aire nuevo a Europa que dejó en el cajón de los agravios las diferencias entre vencedores y vencidos. Y de esa nueva etapa de la posguerra surgió un nuevo espíritu más amigable, más positivo y más optimista. La sombra negra de la guerra parecía alejarse. La pesadilla vivida iba quedando atrás.
Pero el tiempo nos dijo que aquello era, en realidad, un espejismo, un trampantojo. Apenas un paréntesis entre dos guerras. Tal vez una pausa entre dos partes de un mismo conflicto, con una Alemania dispuesta a cobrar cara la humillación sufrida en Versalles.
En efecto, tras la llegada al poder de Adolf Hitler en 1933, se fue preparando el terreno para un conflicto todavía peor que el anterior. La crisis de los años 30, tras el crack bursátil que se inició en Wall Street, trajo a toda Europa y especialmente al país germano, tan castigado por el asunto de las reparaciones, más miseria, más rencor. Y el discurso populista y agresivo del führer caló entre la población y encendió la mecha del conflicto.