Por Mariana Carbajal
¿Cómo fue su encuentro con el feminismo? -En 1971 va a México un trotskista muy famoso, Ernest Mandel, y en el ciclo de conferencias en las que participa también está Susan Sontag. Voy a escuchar a Mandel y a curiosear a ella. Habla del feminismo del momento, la segunda ola feminista en Estados Unidos. Así como sentí que se me descorría un telón cuando descubrí el marxismo, sentí que se corría otro telón al escucharla. De repente, una tipa empezó a hablar de cómo el poder no solamente definía las relaciones de producción y estaba en la lucha de clases, sino también en las relaciones de las mujeres, en la sexualidad, en el orgasmo. Y tocó una fibra, que yo estaba viviendo muy duramente, y era la relación con el hombre: yo estaba separada y mi hijo tenía un año. Termina la conferencia con Susan Sontag y un grupo de cincuenta mujeres salimos atrás de ella y nos sentamos en el césped en la Ciudad Universitaria para hacerle preguntas. Y una mujer –que es ahora una de mis mejores amigas– pasa con una libretita diciendo “si quieres asistir a una reunión de feministas pon aquí tu nombre y el teléfono”. A la semana me hablaron y empecé a asistir a lo que en ese entonces eran los pequeños grupos de autoconciencia. ¿Cómo ve el movimiento feminista en América latina? -Hay muchos feminismos, hay distintos grupos. Yo pertenezco a una tendencia que ha insistido mucho en la necesidad de institucionalizarse, de entrar en la real politik, de trabajar con hombres. Muchas feministas nos ven como unas pervertidas, como que hubiéramos perdido esa espontaneidad y esa cuestión de hacer las cosas entre mujeres. Hay grupos muy sectarios, muy intransigentes, para mí muy atrasados. Hay feministas y grupos que han logrado hacer intervenciones muy interesantes en sus sociedades, con políticas públicas y presencia en el gobierno. Para mí, con ser feminista no basta: hay que ser feminista y tener además otro tipo de definición para poder realmente transformar e incidir.
El feminismo es como un primer momento de entender y descubrir que la diferencia sexual se traduce en desigualdad social, pero es algo que necesita aparte de ese nombre distintos apellidos. Puedes encontrar feministas más conservadoras, más progresistas, más de izquierda, más de derecha. Hay un feminismo más cultural, cuya apuesta es transformar lo simbólico, que me parece muy necesario.
En este momento hay muchas feministas en América latina que ya están insertas en los aparatos de los propios partidos o en los gobiernos y desde allí están teniendo una influencia muy importante. Cada una en su lugar: necesitamos mujeres en la calle, gritando, con pancartas, que estén presionando, pero también necesitamos juezas, funcionarias, académicas que estén investigando.
¿Y por qué cree que el feminismo tiene tan mala prensa?
-Porque simbólicamente vivimos en un orden patriarcal y el feminismo está atentando contra una situación de privilegio de los hombres. A los hombres no les interesa para nada compartir el trabajo doméstico y la vida privada. Viven como una amenaza el reclamo feminista de paridad. También hay muchas mujeres feministas que llegan a situaciones de poder, que son jodidas, son competitivas, sectarias, que no han podido superar la bronca. Y la gente generaliza: en vez de decir Juana es resentida, dice las feministas son resentidas. Yo no veo más que en chicas jóvenes de menos de 40 años un feminismo lúdico, erotizado, divertido, que no esté teñido de reclamo victimista ni de resentimiento. El feminismo tiene mala fama en parte porque tenemos grandes enemigos, los medios, los hombres que están en el poder, la Iglesia Católica se dedica a darnos con caña cada vez que puede y nos considera su principal enemigo.
¿Por qué la diferencia sexual ha significado una subordinación al hombre para las mujeres a lo largo de la historia en distintas sociedades, casi sin excepciones?
-La diferencia sexual pone a las mujeres en desventaja en cuanto a fuerza respecto de los hombres y esta situación ha generado una dependencia. En el Paleolítico, no ibas a salir a cazar con una panza de siete meses de embarazo. Sobre la diferencia sexual se construye la diferencia del trabajo y un orden en donde, poco a poco, los hombres van protegiendo pero también mandando a las mujeres. Lo que es un poco loco es que lo que tuvo una razón de ser en el Paleolítico y hasta la Revolución Industrial, en el momento en que hay avance tecnológico, científico e industrial, cuando la cuestión de la fuerza física pasa a un segundo plano se siga invocando como natural esa división sexual del trabajo. La diferencia sexual ya no debería ser un elemento de discriminación.
¿Por qué cuesta tanto desarmar el discurso que naturaliza la violencia contra las mujeres?
-Te voy a decir algo que cae muy mal a mis amigas feministas.
Todos los hombres son hijos de mujeres: ¿qué le pasó a ese hombre hijo de una mujer para que luego pueda golpear o violar a una mujer? La maternidad y la relación con la madre y cómo las mujeres educan a sus hijos tienen que ver con esa violencia. No me gusta el discurso victimista de las mujeres que sufren violencia que no habla de la cantidad de madres violentas, que pellizcan o sacuden a sus hijos. Es un tema complicado y hay que verlo integralmente.
No es la violencia hacia las mujeres, también es la violencia de las mujeres con sus hijos. Es “el” tema del siglo XXI y creo que se ha asumido mal al hablar solamente de la violencia contra las mujeres sin ver la cadena de violencias. El tema de la maternidad voluntaria, gozosa, compartida, con apoyo social es muy importante. Tampoco me gustan las leyes específicas de violencia hacia las mujeres. Hay que hacer leyes contra las violencias y ver los distintos tipos de violencias, hacia los niños, hacia los minusválidos, hacia los de la tercera edad. Hay que trabajar en contra de la violencia.
Tomado de www.pagina12.com.ar/diario/sociedad
Publicado por Género con Clase