Del arte y la decoración
Los grandes directores nos han enseñado desde muy temprano a apreciar las artes plásticas y no sólo en películas biográficas acerca de pintores y escultores (Miguel Ángel; Van Gogh; Caravaggio; Pollock), sino sobre todo en aquellos Films que recrean una época o buscan mostrar las tendencias actuales. La kermesse heroica (1935), de Jacques Feyder, es una deliciosa comedia que transcurre en Flandes en el siglo XVII. Hay que verla por lo menos dos veces. Una para seguir la acción y los diálogos. La otra para identificar los cuadros de los maestros de los Países Bajos en los que se inspiran las escenas de esa obra admirable. Allí están representados Rembrandt, Vermeer, Jan Steen. Tres décadas después, Mauro Bolognini en La Viacela utilizó el blanco y negro puntillista del pintor Seurat para filmar, envueltas en la niebla, las calles de la Toscana en el siglo XIX, y recurrió a Toulouse-Lautrec para las escenas de prostíbulo (mucho más logradas que las de Vincent Minnelli en Moulin Rouge).
El cine ha sido un activo difusor del consumo y del triunfo de los estilos en la decoración de interiores. Millones de hogares en todo el mundo se adornaron de acuerdo con lo que los espectadores habían notado en la pantalla. Un ejemplo es Laura (1944), una excelente película de misterio de Otto Preminger con la bella Gene Tierney en su mejor momento. El film que se desarrollaba en cuartos y salones elegantes, formaba parte de las producciones que los estudios hacían para atraer al público que no sólo deseaba desentrañar la intriga de un crimen, sino que además buscaba ideas para decorar sus casas. En esos años había familias adineradas de raza negra que no tenían acceso a ciertas tiendas donde se las discriminaba, pero además estaban las familias negras y blancas que no podían comprarse nada de lo que Hollywood exhibía. Ese público iba a ver películas el estilo de Laura para estar al tanto de lo que se usaba.
El lujo y el bienestar son un remanso para una buena parte de los espectadores sobre todo cuando van acompañados por la adaptación de una novela prestigiosa.
¿Qué habría sido de las películas del estadounidense James Ivory sin tener a su disposición las auténticas mansiones de campo inglesas, los anticuarios Londres y París y las buenas casas burguesas de Estados Unidos? Habría tenido que apoyarse “tan sólo” en los libros de Edgard Morgan Forster, Henry James y Kazuo Ishiguro para alcanzar el éxito. Maurice (1987), Lo que queda del día (1993), Un amor en Florencia (1985), Las bostonianas, La copa dorada (2001) nos permitieron ver muchas de las residencias y los departamentos en los que de seguro jamás podremos entrar. Es bueno aclarar que en 1949, William Wyler logró la hazaña de adaptar de manera brillante Washington Square, de Henry James, a pesar de que debió administrar recursos modestos. Pero contaba con la interpretación de la imbatible Olivia de Havilland y la cara de Montgomery Clift.
Rosario Rodríguez
CD