Revista Educación

Los finados

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Los finados

Alguien había tocado el timbre insistentemente en plena noche. O al menos eso le había parecido. Supuso que eran niños celebrando Halloween y ni se inmutó. Luego sufrió cierto remordimiento porque cuando escuchaba una alarma, un timbre, una vibración sentía un irrefrenable impulso por contestar. ¿Quién es? Era un frenesí tan poderoso que igual le daba por descolgar teléfonos en oficinas públicas que no eran la suya, o coger los porteros electrónicos de la consulta del dentista mientras esperaba su cita.

Aquella noche no atendió a la llamada. El truco o trato le dejaba bastante indiferente, e incluso no tenía nada que ofrecer a los niños disfrazados de drácula o de frankestein. Como hizo caso omiso a las pulsaciones repetitivas, y los malditos niños sabían que él estaba en el piso, decidieron castigar su desentendimiento y tiraron cerca de su ventana un petardo. El corazón casi se le sale por la boca. Se sentó en la cama de un golpe. Malditos cabrones, dijo de una voz. Y en la calle se oyeron risas y pasos apresurados camino de la huida.

Se levantó, fue a la cocina. Era la noche de Finados, eso sí que es una tradición nuestra, hombre. Qué Halloween ni Halloween. Celebrar los Finados sí era representativo de nuestra cultura como pueblo atlántico, y él estaba en línea con nuestras tradiciones, con nuestra idiosincrasia, con lo de aquí. Buscó castañas en los armarios de la cocina, pero ni rastro. Se sentó a la mesa, con la luz sobre su cabeza.

Y se preguntó para sí mismo: los finados, los finados... pero ¿qué coño son los finados?


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