Que el mar se ha convertido en auténtica cloaca donde tirar todo tipo de residuos es una verdad incontestable que basta con pasear por nuestras playas una mañana de invierno para confirmarlo...¡Y que sólo fuera en invierno! Porque nadar cualquier día de verano entre compresas, plásticos o zurullos flotantes -por mucha bandera azul que tenga la playa- les puedo asegurar que es una sensación inconmensurable. No obstante, a pesar de hacer de los mares nuestro particular vertedero de inmundicias varias, los mecanismos que rigen las grandes corrientes oceánicas han sido unos verdaderos desconocidos hasta hace muy poco. Curiosamente, uno de los empujones más importantes al conocimiento de las corrientes marinas tuvo como protagonista un vertido de plástico un tanto peculiar: un container cargado con miles de patitos de goma.
El día 10 de enero de 1992, el carguero Ever Laurel se encontraba de singladura comercial llevando centenares de contenedores desde Hong Kong hasta Tacoma (Washington-EE.UU.), cuando un violento temporal alcanzó de lleno el barco en el punto 44,7ºN 178,1ºE -en el medio de la nada más absoluta en el Pacífico Norte, vamos.
El temporal, con olas de 11 metros de altura ( ver Las misteriosas olas gigantes) produjo que la carga de contenedores que transportaba el carguero se desplazara y una docena de ellos se soltaran de sus anclajes, perdiéndose irremisiblemente en medio del mar embravecido. El Ever Laurel pudo llegar sano y salvo finalmente a su destino, pero uno de aquellos containers perdidos iba cargado con un pedido de juguetes de baño. Una carga particular que iba a dar un juego que nadie se esperaba.
El cargamento perdido, formado por 28.800 muñequitos de plástico para divertir a los niños mientras están en el baño, estaba distribuido a partes iguales (7.200 cada uno, vaya) entre patitos amarillos, castores rojos, tortugas azules y ranas verdes. Sin embargo esto no tendría mayor importancia si no fuera porque, al caer al mar, el contenedor se abrió, dejando escapar la ingente cantidad de animales de goma en medio del Pacífico. Unos muñequitos que, para mayor casualidad, no tenían agujero, con lo cual su flotabilidad estaba más que asegurada.
De esta forma, toda la carga de patitos de goma quedó a merced de las corrientes oceánicas, iniciando un viaje que, sin prisa pero sin pausa, los llevaría a miles de kilómetros del punto de naufragio. Viaje que pronto llamaría la atención de un oceanógrafo norteamericano especializado en la monitorización de las corrientes marinas llamado Curtis Ebbesmeyer.
Ebbesmeyer en aquel momento estaba trabajando con James Ingraham, otro oceanógrafo, en la confección de un modelo informático que permitiera conocer con cierta exactitud las derivas de las corrientes y así predecir el desplazamiento de la pesca o de las mareas negras de petróleo en caso de accidentes marítimos. De este modo, los juguetes (conocidos con el nombre genérico de " Friendly Floatees"), debido a sus formas características, colores llamativos y por la inscripción " The First Years " -nombre de la empresa que los comercializaba- se convertían en unos magníficos puntos de referencia para controlar los movimientos oceánicos.
Así las cosas, 10 meses después, el 16 de noviembre de 1992, se encontraron los primeros 10 patos de goma en las costas de Sitka (Alaska), a 3.200 kilómetros del punto de naufragio, abriendo la puerta a la llegada masiva de estos peculiares náufragos. No en vano, hasta agosto de 1993, se encontraron más de 400 repartidos por las costas orientales del golfo de Alaska. Pero no acabó la cosa aquí.
Entre el 1995 y el 2000, miles de los patitos, gracias a la corriente llamada " Giro Subpolar" (que subiendo la costa de Alaska pasa por el Mar de Bering, baja a Japón y cruza el Pacífico hasta Hawaii) enfilaron el estrecho de Bering hacia el norte, quedando atrapados por los hielos árticos durante varios años... aunque ello no significó quedar parados.
Efectivamente, el hielo ártico, al contrario de lo que pueda parecer no se está quieto ( ver El Baychimo, el increíble Barco Fantasma del Ártico) y se mueve a una velocidad de 1 milla diaria (1,6 km), por lo que los juguetes, atrapados en el hielo, se movieron con él dirigiéndose hacia el Atlántico Norte. 8 años después del accidente, los primeros patitos de goma llegaban a las playas de Maine (Massachusetts), en la costa atlántica de los Estados Unidos, al haberse liberado de los hielos y haber seguido las corrientes hacia el sur. Habían llegado al Atlántico, tal y como predecían los modelos confeccionados por Ebbesmeyer e Ingraham.
Así pues, en 2001, se constató que algunos habían pasado por la zona donde se hundió el Titanic, y en 2003 se encontró una de las tortugas verdes en las playas de las islas Hébridas (Noroeste de Escocia). La expectación fue tal que, en aquel año, la empresa The First Years prometió una recompensa de 100 dólares a cada uno que pudiese confirmar la llegada de algún patito a las costas de Islandia, Groenlandia o Canadá, recuperándose durante 2004 más patos que en años anteriores.
Sea como sea, a pesar de que el programa OSCURS (el modelo de corrientes de Ebbesmeyer) pronosticaba la llegada de nuevas figuras a las costas de Inglaterra en el 2007 -y una falsa alarma se dio en Devon-, no se ha encontrado ninguno más al sur, en el Atlántico. Aunque no se descartó que durante los años siguientes pudieran incluso llegar a arribar a las playas españolas, ya que se estima que cualquier elemento flotante puede llegar a estar 30 años sin tocar tierra, por lo que la esperanza no se pierde.
Con todo, si bien las ranas y las tortugas aún mantienen su color, los castores y los patos, con el paso del tiempo, la intemperie y la sal, se han descolorido y han pasado a ser de un color marfil o blanco roto, por lo que su detección para unos ojos poco entrenados puede llegar a ser dificultoso. Dificultad que, sumada al hecho de su práctica desintegración en mares más cálidos, ha hecho que estos náufragos de plástico estén muy cotizados por los coleccionistas, los cuales llegan a pagar hasta 1.000 dólares por ellos.
En definitiva, que por mucho que este vertido de plástico accidental haya ayudado a la ciencia a determinar la circulación de las corrientes oceánicas, hemos de contar que cada año caen al mar entre 2.000 y 10.000 contenedores como el que transportaba los patos de goma. Los plásticos, por desgracia, se han convertido en una de la peores amenazas medioambientales del planeta, habida cuenta la imposibilidad material de los ecosistemas de poderlos degradar, por lo que haríamos bien en racionalizar su uso. Un uso que, por excesivo, los mantiene en nuestro medio ambiente, cual patitos de goma en el océano, flotando amenazadores por los siglos de los siglos.