No es una lectura veraniega. Quizás su nombre recuerde, a quienes han viajado en verano por las carreteras andaluzas, los campos repletos de girasoles que buscan al astro rey, todos en fila, como soldados. Es un libro y una película tristes, pero necesarios y,
si el ritmo loco de esta vida no nos permite tener tiempo suficiente el resto del año, bien está dedicar unas horas de nuestras vacaciones para luego, tras la lectura y visionado de la película, llamar a los amigos y maldecir la historia de este país con unas cañas delante. Porque Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, son cuatro cuentos de perdedores de la guerra civil y, ya con esto, supondrán que no les ocurre nada bueno. Las guerras, todas, se llenan de mentecatos que suelen ocupar los puestos de poder. Les queda, entonces, a los perdedores, la defensa del orgullo, único bien que no ha muerto en las trincheras.
Los girasoles ciegos, la película, con guión adaptado de Rafael Azcona y dirección de José Luis Cuerda, narra dos de los cuentos que componen este libro, imprescindible para que la memoria no se diluya en la política e impida repetir la historia.