Revista Opinión

Los gobernadores deben ser elegidos democráticamente

Publicado el 21 marzo 2010 por Jorge Gómez A.
La elección a dedo que se hace de los gobernadores, sigue demostrando que las elites político-corporativas desconfían del criterio de los ciudadanos. La democracia sería más sana si estas “autoridades locales” fueran electas por los propios habitantes de la región.

La baja en el nombramiento de José Miguel Stegmeier como gobernado de la provincia del Bio Bio, debido a antecedentes que lo ligaban a Paul Schaefer supuestamente desconocidos para la nueva administración, aún cuando éste fue propuesto por su amigo, el senador y secretario general de la UDI, Víctor Pérez, nos indica varias cosas.
Primero, que la dedocracia y el amiguismo, a pesar del supuesto cambio de personas y criterios siguen operando sin problemas.
Segundo, que la pulcritud tan profusamente publicitada falló, pues si no es por la denuncia de un medio nadie se entera.
Tercero, que las elites políticas desconfían del criterio de los ciudadanos para elegir a sus autoridades locales.
Cuarto, que el centralismo del Estado, o el gobierno central, en desmedro de la mayor independencia de las regiones, lo defienden moros y cristianos.
No es pretensión de esta reflexión analizar el caso particular de Stegmeier, pues partimos de la base de que es claro que ninguna autoridad ni sector o gremio político, religioso, o de cualquier índole es infalible. El punto es otro y tiene relación con los ciudadanos y su supuesta soberanía sobre el Estado, el gobierno y sus funcionarios.
Hay en las elites políticas y en general, sin distinción alguna, una lógica de desconfianza en los ciudadanos comunes o de a pie (aunque ahora también tienen cuatro por cuatro y autos “enchulados), que se ha transmitido de generación en generación. Desde los tiempos de Portales, tal como Cristián Warnken lo hace notar en su última columna. Todos son autoritarios y centralistas.
Es cierto que el ciudadano de a pie también ha aportado a esa idea elitista en cuanto a la ausencia de virtud en el vulgo chilensis, pero la cosa no es tan sencilla. En el fondo, el argumento ha sido una simple justificación para el autoritarismo estatal -promovido por las flojas elites de turno y casi siempre justificado por los ciudadanos- desde los tiempos de la independencia.
Porque lo cierto es que esas elites, que han detentado el poder, no se han dado nunca el trabajo de educar a los “desvirtuados” sino que han adoptado la lógica más perezosa de todas, de decirles a esos faltos de virtud -cada cierto tiempo para que no se den cuenta- que como carecen de virtud, mejor que ellos no decidan nada y se sometan a la autoridad. Una clara retroalimentación.
La lógica es simple. Convencemos al tipo de que está loco y es peligroso, y le decimos que el cuerdo somos nosotros, y nada podemos hacer por él, más que amarrarle con camisa de fuerza. Entonces el pobre ignorante, convencido de su padecimiento y desconfiando de si mismo, cede toda su voluntad al déspota de turno.
Bajo esa idea, no es rara la cita claramente elitista y autoritaria de Portales que menciona Warnken: “La democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en países como los americanos, llenos de vicio y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera república”. Y sigue “Entiendo la república para estos países como un gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el gobierno completamente liberal”.
Lo último es lo que no han hecho jamás las elites gobernantes. Porque lo que han llamado educación cívica más bien ha sido simple chauvinismo y feligresía patriotera. Un disciplinamiento hacia el autoritarismo y el centralismo máximo del poder estatal, pero poco de civismo y autogobierno se ha enseñado. Y ese es el problema.
Por eso, las elites, conscientes de su histórica pereza –lo que denota su poca virtud hereditaria- siguen desconfiando de lo que consideran el vulgo. Saben que no han hecho nunca nada por hacerlo cívicamente viable, sino solamente obediente y sometido.
A la vez, lo que podemos llamar el vulgo desconfía de si mismo y con razón, pues sabe no ha sido educado más que para obedecer mediante coacción.
La elite aún confía en si misma, Warnken lo demuestra en sus palabras: “me deja perplejo que una parte de la elite, que debiera ser nuestro modelo de virtud republicana y probidad”. Erróneamente el vulgo también.

Volver a la Portada de Logo Paperblog