G.Pons, (vicesecretario de Comunicación del PP) tras sentar en su diván de psicoanalista amateur al Estado, ha descubierto que sufre depresión institucional. Un síndrome endógeno y exógeno que no requiere, según él, pastillas para sanar.
Lo que reconstituirá y templará al enfermo es que los españoles salgamos a la calle en romería, como cuando los labradores hacía rogativas ad petendam pluviam et ad retenendam tempestatem, a reclamar democracia de calidad, nada de mercadillo, de rebajas y saldos, solo primeras marcas y si es posible a medida, mejor aún si la factura la pagan otros.
Es decir, lo que España necesita es un cambio de gobierno y para eso nada mejor que los españoles salgamos a la calle, a la egipcia, y saquemos a Zapatero y su PSOE de La Moncloa y vuelva a su inquilinato el PP a obrar sus prodigios. La fe no sólo mueve montañas, ahora también, al parecer, hace las mudanzas de la partitocracia sin cambiar de inmueble, pues conservar ese inmueble, aunque cambie el inquilino, es lo que les importa.
Las aguas volverán a discurrir por su cauce natural, el pueblo obedecerá a los que, por ley natural y divina, siempre les correspondió gobernar.
El problema es que G. Pons no se ha dado cuenta, o no se quiere enterar, de que la etiología de las crisis y depresiones de que habla y diagnostica no le son ajenas a él ni a la oligarquía partidista a que pertenece.
Es un error médico, clínico, una mala praxis, por no haber hecho todos los análisis o no haber leído todos sus resultados. O quizás más que un error sea un mirar interesado para otro lado.
El mal que padecemos se llama monarquía parlamentaria de partidos oligárquicos de estado en concurrencia con otras muchas afecciones, no menores, pero que si no se tratan adecuadamente con libertad política y separación de poderes, el enfermo seguirá dando tumbos hasta que, finalmente, el pueblo, que entonces le parecerá una turba a los G. Pons, exija responsabilidades y disponga el urgente internamiento del enfermo en la clínica democrática de la República Constitucional.
El problema es que aún muchos parientes del paciente, al escuchar el diagnóstico de G. Pons, conciben esperanzados que el tratamiento que propone pueda dar resultado sin necesidad de ingreso, sin percatarse de que lo único que se conseguirá siguiendo tales prescripciones es perder tiempo, más tiempo. Un tiempo precioso, tan precioso como G. Pons se ve a si mismo.
La solución, al final, es que los G. Pons de todas las siglas partidistas tras las que se atrincheran no nos sigan haciendo perder más tiempo. El enfermo no puede seguir sometido al riguroso régimen que le han impuesto, que le debilita y aja. Se precisa un tratamiento sistemático, lo que supondrá, sin duda, que los G. Pons se queden en el paro. Esto es lo que saben y por eso su diagnostico es intencionadamente erróneo.
Pered y Pered