Es tiempo de cortar con el esquema
de problemas que comienzan a partir
de cosas sencillas...
Con ayuda de Dios podemos lograrlo...
Por Fernando Alexis Jiménez | La gresca comenzó con una botella vacía. El recipiente cruzó con fuerza la distancia que separaba a los hinchas de los dos equipos de fútbol. Restaban quince minutos para que los jugadores saltaran a la cancha y dieran comienzo a un enfrentamiento amistoso de noventa minutos. Unos gritaban, otros proferían amenazas y un reducido grupo seguía con sus ojos, paso a paso, el desenvolvimiento de los acontecimientos.
El artefacto cayó sobre el costado de una espectadora. Su acompañante acudió en su auxilio mientras que tres curiosos respondieron a la provocación arrojando botellas. En cuestión de segundos el estadio europeo se convirtió en un campo de batalla. Los ataques iban y venían. Muchas personas comenzaron a correr hacia la salida de emergencia. La tragedia no se hizo esperar. La ola humana no tenía control. Los pocos agentes de policía que custodiaban el lugar se vieron impedidos para hacer algo. Hacia ellos también llovían piedras y objetos pesados. La aglomeración de público en las puertas era descomunal... Las autoridades tardaron tres horas en despejar el lugar. Cuando retornó la calma, el inventario arrojó un saldo de cuarenta personas muertas. “Es lamentable que todo haya comenzado con alguien irresponsable que arrojó una botella”, comentó el inspector Adolph Blaisse al entregar un informe a los periodistas. ¿Cómo se desatan las tormentas? Muchos de los grandes problemas comienzan con hechos pequeños. Una trifulca de la que usted tenga memoria, seguramente inició por una insignificancia. El problema radica en no saber manejar esos incidentes superficiales, darles trascendencia y dimensionar las circunstancias hasta desatar una tormenta en un vaso de agua. ¿Le ha ocurrido alguna vez? Probablemente si y, también, se ha arrepentido de sus reacciones airadas. En el libro de los Proverbios leemos que: “El hombre iracundo promueve contiendas; el que tarda en airarse apacigua la rencilla”(Proverbios 15:18). El “iracundo” reacciona agresivamente, tanto física como verbalmente o la conjunción de las dos, porque se siente agredido ante cualquier término, gesto o planteamiento que va en contravía de sus propias concepciones. Puede que el interlocutor no quiera ofenderlo, sin embargo lo interpreta de acuerdo con sus propios parámetros.