Revista África
En 2001, el cineasta norteamericano Ridley Scott regaló a Washington una versión bastante tergiversada de la intervención norteamericana en la guerra que vivía Somalia en la década del 90. Black Hawk Down (La caída del halcón negro) pretendió presentar de forma muy realista una gran mentira: los marines del Pentágono llegaron a Somalia para salvar al pueblo del hambre. Sin contar cómo Estados Unidos azuzó ese conflicto dando apoyo a algunas de las facciones en pugna, el film se regodeó en los constantes combates entre somalíes y unidades de comandos Rangers y Delta Force del ejército yanqui, así como la matanza de 18 marines estadounidenses.
La oposición islamista en Somalia está resuelta a derrotar al Gobierno Federal de Transición (GFT), que solo controla algunas zonas de la capital, Mogadiscio. Por ello, estos grupos armados no aceptan el diálogo político que le propone el presidente Sheikh Sharif Sheikh Ahmed, quien ha intentado llegar a un acuerdo que ha tenido en sus contrincantes oídos sordos.
Al verse tambaleando en una cuerda floja, el GFT ha gritado socorro a todas partes. Y Washington, que no gusta del islamismo, está dispuesto a dar su mano, incluso con una intervención directa en la guerra, como mismo hizo en 1992-1993, bajo su disfraz humanitario, y que tan mal contó Ridley Scott en su película complaciente.
La hipócrita guerra contra el terror de George W. Bush sigue intacta, y su sucesor, Barack Obama, está dispuesto a continuarla en Somalia, cuya posición geográfica despierta en Washington el apetito de establecer allí una ruta para sacar el petróleo y otros tantos recursos africanos hacia el Océano Índico, por donde transita gran parte del hidrocarburo procedente del Medio Oriente y con destino a las grandes potencias.
Como es habitual, para legitimar su agresión, Estados Unidos necesita construirse un enemigo fantasma, que no varía aunque el apelativo sea distinto en cada lugar donde el Pentágono mete sus botas. No es de extrañar entonces que como mismo los terroristas en Afganistán son los talibanes, en Somalia lo sea el grupo islamista Al Shabab, opositor de Sheikh Ahmed. Como si no fuera suficiente la clasificación, la Casa Blanca también acusa a esa formación de pertenecer al brazo armado de Al Qaeda.
Así lo dejó bien claro la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, en su reciente periplo por África. «Si Al Shabab encontrara en Somalia un refugio seguro, podría atraer a Al Qaeda y otros grupos terroristas, y esto sería una “amenaza” para los EE.UU.», dijo sin rodeos en Nairobi (Kenya), donde se reunió con Sheikh Ahmed.
Allí, Hillary Clinton prometió una mayor ayuda al mandatario africano para enfrentar a la oposición local. Este año Washington ya le ha enviado al GFT 40 toneladas de armas y municiones, además de brindarle asesoramiento militar a las fuerzas gubernamentales, según fuentes del Pentágono. Así, EE.UU. se convierte en el primer y único Estado en darle asistencia bilateral directa al gobierno de Sheikh Ahmed. También viola el embargo de armas decretado por la ONU; sin embargo manipula al Consejo de Seguridad para que condene a Eritrea, a la que acusa de dar armas y municiones a la oposición somalí.
Por otra parte, la piratería en las costas somalíes le ha dado la justificación a Washington y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para militarizar la región. A diario se realizan allí operativos militares multinacionales, en los que también participan los mercenarios y contratistas privados como Xe, el nuevo nombre de la famosa Blackwater.
Hace unos meses, oficiales del Pentágono, citados por el diario estadounidense Boston Globe, hablaron de un enfrentamiento mucho más agresivo a la piratería en el Cuerno Africano, que incluye operaciones terrestres contra los piratas refugiados en zonas costeras de ese país.
«La última solución para la piratería es un desembarco en tierra firme», dijo entonces el vicealmirante William Gortney, comandante del Centro de la Fuerza Naval y de las Fuerzas Marítimas Combinadas, quien agregó que entre el abanico de posibilidades que maneja el Pentágono para su intervención en Somalia, se encuentra la petición de un permiso a Naciones Unidas por parte de Washington, como mismo hizo en 2008 para dar luz verde a la presencia de los barcos de guerra de la OTAN y la UE en esas rutas comerciales tan importantes.
Y la intervención militar ya ha sido estudiada. En mayo de 2008, los simulacros militares anuales del ejército estadounidense (Unified Quest), celebrados en el United States Army War College en Carlisle, Pennsylvania, incluyeron por primera vez escenarios africanos como Somalia, con el objetivo de evaluar la capacidad de su armada ante una crisis en esa nación, que proyectan ocurra en 2025 con el aumento de la insurgencia y la piratería.
En estos «juegos de guerra» también estuvieron los contratistas privados Rand Corporation y Booz-Allen, y oficiales militares de la OTAN e Israel, entre otros aliados. Los halcones negros —Black Hawk (helicóptero usado por Estados Unidos en su intervención en Somalia en 1993)— prometen regresar. Las razones, verdaderas y falsas, ya están, y con las altas temperaturas en esa nación africana puede ser que Washington decida «jugar» en serio antes de 2025.
*La piratería ha sido la justificación utilizada por Estados Unidos y sus aliados para militarizar el Cuerno Africano. La foto, tomada por AFP, muestra un soldado francés en un helicóptero Panther custodiando al buque Hartati, de Singapur, en el Golfo de Adén.