Río Llindebarcas (Asturies)
Los arroyos costeros son cortos y apenas son conocidos por las pocas personas que viven cerca de ellos. Muchas veces ni siquiera se puede acceder a ellos en la mayor parte de su recorrido. Solo en algunas zonas, normalmente atravesando una maraña de vegetación, tanto viva como muerta, se puede llegar a sus orillas y disfrutar de su belleza. Nadie los limpia, ni falta que les hace. Las riadas que regularmente se producen tras las fuertes lluvias del invierno arrastran a la mar los residuos acumulados durante las semanas anteriores. Son dinámicos, sus cauces cambian con el paso del tiempo. Cambian con las fuertes lluvias, con la caída de los árboles de sus orillas, con los depósitos de arenas y gravas.
Río Gorozika (Bizkaia)
La elevada humedad que rodea a estos pequeños arroyos es la responsable de la frondosa vegetación que crece en sus orillas: helechos, musgos, hepáticas y multitud de plantas herbáceas, junto a hiedras y zarzas ocupan el piso más bajo. Alisos y sauces, algunos desde la misma orilla, crecen rápidamente aprovechándose de la humedad constante y del terreno blando y nutritivo, alcanzando una considerable altura en pocos años. y de esta forma, sin proponérselo ayudan a sujetar el terreno. El verdor y la frondosidad de estos lugares en un día de primavera no tiene nada que envidiar al de cualquier río tropical.
Desgraciadamente, estos arroyos y los bosques de ribera asociados a ellos son solo una pequeña muestra de lo poco que queda de los bosques autóctonos de las rasas cantábricas. Tan solo unos pocos metros separan este lugar paradisíaco de la realidad más perversa, una plantación continua de eucaliptos que cubren todo el litoral, desde Euskadi a Galicia.