
¿Qué harías si tu padre viviera desde la Edad de Hielo? Los HIJOS DE ADÁN no olvidan ni perdonan
Los HIJOS DE ADÁN no son solo un título enigmático ni un guiño a la mitología bíblica. Son una advertencia. Una grieta profunda en la historia donde la inmortalidad no es un don, sino una condena con piel humana y alma cansada. ¿Y si pudieras vivir diez mil años? ¿Seguirías siendo tú o terminarías convertido en el eco lejano de lo que una vez fuiste?
Hace tiempo me topé con una novela que me hizo mirar el pasado con desconfianza y el presente con cierta sospecha. Se llamaba La vieja familia, y en sus páginas descubrí a los longevos, esos seres anclados en nuestra historia como testigos incómodos. Pero fue con Los Hijos de Adán que entendí la verdadera tragedia de vivir para siempre. Porque esta no es una historia de héroes eternos con mandíbulas cuadradas. Es una crónica cruda, desgarradora y bellamente construida sobre lo que ocurre cuando la vida no tiene fecha de caducidad… y las heridas tampoco.
Eva García Sáenz de Urturi lo ha vuelto a hacer: ha mezclado el rigor histórico con la pulsión emocional del thriller y la angustia íntima del drama familiar. Y lo ha hecho sin perder ni un ápice de ritmo ni de profundidad. Pero también, ha tejido una red de preguntas imposibles: ¿qué significa ser hijo de alguien que ha vivido tantas vidas? ¿Qué haces con los secretos que arrastras desde la Edad de Bronce? ¿Puede un corazón aguantar tanto tiempo latiendo sin endurecerse?
El dolor también se hereda si tu padre ha vivido mil guerras
Iago del Castillo —ese personaje que ya conocíamos como el pilar enigmático de La Vieja Familia— se convierte aquí en el centro de un huracán emocional que viaja por milenios. Su vida, aparentemente serena en Santander, al lado de Adriana Alameda, comienza a resquebrajarse con la aparición de Gunnarr, su hijo perdido. Perdido no por error, sino por tragedia: Iago lo dio por muerto en 1602, en la batalla de Kinsale. Pero Gunnarr regresa. No como el hijo pródigo, sino como un vendaval de reproches, un guerrero con cicatrices que no se ven, pero se sienten en cada frase, en cada mirada llena de siglos.
La novela no solo juega con el tiempo. Lo desgarra. Lo dobla como un mapa antiguo que se ha abierto tantas veces que ya no encaja. Cuatro líneas temporales nos arrastran por los recovecos de la humanidad. Desde el 23.000 a.C. —con Lür buscando a la misteriosa matriarca Adana, la mujer que no envejece— hasta la América colonial, pasando por la Escandinavia vikinga y la actual Cantabria. Cada época no es solo un telón de fondo. Es un personaje más, vivo, palpitante. Porque cuando eres inmortal, los escenarios cambian, pero los fantasmas siguen sentados contigo a la mesa.
«El pasado no pasa. Solo se disfraza con nombres distintos.»
Y es que Gunnarr no quiere respuestas. Quiere confrontación. Quiere que Iago pague. No por algo que hizo ayer, sino por errores cometidos hace cientos de años. Porque cuando el tiempo no borra, solo acumula, la venganza se convierte en una forma de identidad. ¿Cómo se repara una relación rota cuando lo que la rompió ocurrió en otra era? ¿Se puede perdonar a un padre que te sobrevivió durante siglos?
La historia es un espejo que solo refleja si estás dispuesto a mirar
Uno de los grandes logros de esta novela es cómo entrelaza la ficción con los hilos verdaderos de la historia. No como un decorado, sino como una estructura ósea. Urturi no se conforma con saltar de época en época. Se mete en el barro de cada una. Nos muestra un 800 d.C. vikingo, crudo y feroz, donde Gunnarr se convierte en berserker —un guerrero incapaz de sentir dolor—. Y claro, la metáfora es perfecta: ¿no es eso lo que ocurre con los inmortales? Se vuelven insensibles, no porque quieran, sino porque el alma ya no sabe dónde guardar tanto duelo.
Después, nos lleva a 1620, en el Mayflower. Urko, otro longevo, parte hacia la colonia de Plymouth y encuentra a Manon Adams, una mujer que cambiará su existencia. Aquí el amor no es romántico ni cursi. Es una tabla en medio del naufragio de los siglos. Pero también, una grieta más por donde se cuela el agua.
La narrativa de Urturi es elegante pero nunca fría. Tiene ese don de describir lo complejo con frases sencillas, casi brutales. Cada flashback está allí por una razón, cada diálogo tiene peso, cada silencio duele más que una palabra mal dicha.
«A veces vivir mucho no significa vivir mejor, sino simplemente no morir.»
Secretos de familia que ni el tiempo puede enterrar
Lo más perturbador de Los Hijos de Adán no es la inmortalidad. Es la familia. Porque aquí nadie está libre de culpa ni de pasado. Los miembros de La Vieja Familia arrastran traumas como si fueran reliquias. Se aman, se hieren, se traicionan, y sobre todo, se juzgan. Gunnarr, con su rabia contenida, no solo quiere castigar a Iago, sino que viene a desenterrar lo que nunca se quiso decir. Y como ocurre en toda gran saga familiar, los secretos no son solo del que los oculta, sino también del que los hereda.
Y entonces nos enfrentamos al enigma central: ¿qué es lo que buscan realmente los Hijos de Adán? ¿Qué hay detrás de su longevidad? La novela no lo dice de forma directa —eso lo deja para el lector atento—, pero lo insinúa con fuerza: quizás no sea una maldición genética, sino una especie de legado ancestral, un pacto antiguo sellado con sangre, piedra y silencio.
El futuro de los inmortales está más cerca de lo que crees
Aunque esta es la segunda entrega de una saga, se sostiene con fuerza propia. Y lo mejor: prepara el terreno para el final que vendrá con El Camino del Padre. Si algo ha demostrado Eva García Sáenz de Urturi es que sabe llevarnos de la mano sin que veamos los hilos. Sabe cuándo acelerar, cuándo detenerse, cuándo dejarnos sin aire. Y sobre todo, sabe que una buena historia no necesita un final feliz, sino un final necesario.
«El amor duele, pero la eternidad sin amor duele más.»
“Quien olvida su historia está condenado a vivirla eternamente.” (Paráfrasis de Santayana)
“Solo los árboles más viejos conocen el lenguaje del viento.” (Proverbio nórdico)
Los Hijos de Adán no es una novela, es un espejo que te mira a ti
Ser inmortal no te salva del dolor, solo te condena a repetirlo
¿Estamos preparados para conocer la verdad sobre nuestros orígenes? ¿O preferimos seguir creyendo que el tiempo cura todas las heridas? La saga de los longevos no solo entretiene: incomoda, sacude y emociona. Porque en el fondo, todos llevamos un poco de esos Hijos de Adán dentro. Aunque solo algunos estén dispuestos a enfrentarlo.