El caballero viajaba al sur, prefirió tomar el camino de las montañas, ya que, últimamente los caminos estaban demasiado transitados, solo quería tranquilidad. El viaje del hombre era pausado, no tenía ninguna prisa por llegar, de hecho no tenía ni siquiera objetivos ni metas, solo quería disfrutar del viaje y un poco de paz, la ansiada paz...
El sendero cada vez era mas nítido, seguro que habría una aldea cerca, no tardó en cruzarse con un grupo de leñadores, que amontonaban la leña a un lado del camino. Al percatarse de la presencia del viajero, los leñadores cesaron su actividad y se quedaron inmóviles mirando al forastero con las herramientas en la mano. El caballero les hizo un ligero gesto con la cabeza, para informarles de que todo estaba correcto. Este pasó de largo mientras sentía la mirada de los lugareños a su espalda, hasta que no se alejó lo suficiente, no escuchó de nuevo los secos golpes de las hachas contra la madera. El caballero sabía que nunca les aceptaron ni les aceptarían como iguales, ni siquiera después de la gran guerra, el temor a lo desconocido era natural en el hombre y mas en aquel remoto lugar de la ladera de la montaña.
Mientras mas se alejaba de la montaña con mas personas se cruzaba y ninguno era mas afable que los leñadores de mirada amenazante que vio metros atrás. El sendero terminaba en un viejo puente de madera que se asentaba sobre un rió, convirtiéndose después en camino de gravilla, no mas confortable que el camino de las montañas. Ele camino se extendía a un lado del río, pronto llegaría a una aldea. El caballero pensó en rodear el río y evitar la aldea para evitarse problemas, pero se percató de que casi no le quedaba comida en el zurrón; tendría que adentrarse y comprar provisiones para el largo camino. Mientras se acercaba, notó una mirada distinta a las demás, giró ligeramente la cabeza y vio a un joven mozo al lado de un pozo llenando un cántaro de agua, que le miraba con asombro. El caballero, lentamente, pasó de largo, pero sintió al joven incorporarse rápidamente al camino. El joven tendría uno 8 años o quizás 10, pero para su edad parecía fuerte, ya que, andaba ligero intentando no quedarse atrás mientras sujetaba el cántaro de agua. El joven se apresuró colocándose a un lado del jinete, mantuvo el ritmo mientras miraba cada detalle de aquel viajero, hasta que finalmente se decidió a hablar:
- ¿Eres de Kislev, verdad? - le pregunto mientras le sostenía la mirada.
El jinete hincó la espuela en su corcel, haciéndolo relinchar y acelerándolo en un pequeño trote, para dejar atrás al niño. El kislevita miró atrás por la parte izquierda de la montura y no vio al joven ni a su cántaro, se habría quedado rezagado. Pero entonces volvió a oír la aguda voz del niño al otro lado y se sobresaltó.
- Mi padre dice que ahora los kislevitas vuelven al norte para reconstruir Kislev, ¿es que tu no vuelves? - volvió a preguntarle.
El veterano jinete se sentía ligeramente avergonzado, un niño le había asustado, quizás llevaba tanto tiempo en soledad que se había encerrado en si mismo. Parecía que el niño no se había dado cuenta de su pequeño desliz, ya que lo seguía mirando al igual que al principio de su encuentro.
- Mi padre y los campesinos os llaman los hijos del hielo, ¿Es porque no podéis hablar?
-¡Tu padre es un idiota! - le respondió acaloradamente el hombre.
Esta vez fue el niño el que se asustó, expresando con su rostro asombro a la par que una brizna de miedo. Por primera vez cruzaban la mirada los dos viajeros y el hombre pudo ver la pequeña y redonda cara del niño y su estúpida expresión. En el fondo aquella cara le hizo bastante gracia, pero se aguantó para no reír. Su reiskpiel era muy básico pero conocía bastantes palabras como para mantener una conversación con un infante. Ahora no sabía que decir y para cuando quiso hablar, el niño le volvió a interrumpir.
-Pues la verdad es que si es un poco estúpido, me obliga a vigilar a los cerdos todo el día para que no se peleen y en la pocilga huele a caca. ¿Sabías que algunos del pueblo lo llaman Armin "el Bobo"? Son bastantes pero el nunca se da cuenta.
Esta vez el jinete no pudo aguantarse la risa ante la estúpida verborrea del chico y este le siguió con su chirriante risita, lo que daba mas ganas de sonreír al jinete.
- ¿Como te llamas muchacho? - le preguntó el hombre con su marcado acento kislevita.
- Jajaja, ¡que raro hablas! Me llamo Raschgaul - le respondió
El viejo hombre conocía aquellos vocablos muy bien, "caballo veloz" ya que conocía como referirse a este animal en mas de una docena de idiomas. Sabía que este no debía de ser su verdadero nombre, probablemente se llamara Jean, Albert o Armin como el estúpido de su padre.
- ¿Te gustan los caballos pequeño? - ahora el jinete pasó a ser el interrogador, viendo que este tenía mas ganas de hablar que él.
- Si un poco - se sonrojó deteniéndose un momento, pero prosiguió - Cuando me convierta en un hombre me uniré a la Reiskguard para combatir a los hombres cerdos que le destruyen las cosechas a mi padre, si papa no tuviera tantos cerdos... ¡podríamos tener un caballo!
Oír a aquel niño hablar le recordó a los jóvenes reclutas de Kislev, entrenó muchos antes de la guerra y probablemente ahora no quede ni uno con vida. ¿Que sería Kislev sin sus hijos? Nada... El jinete dedicó un rato en el futuro de su pueblo. Él nunca tuvo hijos, hubo muchas mujeres que afirmaban ser madres de hijos suyos, quizás decían la verdad, pero nunca reconoció a ninguno, quizás debió de hacerlo. Ya era demasiado viejo como para tener uno, otros deberían tenerlos en su lugar. Entonces miró a aquel chico con nombre de corcel y vio una pizca de esperanza. Le alargó el brazo y el chico se aferró a él, con la fuerza de un oso levantó al chico y a su cántaro a la grupa del caballo, derramando parte del fluido de su interior.
- Agárrate fuerte - le dijo el hombre mientras azuzaba al caballo para aumentar el ritmo.