El momento de comunicar a los menores el divorcio podrá ser elegido por los padres; lo que no cabe duda es que la comunicación deberá existir. “No existe un riesgo tal que pudiera establecerse bajo el rótulo de exceso de comunicación”, aseguran los especialistas.
Es posible hablar con los hijos cuantas veces sean necesarias o que al menos así se las considere. No existe un riesgo tal que pudiera establecerse bajo el rótulo de “exceso de comunicación”. Tampoco debe limitarse ningún tipo de conversación bajo el parámetro del tiempo: “hablar antes no es conveniente, mejor hablar después cuando ya se tienen bien en claro las cosas” o argumentos contrarios, del estilo “siempre es mejor prevenirlos y avisarles de cómo vienen las cosas antes que sucedan”.
Podríamos encontrar diversos argumentos, hasta contradictorios entre sí, sin saber bien con cuál de ellos acordar. ¿Quién podría asegurarnos cuál es el momento indicado para hablar? ¿Como podría generalizarse un modo de accionar ante tales situaciones desconociendo lo singular del caso y las particularidades con las que cuenta? Difícilmente podremos orientarnos desde esa perspectiva.
No nos llevará a grande lugares el pensar en si “antes, después, o durante”.
Lo importante de esta comunicación (que excede lo que hace estrictamente a las conversaciones) con los hijos lo encontramos en el lugar que se les otorga. Es decir, el lugar en el que implícitamente se coloca al chico al darle un determinado mensaje. Lugar que no estará, por cierto, determinado por el momento elegido para hablar.
Pero es más, no sólo las variables “momento a escoger para hablar”, “cantidad de veces que se consideren necesarias para hablar” serán secundarias, también lo será el contenido del discurso. Hasta podríamos pensar como irrelevante establecer a priori el contenido de lo que “debe decirse”.
Por más extremista o sin sentido que esto pueda sonar, podemos verificarlo desde un simple ejemplo: “Vos no tenés nada que ver con nuestra separación”.
Si acaso la cuestión pasara por el contenido, ¿no serian acaso estas palabras válidas y tal vez suficientes como para despreocupar y deslindar de cualquier tipo de responsabilidad al hijo?
Alguien podrá rebatir esto con el argumento que tales palabras serían poco verosímiles como para convencer a alguien. Lo cual puede ser cierto. Vos no tenés nada que ver con nuestra separación, podría no ser muy convincente para alguien que sí se cree responsable de tal hecho (la separación de sus padres, ni más ni menos). Lo cual nos devuelve a la misma pregunta de antes: ¿Pero por qué un hijo sí puede llegar a adjudicarse responsabilidad en esta situación?
En caso de ser cierto ese texto “vos no tenés nada que…”, esas simples palabras no tendrían por qué no ser suficientes. Pero no lo son. Y la explicación de esto radica en que entran en contradicción con algún otro texto; con otra parte del discurso que se da en la comunicación con ellos.
Es totalmente cierto que los padres no consideran a sus hijos como responsables de sus problemas de pareja. Es decir, ellos no están fingiendo o “actuando” cuando los desresponsabilizan. Ellos no mienten respecto de lo que sienten. Con lo cual se complica la situación, teniendo en cuenta que lo que dicen es cierto desde el punto de vista de expresar lo que sienten. Sin embargo, sus palabras no son aun convincentes. ¿Será un problema de actuación? ¿Deberán ser más emotivos y dramáticos al momento de hablar? No parece ser tampoco este un camino exitoso.
La cuestión pasaría entonces por encontrar la contradicción del discurso hacia los hijos. Está claro el momento en que se los desresponsabiliza; falta ahora localizar el punto donde sí se los involucra. Allí donde el chico deja de ser un espectador, afectado por la escena (la separación de sus padres) pero espectador al fin, para pasar a ser un actor protagónico, donde su participación es relevante en el desarrollo de la historia. Entonces la pregunta a resolver es ¿en qué punto se les está diciendo que sí son responsables? De esto se trata todo.
Desconocer esto no sólo es válido, sino que es lógico desde el lugar de los padres. El problema es negarlo. Allí es donde se sostendrá y afianzará dicha responsabilidad.
El descubrimiento de este o estos puntos (que más allá de ser propios, son a su vez ocultos a los padres) dependerá de un análisis individual. Sin embargo, existe una posible lectura que en cierto punto puede considerarse de carácter casi universal para las situaciones de separación.
Por lo general, los sentimientos, y mucho más cuando estos son intensos, tienden a ser extremistas. Es decir, suelen tender a la exaltación y a presentar un carácter excluyente: es una cosa o la otra, no ambas. Y lo que vemos es que cuanto mayor es la pasión que se experimenta, menor la capacidad de compatibilizar circunstancias disímiles. Es decir, mayor es la dificultad de hacer convivir distintas realidades sin que ellas necesariamente incurran en algún tipo de contradicción.
En las separaciones de parejas con hijos, lo que sucede es que se presenta una situación que justamente entra en contradicción y pone a prueba tales características. Veamos, por un lado, aparecen profundas pasiones acarreadas inevitablemente por el proceso de separación. Y por otro, una exigencia y un desafío excesivamente complejo de matizar y discernir, consistente en elaborar el hecho de que aquella persona por la que tanto amor se siente y básicamente “le es tan propia” como un hijo, sea simultáneamente “tan propia” y tan correspondida por aquella persona por la que se están experimentando tantas pasiones displacenteras.
Esto podrá operar en cierta forma a modo de “incompatibilidad” en los padres. ¿Cómo puede ser cierto algo y simultáneamente cierto lo otro?, Está conmigo o está con el otro, ¿Cómo puede ser con ambos? Podemos pensarlo como la contradicción que surge al aplicar una lógica de carácter transitivo como se da en la frase “mis amigos son enemigos de mis enemigos”. Si algo de esta lógica no se cumpla, algo no está funcionando.
El intento de resolución de esta incompatibilidad impregnará indefectiblemente el vínculo con el chico. En la comunicación, la mirada, el discurso, surgirá un elemento que se hará presente más allá de la propia voluntad. Y esto es: ver en el chico algo del otro padre. Una identificación que podrá despertarse por diferentes medios: desde el más mínimo gesto, una actitud, un comentario, hasta un rasgo físico, etc. “Se parece tanto al padre/madre”. Pero lo importante de esto es que, más allá del modo en que se alcance, el chico quedará involucrado en el conflicto ahora en forma directa. En el vínculo con él estará en juego algo del vínculo con el otro padre.
Múltiples y variadas serán las formas en las que aparezca esta comunicación con el chico como si se estuviera dirigiendo a la ex pareja. Será de manera más explícita, más sutil, de modo consciente, inconsciente, según el caso y la situación, pero siempre aparecerá.
Tal vez el modo más frecuente y conocido es el “desautorizar al otro”, intentando justamente solucionar la incompatibilidad de la que hablamos haciendo que el chico se coloque de un lado o de otro.
Lo cual no hace otra cosa que mostrarnos que no sería tan ilógico que la frase “vos no tenés nada que ver con nuestra separación” llegue a los oídos del chico de manera inverosímil.
Desde este punto de vista, debe considerarse a toda esta conflictiva como un nudo básicamente inevitable para este tipo de situación. No como una circunstancia producto de una equivocación de los padres, de la que debieran cuidar de no incurrir o eludir. Sino como parte del duelo que será importante elaborar al momento de afrontar una separación.
Desde | Infobae