Hoy lloré, lloré bastante cuando leí lo que Nohe dedicó a Altair, su angelito, su niña que se fue luego de pocas semanas en su vientre - o como ella le llama - su estrella. Me sequé los ojos y compartí su carta en mi muro porque sé, por anteriores conversaciones con mis lectoras que varias de ustedes han tenido pérdidas perinatales, así que pensé que podrían hallar sosiego, amor, crecimiento, renuncia, paz, en aquellas hermosas palabras.
Pocas horas después, recibí de mi amiga Silvia Brandt, la siguiente reflexión, que ha escrito para compartir en Amor Maternal. {Gracias Silvita}
Una de las cosas que recuerdo más claramente de mi niñez fue mi afición por la lectura. Mis padres; Silvia Irene y José Humberto -literatos ambos-, se dedicaron a cultivar en nosotros ese hábito irremplazable. Hoy sé que lo hicieron con mucho amor, ¡pero también con mucho sudor! En la casa había libros por todos lados, y cada uno de ellos tenía un sellito que decía nuestros apellidos, seguidos de la frase "Biblioteca Personal". Esa huella imborrable me lleva a tratar de inculcarle a nuestro hijo LH el amor por los libros, en contra del viento y la marea tecnológica que nos arrastran cada día.
Cuando nuestro príncipe nació en el año 2010, mi gran amigo Cleiver Moreno me envió algunos versos de "Los hijos infinitos", del ilustre poeta Cumanés Andrés Eloy Blanco (1897 - 1955). En ese momento recordé que los había leído en uno de los tantos libros que pasaron por mis manos cuando era niña; pero en aquella época tuvieron poco o ningún significado para mí. Es ahora cuando me doy cuenta de cuánto cambian las cosas cuando se tiene un hijo...
Les relato estas anécdotas porque hoy cuando me topé con la preciosa carta para Altair en el muro de Amor Maternal, y después de leer todos los comentarios, llegaron a mi mente uno tras otro todos estos recuerdos; y veinticinco años después de haberlos leído por primera vez, tienen sentido para mí los versos del poeta.
Quiero compartir este poema con ustedes porque en él se resume el sentimiento de pertenecer a esta tribu, que es la voz de madres y padres que compartimos nuestras dudas y aprendizajes; y que la mayoría de las veces celebramos la llegada de un hijo anhelado, pero otras tal vez lloramos en silencio a aquellos que no son menos amados por haberse ido más temprano. Lo cierto es que hoy nos sentimos más fuertes y acompañad@s, y como en el caso de Nohe, podemos sacar de las dificultades más profundas la fuerza que antes no reconocimos en nosotr@s mismos, para levantarnos y levantar a otr@s. Para ella, un especial abrazo.
Los Hijos InfinitosAndrés Eloy Blanco
Cuando se tiene un hijo, se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera, se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga y al del coche que empuja la institutriz inglesa y al niño gringo que carga la criolla y al niño blanco que carga la negra y al niño indio que carga la india y al niño negro que carga la tierra.
Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños que la calle se llena y la plaza y el puente y el mercado y la iglesia y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle y el coche lo atropella y cuando se asoma al balcón y cuando se arrima a la alberca; y cuando un niño grita, no sabemos si lo nuestro es el grito o es el niño, y si le sangran y se queja, por el momento no sabríamos si el ¡ay! es suyo o si la sangre es nuestra.
Cuando se tiene un hijo, es nuestro el niño que acompaña a la ciega y las Meninas y la misma enana y el Príncipe de Francia y su Princesa y el que tiene San Antonio en los brazos y el que tiene la Coromoto en las piernas. Cuando se tiene un hijo, toda risa nos cala, todo llanto nos crispa, venga de donde venga. Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro y el corazón afuera. Y cuando se tienen dos hijos se tienen todos los hijos de la tierra, los millones de hijos con que las tierras lloran, con que las madres ríen, con que los mundos sueñan, los que Paul Fort quería con las manos unidas para que el mundo fuera la canción de una rueda, los que el Hombre de Estado, que tiene un lindo niño, quiere con Dios adentro y las tripas afuera, los que escaparon de Herodes para caer en Hiroshima entreabiertos los ojos, como los niños de la guerra, porque basta para que salga toda la luz de un niño una rendija china o una mirada japonesa.
Cuando se tienen dos hijos se tiene todo el miedo del planeta, todo el miedo a los hombres luminosos que quieren asesinar la luz y arriar las velas y ensangrentar las pelotas de goma y zambullir en llanto ferrocarriles de cuerda. Cuando se tienen dos hijos se tiene la alegría y el ¡ay! del mundo en dos cabezas, toda la angustia y toda la esperanza, la luz y el llanto, a ver cuál es el que nos llega, si el modo de llorar del universo el modo de alumbrar de las estrellas.
Cultivemos en nuestros hijos el hábito de la lectura y el amor por el conocimiento. Con ellos no hay puerta que no se abra, ni abismo que no pueda cruzarse.
Artículo escrito por Silvia Brandt: Mujer, mamá, esposa, odontóloga y esgrimista; dedicada a la salud pública, y defensora de los estilos de vida saludables, en especial los que afectan la maternidad, es decir: todos.