La violencia de género es la mayor lacra social con la que contamos en nuestro país. Desgraciadamente, no es un fenómeno exclusivamente español, y es que la globalización de la tragedia es la más rápida en extenderse sin esquivar un solo lugar. Aquí, en España, al menos, sí está identificado y catalogado el delito, tiene nombre propio. En buena parte del mundo sigue sucediendo lo mismo que antaño nos sucedía a nosotros y escapa de las estadísticas, al considerarse un delito que forma parte de la privacidad de la familia. No me cabe duda de que la violencia de género es el crimen más complejo al que se enfrenta la Ley, ya que siempre existe entre agresor/asesino y agredida/asesinada un vínculo que tal vez algún día fue supuestamente afectivo, o se comparten hijos o se convive en el mismo domicilio, con hipoteca a nombre de ambos, etc., etc. A diferencia de lo que piensan muchos, no creo en esa vieja y bárbara teoría que nos dice aquello de que el amor y el odio conviven en una franja muy estrecha de los sentimientos y que los asesinos alguna vez amaron a las mujeres que después asesinan. No, nunca las amaron y siempre las odiaron. El amor no te conduce al insulto, a la vejación, a la humillación, a la amenaza, a la violación, al asesinato. El amor no empuja las manos que agarran esa navaja, no ordena al dedo que apriete el gatillo, el amor no estrangula, no golpea. No. El amor es otra cosa, completamente diferente. No citemos al amor cuando nos refiramos a un caso de violencia de género. No es un “crimen pasional”, esa célebre y mentirosa apostilla cuando aún camuflábamos en la privacidad de la pareja este horrendo crimen. Hablemos de asesinos, de asesinatos y de asesinadas, a secas.
No me cabe duda de que los medios de comunicación han jugado un papel fundamental a la hora de mostrarnos la violencia de género en su exacta y trágica magnitud. Gracias a ellos los números, las estadísticas, tienen nombre y apellidos, cuentan con unos ojos, con un pasado, con una realidad. Esa mujer muerta de ayer en extrañas circunstancias ha pasado a llamarse Lola, Marta o Victoria, y tiene hijos, y hermanos y una vida por delante que ya no será tal. Gracias a los medios de comunicación, a su complicidad con las organizaciones de mujeres y con las instituciones, también hemos sabido que la violencia de género no entiende de clases sociales o económicas, que no la podemos adjudicar a un determinado grupo o colectivo, que no entiende de religiones ni de razas, que no sólo se produce en determinados tramos de edad. Esta visibilización de la violencia de género ha conseguido que muchas mujeres entendiesen y asimilasen que su realidad no formaba parte de la realidad colectiva, que no todos los hombres odian a las mujeres, que las relaciones de pareja no se sostienen sobre la sumisión y el dolor.
Porque hay hombres que odian a las mujeres, que sólo las contemplan como personas a las que controlar, dirigir y dominar. La violencia de género es la expresión más mezquina que existe de la desigualdad entre géneros, y no por repetida deja de ser una afirmación categórica, que representa y define esta cruel realidad. La violencia de género no es un problema privado, afecta a la sociedad en su conjunto, ya que la infecta, la hace más frágil, turbia, la hiere. Y la sociedad como tal debe actuar, ya que en muchos casos esas mujeres que no se atreven a dar el paso y denunciar a sus agresores, que sigue siendo la única manera de poder ofrecerles protección e información, conviven con vecinos, compañeros de trabajo o familiares que conocen su tragedia. Si denunciamos a ese ladrón que descubrimos desde la ventana, si no dudamos a la hora de notificar la destrucción del mobiliario urbano o del coche de un conocido, no podemos quedarnos cruzados de brazos cuando seamos conscientes de un caso de violencia de género. Porque, insisto, no es una interferencia en el ámbito privado, no nos inmiscuimos en los asuntos de una pareja, no, alertamos de un delito. El 25 de noviembre es un día con altavoz, y lo debería ser cada día que una mujer muere asesinada a manos del que es o fue su pareja. Ojalá llegue un día en el que los hombres que odian a las mujeres no existan o, al menos, no estén cerca de ellas. Porque no las merecen, y porque tampoco nosotros merecemos que formen parte de nuestra sociedad.
El Día de Córdoba