La formación de los hijos, en estos tiempos tan agitados, se ha convertido en el tema más importante para los padres. La educación de los hijos se ha convertido en un dilema. La etapa de la adolescencia, en todas sus facetas, es la más crucial y marcará, de alguna manera su carácter, su proyecto de vida y sus valores de los siguientes 50 años. Se van convirtiendo en adultos quieren llegar a ser algo y no saben cómo. En esta etapa, los padres deben adquirir competencias y habilidades que ayuden a sus hijos a encontrar el camino para definir su propia identidad y contar con la seguridad de un entorno familiar que lo guíe hacia un desarrollo personal exitoso.
El reto es que los padres se conviertan en los que guíen a sus hijos, a ser personas felices, con sólidos valores, amplias competencias y con objetivo claros en su vida. A los padres se les transmite la sensación de que son incompetentes, antes incluso del nacimiento de sus hijos. Se les dice que si no lo hacen bien los niños les pueden salir mal. A los padres se les convierte así en “dioses” determinantes del destino de sus hijos o con exceso de celo en su estimulación o dejadez pensando que la vida ya decidirá.
Muchos niños tienen tantas actividades que, a veces, disponen cada vez de menos tiempo para jugar libremente y estar con otros niños. El desconcierto actual sobre la educación de los hijos se debe, en parte, a que la abundancia de información produce más perplejidades y porque a los hijos hay que dedicarles, sobre todo, tiempo y es lo que no se tiene y porque los hijos precisan unos límites, unas pautas y unas reglas que los ayuden a conseguir estabilidad, tranquilidad y seguridad.
Los hombres sólo pasan 20 minutos al día con sus hijos. Si durante el poco tiempo compartido, los padres se dedican a imponer límites, obtienen rechazo. La educación resulta más fácil cuando se dispone de tiempo para los hijos y se disfruta de una buena relación familiar.
Definitivamente, la conciliación familiar está mal resuelta.