Belmonte, antes de una prueba en Berlín - Foto: Reuters.
Le pregunté si no estaba agotada con sus excursiones por los medios de comunicación, que la reclamaban sin tregua desde hacía semanas. "Un poco sí", resolvió Mireia Belmonte (Badalona, 1990), "me gustaría estar entrenándome. Necesito hacerlo". Tenía 17 años, acababa de colgarse un oro en 200 estilos y un bronce en los 200 mariposa en los Europeos de Eindhoven. A poco más de cuatro meses para los Juegos de Pekín, Mireia se mostraba ajena a sus numerosos récords y a los cantos de sirena de los periodistas: "Esto es muy largo. Hay que ser constantes y trabajar mucho. Mis Juegos de verdad tienen que ser los de Londres". Aquella Mireia llevaba ortodoncia, era algo tímida y mantenía una mirada fresca, la de quienes saben escuchar y aprender, y tienen la siguiente pregunta en el bolsillo tras aprender la nueva lección. Era una alumna aventajada, aunque le costó volver a dar con la tecla en las grandes citas. En los Mundiales de Melbourne y Roma, y en los Juegos de Pekín no se reconoció. Su despegue definitivo coincidió con la entrada en su vida de Fred Vergnoux, un técnico tan exigente con los demás como consigo mismo. Mireia maravilló con tres oros en los Mundiales de piscina corta de Dubai, aunque meses después se quedaría a cero en Shanghái, en los convencionales. A finales de ese 2011 volvió a brillar (cuatro oros), también en piscina de 25 metros, en el Europeo de Polonia. De los Europeos de 2012, en Debrecen (Hungría) se llevó un oro y una plata, y en los Juegos de Londres, como me prometió en aquella entrevista, maravilló con dos platas olímpicas en 200 mariposa y 800 libres. Los desencuentros con su club de entonces, el CN Sabadell, pudieron acabar con su carrera, pero el patrocinio de UCAM, donde continúa sus estudios, y la vuelta a Catalunya para entrenarse con Vergnoux le hicieron valorar todavía más lo que se traía entre manos. Amplió su mirada y sus objetivos, se convirtió en una deportista maratoniana y se olvidó de miedos e imposibles. Fue una de las princesas del Mundial de Barcelona (dos platas y un bronce) y Vergnoux sentenció: "No nos ponemos límites". Barreras más que salvadas en el Europeo que acaba de finalizar en Berlín. Porque Mireia no sólo ha sido capaz de lograr un bronce en los cinco kilómetros en aguas abiertas, prueba en la que no tenía recorrido, de agarrar la plata en los 400 estilos, sino incluso de competir en dos pruebas (plata en 800 libres y octava en 200 estilos) con un margen de poco más de tres minutos, de ganar un oro inteligente, sin dejarse llevar por el ritmo infernal de sus rivales al inicio en los 1.500 libres. Se coronó también en los 200 mariposa, y con récord del campeonato (Judit Ignacio fue segunda) y poco más de un cuarto de hora después volvió a lanzarse a la piscina para llevarse el bronce en 400 libres. Heroico. Y después cogió un avión para Doha. La cita es ahora la Copa del Mundo... Mireia no sólo es un caramelo para su entrenador y el aficionado, para la natación y el deporte, sino que también es un despertador para los desmotivados. No entiende ni de horarios ni de vacaciones para lograr sus sueños. Se pone el gorro y las gafas, se deja el aliento en el gimnasio, en las sesiones eternas en Sierra Nevada... Sigue siendo aquella chica de 17 años que conocí, pero es más despierta y constante, más segura de si misma. Su discurso, eso sí, no varía. Trabajo y más trabajo, no hay otra fórmula secreta, además de su innegable talento.