Palabrero Press, 2016 (trad. Teresa Lanero; pról. Dámaso López)
A Ann Petry (Old Saybrook, Connecticut, 1908-1997) se la conoce por ser la primera escritora afroamericana en vender un millón de ejemplares. Ocurrió con su debut, la novela The Street (1946), inédita en castellano, que narra las andanzas de una madre soltera negra que lucha por labrarse un futuro haciendo frente al racismo. Por aquel entonces la autora se había instalado en Nueva York para cumplir su sueño de dedicarse a la escritura -además del libro, colaboraba con diversos periódicos y había estudiado Escritura Creativa en la Universidad de Columbia-, pero su repentina popularidad la incomodó tanto que decidió regresar a su ciudad natal para centrarse en la literatura, sin distracciones. Hija de un farmacéutico y una pequeña empresaria, Ann Petry creció en el seno de una familia de clase media, en una localidad donde los negros eran minoría. Pudo recibir una buena educación, algo poco común entre los de su etnia en aquella época, aunque esto no la libró de sufrir episodios discriminatorios que la marcaron e influyeron en su obra, como se puede comprobar en esta selección de cuentos.
, publicado por la joven editorial Los huesos de Louella Brown y otros relatos Palabrero Press, comprende cinco cuentos de Ann Petry, nunca traducidos hasta ahora al castellano y escritos originalmente entre los años cuarenta y setenta. Todos tienen en común el conflicto racista (y de clase), planteado, eso sí, a través de peripecias no exentas de ironía. La autora entiende que la mejor forma de expresar una denuncia es a través de una historia, con diálogos vivaces, agilidad narrativa, tramas con enredos y, en ocasiones, personajes un tanto caricaturescos. Este volumen reúne pocos textos, pero suficientes para tomar contacto con varios registros de la escritora: del simbólico "Los huesos de Louella Brown", que parodia con inteligencia los prejuicios de la clase dominante a través de la narración de una peripecia improbable, a relatos más crudos que retratan una realidad demoledora sin disfrazarla de simpatía, como "El testigo" o "Trabajadores denigrantes ". Todos son, en cualquier caso, muy buenos.
La selección comienza con "Los huesos de Louella Brown", que tiene un argumento de lo más sugerente y hasta cómico: al exhumar el cadáver de una aristócrata blanca, fallecida décadas atrás, para trasladarlo a otra cripta, sus restos se confunden con los de una lavandera negra. Los responsables de la funeraria no saben a quién deben enterrar en la capilla selecta y a quién en el cementerio común, y la prensa se hace eco del escándalo. Ann Petry juega al equívoco -las dos mujeres tienen las mismas medidas y el mismo color y tipo de pelo- para poner de relieve la hipocresía social de principios del siglo XX: la creencia de que la supuesta superioridad blanca estaba justificada por motivos biológicos se pone en jaque al evidenciar que, una vez muertas por largo tiempo, la blanca rica y la negra humilde resultan indistinguibles. Bien encontrado.
Los siguientes cuentos narran historias más realistas, con el componente humorístico menos acentuado. En "¿Alguien ha visto a la señorita Dora Dean?", una voz en primera persona recuerda un episodio controvertido en la de vida de una anciana que ahora yace muy enferma. Ese suceso, el suicidio de su esposo, ocurrió cuando la narradora tenía diez años, por lo que le produjo un fuerte impacto, unido a la curiosidad por los acontecimientos de los que solo ha oído hablar a medias, sin completar nunca la historia. El hombre era, en apariencia, un marido ejemplar, que trabajaba como criado para familias blancas adineradas. La pregunta acerca de lo que pudo inducirlo a la muerte la lleva a examinar los entresijos, no tan previsibles como cabría esperar, de la relación entre el servicio y los amos, en este caso, la señora.
El protagonista de "El testigo", por otro lado, también es un hombre negro ejemplar, un bienintencionado profesor jubilado que imparte clases en un reformatorio para jóvenes blancos de clase media. Sin quererlo, se ve involucrado en un acto abominable de una pandilla: "Todos eran blancos. Pero les rodeaba un aura tan malvada, tan oscura, tan evocadora de las profundidades de la noche, de los horrores tenebrosos de las pesadillas, que sentía un profundo escalofrío cuando los veía. [...] no se trataba de la negritud de la carne humana, cálida, suave al tacto, se trataba de la negritud y la frialdad del agujero de donde surgió la serpiente de D. H. Lawrence" (p. 77). De nuevo, Ann Petry pone el dedo en la llaga: los delincuentes de Estados Unidos no son solo los denostados negros pobres; he aquí el ejemplo de unos chicos blancos, malcriados y con recursos, acompañado de esta maravillosa reflexión sobre la otra (y verdaderamente negativa) negritud: la violencia y el abuso.
Los dos últimos relatos exploran las tensiones de la clase negra más empobrecida. En "Como una mortaja", un obrero se promete a sí mismo, después de un encontronazo con su jefa, que no permitirá que nadie vuelva a llamarlo "negro asqueroso" (sic). Sin embargo, tras este enfrentamiento, el hombre se obsesiona hasta rozar la paranoia, y empieza a percibir ofensas donde no las hay. Es una sutil forma de retratar hasta qué punto el desquiciamiento progresivo destruye a los trabajadores ninguneados, pero también una muestra de que, a veces, esa rabia contenida la acaban pagando aquellos sobre quienes la víctima se siente fuerte, es decir, quienes menos culpa tienen. Finalmente, en "Trabajadores denigrantes ", un camión que transporta a familias enteras de negros andrajosos se detiene en una gasolinera. Los responsables del negocio, hombres sencillos, tendrán que decidir si los ayudan.
A pesar del tiempo transcurrido desde que se escribieron, estos cuentos mantienen su frescura. Su frescura, sí, y su pertinencia, porque los conflictos raciales en Estados Unidos (y en el resto del mundo) siguen a la orden del día, y la discriminación y las condiciones infrahumanas para una parte de la población no están (por desgracia) tan lejos de las realidades plasmadas en textos como "El testigo" o "Trabajadores denigrantes". Más allá del tema en sí, en Los huesos de Louella Brown... el lector encontrará a una escritora con oficio, una contadora de historias solvente que maneja bien la ironía y sabe evocar imágenes provocadoras que ponen de manifiesto la falta de fundamento de muchos prejuicios. Es necesario incorporar a más autores negros al canon literario y a nuestras lecturas, y Ann Petry aún tiene mucho que decir.