Ando leyendo las propuestas que van saliendo al respecto de “desahuciar al caudillo” del Valle de los Caídos. Y aunque parece que ahora va en serio por las teles lo dicen (algunas, otras ni el murmullo del viento entre las ramas) como si de un crimen se tratase, en voz baja, como de tapadillo. No entiendo como después de tanto tiempo todavía nos da cierta cosa hablar de alguien que mantuvo al país sometido “manu militari” durante cuarenta años, es como si el temor estuviese todavía impregnado en el ADN. Cuarenta años en los que todo el que levantaba demasiado la voz notaba el peso del puño de hierro que todo lo alcanzó. Igual va y soy un sectario, pero no entiendo la razón que hay para que no solo no se trasladen sus restos sino que algunos pretendan que ni hablemos de ello. De verdad que todavía he oído estos días a personas mayores te señalaban con el índice delante de los labios como el poster de la enfermera que había en todos los ambulatorios “shhhh que te pueden estar escuchando”, ese gesto, ese temor cuarenta y pico años después
dice mucho de lo que sucedió. Puede que esa sea una razón más para cubrir con la tierra de la “normalidad” todo esto y permitir que sus restos (si queda algo) sean depositados lo más respetuosamente posible en el cementerio de El Pardo, junto a los restos de esposa y el resto de su familia. Con respeto, algo que él jamás hubiese tolerado vista su forma de “gobernar” a base de palizas, desapariciones, paseillos, cunetas y un terror que cuarenta y dos años después todavía se puede palpar. Sacarlo y llevarlo con los suyos sería mostrar mucho más respeto y civismo que el que él mostró a cualquier ser humano cuando no le tembló el pulso para firmar condenas de muerte.
Pero por otra parte lo que no comparto es la idea de la dinamita. Eso sería empezar a olvidar lo inolvidable. Resulta ser que ese espanto se empezó a construir en
Franco se gastó en las obras el dinero que arrambló a base de permitir el hambre, a base de racanear en escuelas, hospitales o atención a los necesitados. Esa fue la opción del régimen, construir algo al estilo de Faraón. Podría haber sido otra pero eligieron esto. Nuestros hijos y nietos tienen derecho a saberlo, a conocer lo que ocurrió, a poder tocarlo. Derribar ahora la cruz sería permitir el olvido del pasado dentro de algunas generaciones y la privación de poder juzgar por donde hemos pasado. Los restos del dictador y sus subalternos pueden salir de Cuelgamuros si se quiere pero el espíritu de lo que hizo, jamás. Para bien o para mal, la Historia es la que és y no somos quienes para privarles de ella a los que van a venir después y más visto como se están poniendo las cosas en Europa, con tanto fantoche, con tanto olor a bolitas de Alcanfor. Más nos vale mantener aquello en pie, aunque sea para recordarles que pasa si les dejamos campar a sus anchas.